Josep Ramoneda

Salir de la irrelevancia

3 min
Rajoy va anar a la Zarzuela com a líder del PP, però va fer les declaracions al Palau de la Moncloa

1. AUSENCIA. Hay una foto reciente que podría ser perfectamente el icono de la irrelevancia que caracteriza el momento español. Obama, de viaje en Europa, con los principales líderes europeos: Angela Merkel, François Hollande, David Cameron, Matteo Renzi. Nadie ha echado de menos en la foto al presidente del gobierno español. Tampoco aquí: ni sus adversarios ni los medios de comunicación han dado ninguna importancia al hecho, un signo del nivel de desorientación general. Evidentemente, Rajoy alegaría su condición de presidente en funciones, un trabajo que se ajusta como anillo al dedo a su manera de hacer. Pero ya hace tiempo que España pinta poco en Europa. De hecho, con independencia del juicio que nos merezca cada uno de ellos, desde 1982 España ha tenido dos presidentes proyectados de cara al exterior, Felipe González y José María Aznar, y dos presidentes de consumo interno, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, y ya son doce años fuera del mundo, desde que Zapatero osó retirar las tropas de Irak y quedó paralizado por su atrevimiento.

En los últimos tiempos, si España ha llamado la atención fuera ha sido por dos sacudidas que parecían romper la monotonía de una sociedad condenada a la indiferencia: el ascenso del independentismo catalán y la entrada en escena de los movimientos sociales transformados en organizaciones políticas que amenazaban el bipartidismo desde la izquierda y no desde la extrema derecha como en otros países europeos. Pero después de la legislatura interrupta no parece que los emergentes hayan debilitado mucho a la fuerza neutralizadora institucional. Los que tenían que ser motores de cambio han quedado atrapados en los vicios de un estilo de gobernanza que les está igualando muy deprisa a sus adversarios.

2. CONFORMISMO. Ahora se repetirán las elecciones, porque se han impuesto las inercias inmovilistas (si no puedes hacer, no dejes hacer a los demás). Se ve venir el discurso dominante: relativizar la importancia de la repetición de las elecciones y de la interinidad de gobierno; bombardear con el mito del consenso y, en consecuencia, insistir en que no se deben adquirir compromisos sobre acuerdos postelectorales. El pacto es lo único importante. ¿Para hacer qué? Bla, bla, bla. Intentar hacer de las elecciones un puro trámite es una manera de fomentar la abstención, con la esperanza de que favorezca a la derecha. Y, sin embargo, son unas elecciones muy importantes, la oportunidad de corregir el fracaso: hacer posible una alternativa decididamente reformadora, que ahora no ha tenido éxito. Insistir en que en un país institucionalmente fuerte las cosas funcionan incluso sin gobierno es contribuir al descrédito de la política y a la aceptación de la autonomía limitada de la democracia, es decir, cultivar la indiferencia, y dar legitimidad a un régimen controlado externamente, instalado en la irrelevancia.

El consenso tuvo valor en el cambio de régimen. Ahora es una manera amable de apelar al mantenimiento del statu quo. Como dice Byung-Chul Han, "hoy la violencia remite más al conformismo del consenso que al antagonismo del disenso". Y basta con repasar las leyes aprobadas por el gobierno popular para entender que el filósofo alemán, por una vez, tiene razón. Todos sabemos que el poder consiste en hacer pasar el interés de unos cuantos por interés general. Y algunos parece que trabajen para que esto se olvide.

Con todo, es especialmente grotesco pedir que no se planteen exclusiones en campaña. Primero, por pura hipocresía: los que lo dicen (PP y Ciudadanos) dan por intocable una línea roja, la cuestión catalana. Segundo, porque el elector tiene todo el derecho a saber antes de votar a quién está votando. Por ejemplo, muchos electores socialistas se lo pensarían si supieran que su voto puede servir para mantener al PP en el gobierno. Una parte importante del complejo político-mediático decidió después del 20-D que se tenía que ir a un gobierno de gran coalición, con PP y PSOE. No lo han conseguido. Pero sigue siendo el gran objetivo, y no se ahorrarán recursos. Sólo un resultado que lo haga imposible lo podría evitar.

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