David Miró

Un Quijote contra el régimen del 78

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Pedro Sánchez abandonant la sala de premsa de la seu de Ferraz després de dimitir.

Pedro Sánchez espoleó su caballo contra los gigantes del Ibex-35 y de la vieja guardia del partido convencido de que con la fuerza de la militancia socialista los podría derrotar, pero quedó malherido tras chocar contra los graníticos molinos que son los fundamentos del régimen del 78. Ahora se lame las heridas y valora, como el Quijote, volver a presentar batalla o retirarse a su casa. En todo caso, la lección de esta operación es muy clara: el sistema no tiene piedad con quien osa contradecirlo. Seguro que cuando Toni Soler acuñó el concepto de Santa Alianza para describir la coalición político-económica que se oponía a la independencia de Cataluña no pensaba que también tendría que ocuparse de un secretario general del PSOE rebelde con su diktat.

El método que se ha utilizado con Sánchez es similar al que se practicó contra Artur Mas y el proceso. Ataques personales (los editoriales de El País provocaron incluso la protesta del comité de redacción), coacciones a los afines (¿votaron en libertad los miembros del comité federal con cargos que dependen de los barones?) y amplio despliegue argumental en los medios (Sánchez sólo ha encontrado apoyos en Cataluña). El histerismo de algunos demuestra hasta qué punto el establishment ha percibido el peligro. Antes dejar al PSOE herido de muerte que intentar domesticar a los podemitas o reconducir el conflicto catalán. El sistema les ha declarado la guerra, a ambos.

El relato de la Transición

El objetivo final, no lo perdamos de vista, es salvar el statu quo del 78, que es lo mismo que el relato de la España exitosa producto de una Transición modélica. Cuestionar este relato sería autoenmendarse, por eso ahora la prioridad es apuntalar un gobierno con el PP, C's y lo que quede del viejo PSOE. Es evidente que la crisis socialista acabará engrosando las filas de Podemos a corto plazo, pero si el cordón sanitario de alrededor funciona pasará como en la Italia de los años 70, cuando el Partido Comunista era el segundo más votado (34,5% de los votos en 1976) pero nunca tocaba poder. A la Santa Alianza le basta con 200 diputados para conjurar la amenaza. Y ahora mismo creen que los tienen asegurados gracias a Susana Díaz.

La crisis del PSOE también representa el final del espejismo federalista. No en vano, 35 años después de poner en marcha el sistema autonómico y 40 años después de la muerte de Franco, Javier Fernández y Susana Díaz no han entendido lo que significa la plurinacionalidad. Décadas de pedagogía, de Pujol a Maragall pasando por Carod-Rovira, no han servido para nada.

Compromiso histórico

El resultado de todo ello, volviendo a la Italia de los 70, es la firma tácita de un compromesso storico entre las fuerzas dinásticas para parar los pies a la izquierda y a los independentistas, ambos vistos como irredentos, y ambos sin suficiente fuerza para hacer girar el Estado. Pero hay una diferencia. El independentismo tiene una palanca que los podemitas-comunes no tienen, y es la apelación a una mayoría de un territorio concreto que se considera sujeto soberano.

Después del fin de semana, esta es la única sombra en el horizonte que preocupa a los guardianes del 78. A menos que Sánchez decida ignorar los consejos de Sancho Panza y se vuelva a enfundar la armadura para buscar aventuras. Y ya se sabe que en la segunda parte de la inmortal obra de Cervantes, Alonso Quijano viaja a Cataluña.

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