Marina Subirats

Dos izquierdas irreconciliables

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Manuel Valls

La propuesta de Compromís, ayer mismo, de un gobierno "plural y de cambio" junto con el PSOE y Podemos duró pocas horas. ¿Unos políticos incapaces? Desde mi punto de vista es mucho más complicado. Desde París, el episodio me recordó una frase de Manuel Valls de hace pocos días: "Hay dos izquierdas irreconciliables". Lo decía refiriéndose a Nuit Debout, el movimiento de protesta que poco a poco se extiende por las ciudades. Si alguna virtud tiene Valls es que habla claro, sin muchos tacticismos. Tiene razón: el Partido Socialista representa una opción totalmente distinta a la que apunta la gente que discute en la plaza de la República y en muchas otras plazas francesas. Una desavenencia previsible, que no es sino otra versión de esto que estamos viviendo en España: el imposible acuerdo entre dos izquierdas.

La plaza de la República es ahora una síntesis de las contradicciones y dificultades de Francia, e incluso de buena parte de Europa. Por un lado, miles de velas humildes, improvisadas, al pie de la estatua central, acompañadas de nombres, de frases de rechazo, recuerdan los atentados de Charlie Hebdo y del pasado noviembre, el horror de este terrorismo que puede estallar en cualquier momento y en cualquier lugar, que hace la vida más incierta, más dependiente de un azar incontrolable. Las velas se renuevan, nadie quiere olvidar. Pero más allá de la estatua, llenando toda la plaza, una multitud más o menos densa según el momento del día o de la noche discute sin tregua, monta puestos, escribe consignas, organiza emisoras y asambleas. Jóvenes y no tan jóvenes, marginados y bobos -la abreviatura de moda de "burgeois-bohémien"-, hombres y mujeres, blancos, negros, amarillos y de todas las combinaciones posibles. Un panorama similar al que se vivió en Barcelona con el 15-M, pero más diverso, más coloreado también: un grupo que se explica sobre Mali, otro sobre los refugiados sirios, más allá sobre la situación de Brasil. Y un árbol ya luce el cartel: "¡Atención, no piséis, ya hemos plantado la cosecha! ¡Derecho a sembrar para todos!"

Partiendo de la protesta contra la nueva ley de trabajo presentada por el gobierno, que sigue la línea -aunque mucho menos duramente- de la reforma laboral española, las reivindicaciones se multiplican, el malestar toma la palabra. "¡Estamos hartos!" es la frase más presente. Encima de este cansancio, sin embargo, hay que construir algo nuevo, reinventar la sociedad, las relaciones, el mañana. Todo es aún muy general, muy teórico, y está buscando la confluencia de utopías nacidas al calor de luchas diversas: la igualdad entre hombres y mujeres, la conservación de la naturaleza, la profundización de la democracia, la desigualdad creciente, el anarquismo. La irresistible necesidad de volver a sentirse parte de una sociedad en marcha, de un grupo que vive en común, que se reencuentra, que se redefine, lejos del individualismo neoliberal diseñado para favorecer la lucha de todos contra todos.

Cerca de la plaza, sin embargo, o incluso en su centro, según los momentos, un tercer protagonista: el gobierno ha mandado a la policía, y unos agentes de imagen Robocop alinean los coches en las calles cercanas, cierran la estación del metro , vigilan y, de vez en cuando, saltan sobre manifestantes y peatones y calientan a unos cuantos. He aquí otra izquierda, también avanzando a ciegas. Comprendo tu malestar, pero qué quieres, hay lo que hay, hago lo que puedo, dice Hollande en la tele. Y manda a la policía a zurrar, pero sólo un poco, sólo de vez en cuando. Vacía la plaza y deja que se vuelva a ocupar -me recuerda algo, por cierto, ¿no era la plaza Cataluña?-. Al día siguiente destina 500 millones a la gente joven. Inútil: no convence a nadie. Con una popularidad de un 14%, está en el momento más bajo de toda la legislatura.

¿Qué pasará el año que viene, en las elecciones presidenciales? Es una incógnita que da cierto miedo, porque puede ganar el Frente Nacional con Marine Le Pen. La debilidad de la izquierda es sorprendente, dada la crisis económica y social. El Partido Socialista ya no es una alternativa creíble: las presiones de las grandes corporaciones, la gestión de los intereses que se comen Europa, la falta de coraje, las disputas internas, lo han convertido en un partido a la deriva, sin proyecto propio. Durante años la socialdemocracia repartió una parte de los excedentes. Se acabó, esta parte ya no existe, devorada por una clase corporativa demasiado potente.

Ante los problemas que tiene Francia, que tiene España -Cataluña incluida-, que tiene Europa, debe surgir otra izquierda, que ya no puede ser más que anticapitalista, y por eso irreconciliable con la izquierda oficial, que todavía intenta poner parches. Pero esta nueva izquierda no acaba de nacer: Nuit Debout ya dura tres semanas, persiste, pero no arranca del todo; es, sobre todo, una fiesta que permite encontrarse y soñar un rato. Los trabajadores, los sindicatos, no se apuntan. Unos porque lo ven como una cosa de estudiantes, demasiado teórica y discursiva, sin posibilidad de dar soluciones concretas a unos problemas muy urgentes; los otros porque, simplemente, tienen miedo de que les piten, como parte de este "establishment", de esta "casta" detestada.

En España, esta nueva izquierda ya ha nacido, y se llama Podemos, Compromís, En Común, las CUP, etc. Nace desde abajo, y eso es una buena señal, con la necesidad común de avanzar en la democracia. Aún así, estamos viviendo la improvisación, las dificultades externas e internas. Pero hay que ir rápido, que los tiempos se aceleran: no sólo es indispensable una acción común en cada país, sino la internacionalización, la construcción de una izquierda europea sólida. Si no se consigue, incluso el gran proyecto europeo corre peligro.

En este sentido es posible que mayo, con los encuentros comunes que han programado Nuit Debout y el 15-M, aporte un nuevo empuje de las que los mayos nos regalan de vez en cuando. Y que los partidos políticos, en este momento, no parecen capaces de hacer posible.

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