Dos países, dos realidades

Los atentados han tenido un efecto inesperado para cualquiera: han aflorado las estructuras de un estado

Suso De Toro
4 min
Puigdemont agraeix la resposta "immensa i impressionant" dels ciutadans de Barcelona

Hace falta que pase tiempo para que una comunidad, a través de las instituciones que tenga, pueda ir reconstruyendo una realidad. Nunca será la misma, siempre habrá algo cambiado, un roto aquí, una pieza fuera de sitio allí, pero esa reconstrucción global permitirá que cada miembro de esa comunidad pueda reconstruir también su sentido de la realidad.

Los atentados en Catalunya hay que enmarcarlos en la geoestrategia, la utilización que hace Arabia Saudí principalmente del wahadismo como un instrumento de poder en el mundo. Es monstruoso pero debemos aceptar que los amos de los terroristas son los aliados de nuestros amos. No es una paradoja, es una perversión política.

Aunque la conexión de la célula organizada en Catalunya con los centros de decisión terrorista sea laxa, el atentado que preparaban tenía un contexto político local, seguramente pretendía incidir en una herida, en el conflicto entre el Estado y Catalunya que afronta semanas decisivas. Pretendía desgarrar la carne donde hay rozadura y herida, sin poder predeterminar si movería a la sociedad en una dirección o la contraria sí que pretendía aprovechar el conflicto político, parasitarlo, apropiarse de la jornada. Han asesinado y mutilado, han hecho daño a mucha gente pero una oportuna explosión los puso en evidencia y los obligó a precipitarse y matar fuera del contexto previsto.

No podemos saber si los atentados moverán el ánimo y la opinión de las personas que van a celebrar su Diada nacional y votar el 1 de Octubre en un sentido u otro, sin embargo sí que han tenido un efecto inesperado para cualquiera: han aflorado las estructuras de un estado. Han catalizado las partículas del ambiente en el que ya estaba viviendo la ciudadanía catalana, lo que era gaseoso o líquido se ha hecho sólido.

La población catalana acaba de comprobar que ya vive dentro de un país propio, perfectamente delimitado: durante una jornada trágica en que sentían que peligraba cada persona y el propio país Catalunya ha estado sóla, contando únicamente con sus propias fuerzas. Y sóla se ha enfrentado a sus enemigos, los ha combatido y los ha vencido con eficacia. La ciudadanía catalana ha vivido en esa jornada histórica la experiencia de la soledad, de la independencia, del valor cívico y, sobre todo, han conocido la evidencia de que en la práctica ya tienen un estado. Los catalanes reconstruyen sus días, su realidad desde si mismos, no precisan de virreyes coloniales.

Esto lo ha vivido la sociedad catalana y lo hemos visto, desde fuera, cualquier ciudadano español que no esté completamente intoxicado por sus medios de comunicación. Catalunya es otro país, con sus estructuras y sus gobernantes; un país que, además, funciona ejemplarmente con profesionalidad, seriedad y eficacia. Un país envidiable. Hace años deseaba que Catalunya fuese la maestra de España, evidentemente ya es imposible y solamente queda a unos la envidia y a otros la admiración. Pero se impone la evidencia de la seriedad de la nación catalana, que ha sido retratada con burla, desprecio y mentiras por los políticos españoles y los medios de comunicación al servicio del IBEX. Esa evidencia entre la opinión va contra la política centralista de Rajoy, el de las 500.000 firmas, y Soraya, la del 10 a 0, una política seguida por el resto de los partidos estatales que le cuestionan a esa sociedad el derecho a votar y decidir.

Los servidores de ese imperio de fantasía que sueñan en la corte madrileña creyeron que Catalunya era una autonomía suya, un país pequeñito, pero acaba de mostrarse a si misma y a los demás desnuda como lo que es, una nación adulta y capaz que por ahora carece propiamente de un estado.

Es cierto que una violencia tan brutal hace que aflore lo peor y lo mejor en la sociedad. Lo mejor se ha impuesto a lo peor. Lo peor ya era conocido, que algo tan terrible haya ido acompañado de un nuevo afloramiento de odio a lo catalán era previsible, por mucho que se quiera ignorar esa xenofobia a lo catalán está muy extendida en la población española, la extienden los partidos y los medios. Unos medios madrileños que, como en toda ocasión en los últimos tiempos, han actuado de forma casi unánime al servicio del PP y el Estado, ya confundidos ambos en una única cosa. Repitiendo como loros de “Yes, we can” o “Imagine” son incapaces de repetir “No tinc por” necesitando traducirlo. Ocultando sistemáticamente la actuación de la policía catalana, los mossos, por “la policía”, cuando a diario se deleitan nombrando a la Guardia Civil y Policía Nacional. Esa perversidad, esa manipulación constante del lenguaje es indicativo de lo que ha regido hasta hoy: la ocultación, la negación y la exclusión de la realidad nacional catalana. Los españoles ignoran, porque sus medios se lo ocultan, que este Gobierno ha excluido a los Mossos de la información estratégica sobre terrorismo que recibían de otros gobiernos, cuando Catalunya era un objetivo principal del terrorismo. Esa muestra de autoritarismo antidemocrático, de colonialismo y de irresponsabilidad criminal es algo inaudito. Los españoles no serán informados de ello pero como los lectores de este periódico sí lo saben no insisto en lo sabido.

Mariano Rajoy y la política española en estos momentos está tragando un sapo muy grande y los españoles asimilando una nueva realidad: bajo este estado hay más de un país y la foto con el monarca no es más que un imperdible obligado por la circunstancia extrema. En esa nueva realidad, quienes armados de la Justicia del estado como arma particular pretenden el encarcelamiento y el embargo de políticos catalanes ¿todavía sueñan con encarcelar a Puigdemont cuando la ciudadanía sea convocada a votar? ¿Con qué autoridad lo haría? ¿Qué autoridad tienen ante la ciudadanía catalana esos políticos que dejaron sus vacaciones para aparecer en una tierra y un país que le es más extraño que nunca? Frente a la autoridad colonial sólo cabe la autoridad de la ciudadanía, la que vota libremente.

stats