Albert Pla Nualart

¿'Discapacidad' o 'diversidad funcional'?

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Les persones amb discapacitat, com les cegues, que formen part de Cocarmi lamenten que no se les hagi consultat a l’hora de canviar el llenguatge.

BarcelonaHace seis meses, en el artículo Immigrant’ i ‘migrant’, precisió i correcció política (29-1-16), cité la respuesta de Javier Marías a un lector que, muy ofendido, le había instado a retirar la palabra discapacidad de su vocabulario para pasar a utilizar diversidad funcional. Decía Marías, con más razón que un santo, que "a un escritor no se le puede pedir que renuncie a la riqueza y precisión de su lengua". Y añadía una reflexión que me parece clave en este tipo de polémicas: hay significados que acaban siempre manchando a su significante, y el problema no se resuelve cambiando de palabra sino cambiando la mentalidad social que hace que el concepto que aquella palabra vehicula genere rechazo.

Pero lo peor, en este caso, es que se cambia una palabra que se entiende por una que disimula u oculta el problema. Es como si, en lugar de ciego, dijéramos fino de oreja, con la excusa de que un ciego afina más otros sentidos para compensar la ceguera. Como estrategia, responde a la obsesión de positivizarlo todo, como si la mejor manera de superar un problema fuera ignorarlo en lugar de admitirlo y de hacer que se tenga en cuenta.

La persona que tiene una discapacidad la seguirá teniendo por mucho que lo llamemos diversidad funcional. Si yo tengo una discapacidad -y todos tenemos de un tipo u otro (si bien es innegable que algunas crean problemas incomparablemente más graves)-, me interesa que se sepa y que no se me juzgue y se me exija como si no la tuviera. Es sobre esta base que tengo que luchar para que tenerla no me discrimine en ningún sentido.

Para recurrir a eufemismos ambiguos o casi ridículos ("No digas sordo, di persona con sordera") se da a menudo la excusa de que son los propios colectivos de afectados los que los reivindican. En este caso, y en otros, no es así: una parte sustancial del colectivo quiere que se hable de discapacidad y no renuncia a luchar para que la palabra deje de ser peyorativa. Está en su derecho.

Abusar de la corrección política

Dicho esto, es innegable que la carga estigmatizadora que puede llegar a tener una palabra, incluso cuando inicialmente era neutra y adecuada, hace siempre legítimo que un colectivo reivindique cambiarla por otra. Pero la corrección política cae en el exceso cuando, en la fase inicial y aún revertible de este proceso, ya difunde y casi impone un eufemismo tan exagerado y artificioso que el mismo colectivo se siente incómodo. Debería ser siempre el colectivo de afectados quien decidiera si tira la toalla o coge el toro por los cuernos.

El drama de la corrección política es que enseguida se convierte en una pandemia. El que le planta cara, aunque lo argumente, siempre parecerá menos progre, menos abierto, menos tolerante. Espero que algún día nos quitemos estos complejos de encima y empecemos a entender, por ejemplo, que muchas mujeres se sienten ridiculizadas y tratadas con condescendencia cuando reciben cartas llenas de desdoblamientos innecesarios y barras en diagonal.

También los políticos deberían empezar a coger el toro por los cuernos en lugar de intentar siempre quedar bien con todos. Sería un soplo de aire fresco que osaran tener un criterio propio, corriendo el riesgo de ser acusados de incorrección política, y no incurrieran en equidistancias tan confusas, en sus mensajes institucionales, tales como ir alternando discapacidad y diversidad funcional.

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