ENTREVISTA

"Si me volviera a pasar, me volvería a comer a los muertos"

Roberto Canessa fue el superviviente más joven del accidente aéreo de los Andes. Tenía 19 años cuando recorrió 80 kilómetros para salvar su vida y la de los otros 15 supervivientes

Elisabet Escriche
4 min
Canessa, al CosmoCaixa de Barcelona, és actualment el cap  de Cardiologia de l’Hospital Italià de l’Uruguai.

Cuando Canessa explica la barbarie que vivió en los Andes durante 72 días lo hace con una aparente normalidad. Es la defensa para evitar, reconoce, que todo se le remueva. Hay dos momentos, sin embargo, en que le cambia la expresión de la cara: cuando recuerda la avalancha y cuando los supervivientes -alguno de los cuales murió- acordaron que si morían entregaban su cuerpo para que los demás dispusieran de él. En Tenía que sobrevivir (Alrevés Editorial), con la ayuda del coautor Pablo Vierci, relata cómo los Andes despertaron la vocación para salvar vidas de Canessa: es médico y está especializado en cardiopatías congénitas en recién nacidos.

Se han hecho películas, documentales y otros libros sobre el accidente. ¿Por qué decide contar su historia casi 45 años después?

El libro es una respuesta a quien nos pregunta qué pasó después de los Andes y cómo nos cambió la vida.

¿Y como les cambió?

Me dio más humildad, me hizo valorar a la gente que lo deja todo para ayudar. Actualmente nadie hace nada por nadie. Cae alguien muerto y todo el mundo corre para no salpicarse. Me hizo tomar conciencia de hasta qué punto somos miserables y egoístas.

Perdió 30 kilos, durmió a 30 grados bajo cero, atravesó los Andes en 10 días para buscar ayuda ... ¿Qué fue lo peor?

La incertidumbre, no saber qué me pasaría, si viviría o no... Allí aprendí la fragilidad de la vida y lo fácil que es morir. Tener la sensación de muerte inminente es impresionante, es muy difícil convivir con eso. La única manera de soportarla es pensar: si muero no me importa.

Y el momento más duro, ¿cuál fue?

La avalancha que padecimos pocos días después del accidente. Me demostró que, cuando crees que no puedes estar peor, puede llegar algo que te acaba de hundir. La muerte es lo único que te puede frenar de empeorar.

Dice que ha oído muchas veces que se salvaron porque se comieron los muertos. ¿Cómo se siente cuando se lo dicen?

Si este es el precio que he tenido que pagar para sobrevivir, es un buen precio. Ahora bien, es una conclusión simplista y me siento con el deber de que la gente conozca realmente la historia y no se quede sólo con esta parte, que entiendo perfectamente que es la que más impresiona en una sociedad civilizada. Además, yo ya no soy esa persona, tenía 19 años, no me dolían la espalda ni la rodilla...

¿Quiere decir que ahora no lo haría?

[Silencio] Es una buena reflexión... Aunque pienso que el chico de los Andes era otro, si me volviera a pasar, claro que lo volvería a hacer... En situaciones extremas el estómago manda, aunque me daría asco. Lo que también tengo claro es que ahora no podría atravesar los Andes [sonríe].

¿Cómo afecta vivir un momento así?

Es denigrante, humillante, de miseria humana, muy triste... Es la máxima pobreza que puede sufrir el ser humano.

¿Es para liberarse de estos sentimientos que lo primero que le dijo a su madre fue: "Nos tuvimos que comer los muertos"?

No, sencillamente quería que supiera todo lo que me había pasado. Como cuando un niño llega a casa después de la escuela. Necesitaba decirle cómo me había ido, cómo había sido todo de horroroso.

¿A qué se aferró para seguir vivo?

Hay un lema en la montaña: "Mientras hay vida hay esperanza... y quizás un mañana. Nos estábamos muriendo pero en cualquier momento un helicóptero podía venir a salvarnos. Me cogía a la vida, a todo lo que estuviera lejos de la montaña, que era quien me iba matando.

¿Cuál fue la clave para salir de allí?

Sin lugar a dudas el trabajo en equipo. Teníamos un objetivo común: sobrevivir. Como una empresa donde no puedes echar a nadie, tienes que convivir las 24 horas del día y no te puedes permitir el lujo de desanimarte.

¿Cómo logró convivir con este episodio?

Ayudando a vivir a las familias de los que no volvieron, formando de nuevo el equipo de rugby, incorporando a hermanos de jugadores que habían muerto, siendo campeones ese mismo año... En definitiva, honrar la memoria de los que habían perdido la vida. Como comunidad lo vivimos de manera muy sana y natural. La humanidad esto lo ha perdido, ahora te envían directamente a un psiquiatra.

Volvió a la Facultad de Medicina, se casó y decidió especializarse en cardiopatías congénitas complejas que afectan a bebés. Mantuvo la muerte cerca...

Decidí seguir caminando, como hice para salir de los Andes, pero yo creo que acompañado de la vida, porque la muerte ya está decidida para estos niños; su pronóstico es la muerte. Lo que yo tengo es la posibilidad de darles la vida. ¿Sabes cómo llega a ser de bonito y espectacular vivir un día a día así? ¿Que una niña que era un feto enfermo pueda acabar dándote un beso cada día?

¿Y cuando se mueren?

Nos acabaremos muriendo todos. Mientras tanto, la medicina seguirá encontrando nuevos tratamientos para gente que, como yo -que hay mucha-, decida desafiar las estadísticas.

¿No tiene miedo de la muerte?

Creo que no. Las veces que me ha tocado morir he estado allí esperando a ver qué pasaba y sigo aquí.

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