Tiempo de ñoñería perversa

Suso De Toro
5 min
Temps de carrincloneria perversa

Miro hacia atrás y veo cada vez más lejos aquella URSS y no sé como situar aquello en la historia, ¿era un país o fue un sueño? No creo que podamos saber aún lo que fue aquel experimento que duró setenta y tres años y que parecía ofrecer una alternativa al curso de la historia.

La historia a partir de un momento determinado, hace ya unos siglos, es el capitalismo. A lo mejor deberíamos dejar de llamarle “capitalismo” a lo que es ya la única civilización planetaria. El TTPI, el tratado llamado de un modo insultante, “de libre comercio” no es un caballo de Troya sino la autorización para que la apisonadora nos pase por encima definitivamente. Un derrotado filósofo judío, Benjamin, entendió que la historia son ruinas y otros vencedores pensadores judíos, Hayek o Friedman, proclamaron el triunfo de la historia. Las cosas se ven de distinto modo si estás bajo el rodillo o si vas conduciendo la apisonadora.

Walter Benjamin queda para artistas y personas melancólicas y el neoliberalismo nos quema la vida en combustión tan rápida que nos deja sin alternativas. El PP de Rajoy ya ha realizado aquí el programa neoliberal, en un par de años veremos como esos cambios políticos cambiaron la estructura de la sociedad. Y ningún programa político de los que se presentan a las elecciones generales se propone revertir esos cambios sociales porque no se puede, si hubiese un verdadero debate, sin demagogia, tendríamos que reconocerlo. Pero no nos enfademos porque no vale la pena, todo el debate político flota sobre un mar de infantilismo.

A lo mejor un día nos podemos parar a hablar con calma de este momento de impotencia que, paradógicamente, está empapado de cursilería y falsedad. Cuando Pablo Iglesias prometió y ofreció a través de los mass media a sus seguidores “alcanzar los cielos” y luego no lo desmintió y lo dio por bueno, “Podemos” situó el lenguaje político y social en un lugar nuevo. Las promesas de los políticos hasta ese momento eran tomadas con relativismo pero en aquel momento un político que concurría por el poder frente a los otros prometía un absoluto, la revolución. Hacia muchos años que nadie hablaba de hacer una revolución. Meses después le regalaba a Felipe VI una caja de dvds de una serie de televisión norteamericana fantástica y le solicitaba audiencia. En principio uno piensa que hay mucha distancia entre una cosa y la otra y que se ha recorrido la distancia a mucha velocidad pero es un error, no hay distancia, todo está en el mismo lugar, la falta de respeto a las palabras, la manipulación del lenguaje con absoluto desparpajo. Por no llamarlo de otro modo.

Personalmente, deseo con verdaderas ganas que el PP pierda las elecciones y que se forme un Gobierno simplemente menos cruel y que intente reparar en lo posible los destrozos sociales de los últimos años pero sé que ni el PSOE ni la coalición de Podemos con Izquierda Unida apoyados por partidos catalanes, vascos, valencianos... pueden revertir la sociedad a la situación de hace cinco o seis años. Los últimos meses desnudaron mucho cinismo, si hace unos meses había sectores sociales que se atrevieron a tener expectación ahora la fatiga y lo visto los conduce a la decepción. Si se quedan ahí será una lástima porque la abstención será el puente por donde la derecha vuelva al gobierno.

Sin embargo la evidencia es que la política española no es capaz de plantear ningún cambio serio, la prueba más evidente es la aceptación de la monarquía por parte de todos. El único cambio de calado lo plantea Catalunya, lo demás es palabrería mentirosa a gritos. No está planteado un cambio social sólo está planteado un cambio nacional. Aunque una cosa esté relacionada con la otra y el cambio que plantea la nación catalana afecta a la nación española.

Los cambios colectivos tienen costes e implicaciones profundas en los intereses económicos y personales, por eso si se pretenden de verdad no soportan la palabrería y piden prudencia y números antes de emprenderlos. Pero en el caso español si algo fue puesto a prueba y demostrado es que el estado, o sea el Madrid de los poderes e intereses, no suelta nada y sigue incansablemente acumulando poder y absorbiendo energías de su periferia. La dialéctica del estado autonómico ya mostró sus posibilidades y sus límites y aceptando ese marco no podrá haber otra relación que la que hay, sumisión a esa metrópoli. España es Madrid, y ahí lo demás somos sus provincias.

En el caso catalán quien ensayó, a su modo pero con todas sus posibilidades, el juego autonómico fue Jordi Pujol. El descrédito actual de su figura no impide que veamos los pros y contras de su intento. La crisis tras el humillante fallo del Tribunal Constitucional, que marcó los límites definitivos del juego, en buena lógica obliga a concluir que aceptar esa relación de sumisión no es posible salvo aceptar el ahogamiento. Entiendo que es muy razonable la conclusión mayoritaria en la sociedad catalana de que debe reclamar su soberanía para decidir el tipo de relación o encaje que quiera tener con España, como entiendo que España sólo aceptará una nueva relación que se vea obligada a aceptar. Me parece que la única política tan digna como democrática es la que negocie desde una soberanía previa.

Ahí es donde veo que está el dilema para el sector de la política catalana agrupado alrededor de Ada Colau y que forma parte de lo que es “Podemos”. Las candidaturas y los grupos parlamentarios de ámbito estatal lo que hacen es reproducir y mantener el estado autonómico actual, reconocen la soberanía que define la Constitución vigente: “el pueblo español”, el único pueblo reconocido jurídica y políticamente. Esa forma de participar desde el punto de vista nacional catalán es un retroceso respecto de la época Pujol, con independencia de las diferencias de modelo de sociedad y derechos sociales y de su aceptamiento del sistema autonómico, Convergéncia era una organización políticamente soberana y, por lo tanto, mostraba y representaba un sujeto político propio catalán.

Me parece un retroceso político tan evidente que es difícil de defender razonadamente en público. Es por ello que, para ostentar posiciones tan débiles en realidad sea necesario envolverlas en la fantasía de las proclamas mágicas e invocaciones a los cielos.

No ha de tardar un tiempo en que sintamos mucha vergüenza de este tiempo de infantilismo y falta de medida que sepulta la realidad y solo esconde la impotencia y la incapacidad. Hay que pedirle a los políticos que no prometan nada que no puedan volver a prometer dentro de seis meses.

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