Ferran Sáez

Guerras generacionales incruentas

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Guerres generacionals incruentes

Los partidos políticos ya han empezado a tirar la caña porque, paradójicamente, esta puede ser la campaña electoral más larga de la democracia española. Cuando hablo de partidos me refiero de manera genérica a la suma de las formaciones políticas, los medios de comunicación con quienes han establecido una relación simbiótica, las asociaciones satelizadas y subvencionadas y las grandes empresas que tienen expectativas de alcanzar -o no- contratos. No es fácil decirlo, pero quien se presenta en realidad a las elecciones siempre es esta cuádruple conjunción de intereses. A partir de aquí, cada uno colocará el anzuelo y su correspondiente cebo en la balsa propia, no en la de los demás. Quiero decir que no creo que el PP busque este mes de junio el voto de la comunidad okupa, ni que Pablo Iglesias visitar conventos hasta hartarse para acaparar el voto de las monjas. Otra cosa son los acentos y subrayados, que varían cada campaña en función, a menudo, de contingencias de última hora. Creo que en estas circunstancias, derivadas de un fracaso sin precedentes, hay un par de acentos que muy probablemente serán activados por los grandes partidos españoles, que ahora son cuatro. Los temas remarcados, sin embargo, tendrán poco que ver con las nociones de derecha e izquierda.

El primero y más previsible de los subrayados ya lo comenté la semana pasada: quien no ponga la cuestión de Cataluña encima de la mesa ya no resultará creíble. Los juegos de manos, en este sentido, se han acabado. Una de las personas que más lo sufrirá será quizás Meritxell Batet, una persona inteligente y preparada pero que ahora ya no puede seguir diciendo que ni so ni ni: deberá decir si sí o si no, claramente; y, según lo que diga, en Albacete la valorarán de una manera y en Girona de otra. Complicado, pues... Los del PP ya dijeron que no, y los resultados en Cataluña han sido lo que han sido: empiezan a rozar la condición de partido extraparlamentario, sin que ello les haya hecho volver a ganar las elecciones por mayoría absoluta. En fin: cada uno sabe lo que hace (es una suposición).

El segundo de los mencionados subrayados está condicionado a la fuerza por el primero, aunque parece razonable pensar que se traducirá de otro modo. A Podemos-IU no les quedará más remedio que apretar el infalible botoncito de los agravios generacionales. La "nueva política" es, en realidad, una obediente repetición de las consignas ideológicas y de la estética tronada de la década de 1970. No necesitarán innovar demasiado, pues. Poco después del Mayo del 68 la izquierda europea se acabó hibridando con los movimientos contraculturales, desvinculándose de una manera evidente del movimiento obrero autóctono (que, por esta razón, ahora vota en masa al Frente Nacional de Marine Le Pen , por ejemplo). El nuevo sujeto revolucionario ya no eran los proletarios a que se referían Marx y Engels, sino los jóvenes urbanos de clase media preocupados por cosas que tenían poco que ver con la sirena de las fábricas. En las primeras elecciones legislativas de la democracia española los trabajadores no votaron en masa al PCE de Carrillo, ni al exquisito PSP de Tierno Galván -ni tampoco, por supuesto, a la legión de formaciones de ultraizquierda que surgieron como setas a finales de los setenta, sino a la UCD, al PSOE y a otros partidos. La conclusión, pues, parecía clara: había que tratar a los jóvenes como clase, no como grupo de edad. Esta estrategia fue tomando cuerpo con las celebraciones populares organizadas por el PCE o el PSUC (como la célebre Fiesta del Trabajo, que en Cataluña fue uno de los principales focos de irradiación de la contracultura). La lucha de clases marxista se trasmudaba así en una confrontación generacional, obviamente de burlones. Los estudiantes se terminaron proletarizando de una forma tan explícita como grotesca: "Son los adultos quienes han decidido hacer la escuela tal como es. Pero eres tú quien la tiene que utilizar: ante todo, es tu lugar de trabajo", podíamos leer en El libro rojo del cole (1979).

El sistema operativo de Pablo Iglesias y de la mayoría de los que piensan como él procesa perfectamente este tipo de lenguaje binario -bueno, en este caso, primario-. El arroyo donde tirará la caña es el de aquellos que hicieron las protestas de Bolonia más para tener fotos como las de papá cuando era joven y llevaba trenca y fular que no por otra cosa. La cantidad de pececillos de este río es considerable. Lástima, sin embargo, que los jubilados a quien Rajoy y Sánchez acojonarán hablando de pensiones y separatismo son muchos más, y aquel domingo de junio irán a votar seguro, en vez de mirar series en el iPad.

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