La niña de diez años entra con su madre al relojero para cambiar la pila de un reloj. Mientras el hombre trabaja en el mostrador, levanta la mirada y le dice a la criatura: "¡Qué delgada que estás! ¿Ya comes?" La niña baja la cabeza y dice que sí muy bajito. Después mira a su madre con los ojos brillantes. En casa se ha quejado varias veces de que las personas le dicen que está delgada y a ella no le gusta. La madre le ha repetido veinte veces que está perfectamente bien, que la pediatra le dice que está sana y que no tiene ningún problema con su peso. Ahora la hija le clava la mirada como diciéndole: "¿Ves? ¿Ves como me lo dicen?" Cuando salen van a comprar unos zapatos. Mientras la niña se los prueba la dependienta comenta: "Claro, ¡está tan delgada que hasta las sandalias le bailan!" La niña se aguanta las lágrimas y la madre querría echarle la bronca a la dependienta. Pero no lo hace.
En el Camp Nou, en el descanso de un partido, un vecino de butaca le dice a un hombre hecho y derecho: "¡Has engordado! ¡Hace quince días te vi más delgado, pero hoy me parece que has vuelto a engordar bastante!" No se tienen ningún tipo de confianza. Se saludan cuando juega el Barça y a veces comentan alguna jugada con cordialidad. El hombre responde, cohibido: "Pues peso lo mismo. Será que hoy llevo chaqueta..." Y el otro replica: "¿Seguro? No sé, me lo ha parecido...", y se va a los urinarios a vaciar la vejiga.
Una adolescente sube a los Ferrocarriles con una carpeta de la Universidad de Barcelona. Cuando está en el vagón se acerca a saludar a una señora que también acaba de entrar y se sientan juntas. Se conocen porque la mujer es conocida de sus padres, aunque hace tiempo que no los ve. Pregunta por ellos y la chica le dice que están muy bien y que a ver si se encuentran algún día. La señora le pregunta dónde va y ella le explica contenta que acaba de empezar a estudiar derecho en la universidad. Y, de repente, la mujer le mira la cara y le comenta: "Te han salido muchos granos, ¿verdad? Antes no los tenías..." La chica se sonroja y rápidamente comprueba si los que estamos sentados delante hemos oído el comentario. Disimulamos. Ella dice un sí muy flojito. "¡No comas chocolate!", sentencia la señora. Ella se justifica: "No, si no como..." La chica saca unos apuntes de la carpeta y simula que repasa. Ya no tiene ganas de darle conversación. Le han estropeado el día. Es fácil imaginarse que su cerebro estará fabricando tacos contra esa señora, y debe de arrepentirse de haberla buscado para saludarla cuando ha subido al vagón. La mujer saca, muy arrugado, el suplemento del domingo pasado de un diario y hunde en él la mirada como si se lo aprendiera de memoria.
Algún día un valiente o una valiente deberá responder con serenidad y educación: "¿Y usted quién se cree que es para darme su opinión sobre mi cuerpo?" El día que osemos mandar a la mierda a estos personajes que juzgan a los demás por su físico sin ningún tipo de tacto ni confianza, las personas educadas habremos ganado, por fin, una batalla.