Ferran Sáez Mateu

La fractura española

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Un fragment del mosaic humà / EFE

BarcelonaEl espacio que hasta hace poco ocupaba la noción de identidad (nacional, de género, etc.) ha sido desplazado, en buena parte, por el de memoria colectiva (pero de carácter igualmente nacional, de género, etc.). Este tipo de historización de la identidad en clave de memoria colectiva constituye una tendencia emergente que, desde la perspectiva catalana, puede ser constatada, por ejemplo, con muchas obras revisionistas provenientes del nacionalismo español en relación al tema de la lengua. Quieren rehacer ad hoc el pasado con la intención de demostrar, por ejemplo, que nunca existió ninguna persecución contra la lengua catalana, etc. De esta manera, en un triple o cuádruple rebote, determinadas obras de ficción se transforman en memoria colectiva, que se confunde con la historia académica y finalmente se acaba transformando en un argumento político incontestable. No estamos ante un revisionismo primario, sino ante algo mucho más sofisticado.

No se trata de algo nuevo. En otros contextos muy diferentes del español, como la antigua RDA, que hoy forma parte de la Alemania unida, la memoria ha sido la salida más funcional a la hora de resolver una identidad extraordinariamente problemática (tan problemática que no quería ser percibida como identidad sino justamente como memoria). De una manera transversal e institucional, el nacionalismo español ha estado muy atento a este tipo de desplazamientos y los ha ubicado en el ámbito de la cultura de masas, y en concreto en la televisión pública.

El ejemplo más evidente es la exitosa serie de TVE Cuéntame, que sustituye los ejes clásicos de la identidad nacional por los de la memoria colectiva, justamente con la intención de reforzar los primeros. Ahora mismo se emite otra serie con guiones de calidad y buenas interpretaciones, El caso, que evoca episodios delictivos relevantes de finales del franquismo. En mi opinión no es un producto ideológicamente sesgado, pero sin duda plantea el pasado reciente de una manera y no de otra y, en este sentido, reconstruye la identidad de un país mediante la reconstrucción previa de su memoria, como hemos explicado antes.

Estos complejísimos juegos de manos entre la identidad, la memoria, la política y los productos audiovisuales pueden aportar luz -pienso que bastante luz- a lo que puede pasar después del 26-J. Porque, de repente, España se ha dado cuenta de que la fractura que auguraba a la sociedad catalana en términos identitarios -o incluso, en el caso de los más apocalípticos, étnicos- era, en realidad, la proyección de un problema propio. Como ocurre en cualquier sociedad moderna, en Cataluña fracturas hay unas cuantas. Paradójicamente, el catalanismo las ha mitigado o suavizado. Las últimas movilizaciones masivas de la Diada del Once de Septiembre son impensables en España, y no porque sean masivas, sino porque son ideológicamente transversales.

El catalanismo político nace a finales del siglo XIX como un movimiento modernizador y, en consecuencia, como un proyecto expresado en términos propositivos. Las peripecias de la historia reciente española, en cambio, eliminaron tentativas similares, desde el regeneracionismo hasta lo que significaban cosas como la Institución Libre de Enseñanza. Esto se traduce directamente en la imposibilidad de expresar un proyecto colectivo claro y decidido; e, indirectamente, en una tensa polarización de imaginarios contrapuestos. Es decir, el problema no es que el himno español carezca de letra; la cuestión de fondo, el problema real, es que resulta impensable que se pueda llegar a consensuar una.

Sea cual sea el resultado del próximo 26-J, y con independencia de las combinaciones de escaños que se puedan producir, la fractura que comentamos seguirá justo donde estaba, y sólo se corregirá de manera puntual yendo a la contra. Esto es lo que permite explicar el carácter estructural y sostenido en el tiempo del anticatalanismo: es la manera más sencilla y eficaz de enmascarar la ausencia de un proyecto colectivo propio. ¿Pudo ser de otro modo, todo esto¡ ¡Por supuesto! En su extraordinaria biografía de Salvador Espriu (Proa, 2013), Agustí Pons da detalles sobre el crucero por el Mediterráneo que realizaron conjuntamente intelectuales catalanes y españoles en plena República, en 1933. Pero resulta que aquel mundo mutuamente respetuoso fue arrasado por la barbarie. Durante la Transición nadie osó recuperarlo. El paisaje de fondo del 26-J volverá a mostrar tozudamente una fractura aún viva, que no se puede tapar con series televisivas ni historias revisionistas.

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