La metamorfosis de los moderados

Puigdemont y Mas deberán no confundir la vehemencia de Twitter con la posición real de una opinión pública cansada y, de momento, aún más indignada con el Estado que con sus líderes

Esther Vera
3 min
Lamartarile

La revolución de las sonrisas empieza a entender que en algún momento el rictus se congelará. El gobierno central se mantiene en la posición inamovible de renuncia a hacer del diálogo una herramienta política y sus moderados están atenazados por el corazón griego que llama a la defensa de España y de la hidalguía como método. Truena la España del imperio dolido, la del estado contra los irreductibles que resisten en la aldea próxima a la Galia, y que atacará por "tierra, mar y aire". Por suerte y buenas decisiones comunes, los millennials de este estado democrático, que han ido de Erasmus, no saben quién es el general Espartero. El Duque de la Victoria, que pasó a la historia con la máxima de que "hay que bombardear Barcelona cada 50 años para mantenerla a raya".

Esta semana hemos visto una fotografía histórica con González, Aznar y Zapatero reunidos en la gran coalición contra el referéndum en Cataluña. La fotografía demuestra claramente hasta qué punto es fuerte el cemento que une cuerpos aparentemente tan diferentes. Es una fotografía de consumo interno para la España que quiere mano dura y que debería incomodar a los restos del PSC. Ni Zapatero defiende ya su propio legado. Su intuición reformadora quedó devorada por la realidad, su incapacidad y las fuerzas de la reacción. La nulidad en la gestión de la crisis económica hizo el resto.

El gobierno del PP y el PSOE comparten contra el referéndum la estrategia que ya votaron con la ley de seguridad nacional. Permitiría recuperar competencias y nombrar una especie de virrey. Si el PP cree que es inviable el referéndum resulta incomprensible que pueda creer que es factible el retorno de gobernadores civiles reforzados en sus competencias en Cataluña.

Cuando empiezan las llamadas a la calma es que algo va mal, y es cuando llegan las simplificaciones y las llamadas a la adhesión acrítica. Al cierre de filas. También es cuando conviene que cada uno valore el precio de su libertad y sus límites y si es necesario se entregue al designio de la ira de los demás.

Dentro del gobierno catalán la temperatura llegó al punto de ebullición con las afirmaciones de Jordi Baiget, que había destacado hasta ahora por su discreción y el perfil de obediencia masista. Expresaba dudas sobre la viabilidad del 1-O y malestar por la falta de información sobre la estrategia. La firmeza de la reacción del presidente Puigdemont, el cese de Baiget y la sustitución por el conseller de la heterodoxia, Santi Vila, se vivió en círculos del PDECat como un acto de alevosía a los sectores moderados, que temen no sólo las consecuencias personales sino lo que califican como la "disolución del centroderecha dentro de la estrategia de ERC". El centro liberal tiene una tarea de reconstrucción ideológica pendiente y no será fácil, porque el sistema de partidos hace tiempo que explotó, no se puede pensar en el post 1-O en los términos actuales y la reconstrucción será posible cuando se haya resuelto el pulso con el Estado y las sentencias judiciales. Diferentes sectores del PDECat se sublevan cuando ven que ERC capitaliza el Proceso a pesar de que, hasta ahora, las consecuencias judiciales han recaído sobre los actores del 9-N.

Mientras tanto, Puigdemont y Mas deberán intentar llevar sus tropas al límite de su naturaleza y no confundir la vehemencia de Twitter con la posición real de una opinión pública cansada y, de momento, aún más indignada con el Estado que con sus líderes.

Los demócratas cerraron filas ayer con el presidente Puigdemont, a pesar de los chirridos de esta semana. Muchos son conscientes de que ha llegado el momento de renunciar a algunos de sus valores para defender un objetivo principal: convocar a las urnas y apoyar o ponerse detrás del presidente. Pero la unidad se deberá renovar a cada paso.

El éxito del Proceso es convencer a aquellos que dudan, que son conscientes de las dificultades, que se plantean límites. Que no vacilarían si contra la pared les preguntaran si son leales al presidente, pero que no defienden la revolución sino la votación. Una convocatoria de un referéndum en condiciones que sea reconocido por Europa, o al menos respetado. El éxito del referéndum está en parte en aquellos que se aproximarán a votar si no se les señala, si la oferta es mejor, si la campaña es limpia y el debate respetuoso con su inteligencia y sus derechos. Las excepcionalidades son venenosas. Si se necesitan para convocar el referéndum y hacer frente a un desafío abierto al Estado, deberán ser claras, explicables en el marco europeo, respetuosas con el debate. Las guerras en la zona euro en 2017 se hacen votando. Una persona, un voto. Eso es todo, y si se quiere legitimar el referéndum se deberá llegar a él respetando a los que quieren votar no y a los que aún dudan.

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