Condenen los abusos

Ayer fueron los que votaban pero mañana pueden ser los que se movilicen para juzgar la corrupció

Maria Sisternas Tusell
3 min
Dos policies nacionals redueixen un noi que oferia resistencia pacífica davant l'escola Joan Bruguera

Vivimos unos días muy tristes, muy amargos. El sábado fue la Fiesta Mayor de mi barrio, y fuimos a ver el “cercavila” y los “gegants” con criaturas. Música tradicional, “balls de bastons”, y actividades impulsadas por entidades. Por la noche, salí al balcón a acompañar la cacerolada, que rebotó por las fachadas de una estrecha calle peatonal tejiendo complicidades entre vecinos. Fueron escasos diez minutos, que sonaron más intensos que otros días, y luego volvimos cada uno a su actividad doméstrica.

Ya a medianoche, unas horas después de acostar a mis hijas, tender la ropa y lavar los platos, me acosté un poco triste. No vi ni las noticias, porque ya sé lo que contarán unos y otros. Prefiero leer, y releeí algunas páginas de Una vida, de Simone Veil. Al cabo de poco tiempo me desperté con el lomo del libro destrozado por el peso de mi antebrazo adormecido: “Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley”, gritaban unos adolescentes instalados debajo de mi balcón. Salí al balcón, cansada, a rogarles como madre que bajaran la voz, que me había costado mucho acostar a las niñas; y, aunque se rieron de mi pijama (yo en su lugar, también lo habría hecho), me hicieron caso.

Hasta el 1-Oct, la agresión al prójimo era un línea roja que nadie había cruzado en Catalunya. Hoy me comentaba un taxista que ha perdido amigos por la cuestión del referendum, pero que votó sí al conocer el estado en que quedó el colegio de su hijo cuando se fue la Policía. Yo no he llegado a ese extremo, pero es cierto que cuesta hablar del tema con personas que no residen en Catalunya. Aquí van estas líneas; porque el dolor se repara con diálogo, intentando comprender lo que sufren los demás.

La violencia contra los ciudadanos ejercida el 1-Oct y la provocación buscada en los días posteriores hasta la huelga general de hoy interpela a todos los europeos. Porque ayer fueron los que iban a votar (los del sí; y recordemos, los del no). Pero mañana pueden ser los que actúen para reformar la Constitución o los que se movilicen para juzgar la corrupción. El miedo es contagioso, pero da fuerza moral para cambiar el estado de las cosas. Leer, escuchar y honrar a personas que lo han combatido con su dignidad es el motor de la vida colectiva.

El domingo 1-Oct, el miedo era palpable en el ambiente. Fui a votar a una hora que prudente para llevar a las niñas, sobre las 10 de la mañana. Llovía, y una mujer de la edad de mi madre nos cobijó debajo de su paraguas. La cola no avanzaba, y la organización del centro cívico daba instrucciones con un megáfono para que la gente mayor y los más vunerables pudieran tener acceso a sillas en una zona tranquila. Pronto llegaron las imágenes de la policía cargando y gente ensangrentada. No quise informarme por los periódicos, así que vi directamente los vídeos subidos al Twitter por usuarios a los que no conozco. Había mucha rabia, mucha voluntad de humillación, y uso de la fuerza absolutamente desproporcionado por parte de la policía. Saqué a las niñas del centro, y fui a votar yo sola a un colegio de otro barrio por la tarde. Allí los ánimos estaban más calmados, pero la gente, exhausta, estaba pegada al móvil y muy atenta a los movimientos de la policía. El Gobierno, por la tele, decía que el referendum no se había celebrado. Pues ante la presencia de que estábamos allí, levantamiento de cejas y suspiros: el referendum sí se hizo, y lo estábamos viviendo en directo. Cuando ya no te puedes ni creer a tu Gobierno, porque lo estás viendo con tus ojos, es que algo se ha roto. En los días posteriores, vivimos pegados internet y las teles internacionales; porque las comunicaciones del Estado no se corresponden con lo que pisamos en la calle.

Entiendo que algunos de mis amigos no compartan la metodología en la convocatoria del referendum. Yo les digo que espero que propongan alguna hoja de ruta viable y realista sobre la mesa; que, hasta el final, me dejaré convencer por una opción viable de encaje con el resto de estados europeos. Que igual que quiero que me respeten, yo respetaré cualquier proposición decente y argumentada. Pero ahora, ante los ataques, las mentiras informativas, y el abuso de las instituciones por intereses partidarios, les animo a que condenen una actitud infame. Quizás estos días sufrimos miedo, pero Rajoy tiene más miedo; Franco, a pesar de su rostro gélido, también tenía miedo. Su miedo es que nos atrevamos a vencer nuestros propios miedos, con educación y respeto a la democracia. Ahora ya no es la defensa de la autodeterminación; hay que combatir el fascismo. Otra vez.

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