Josep Ramoneda

Pesimismo y pasión

3 min
Setge fiscal

1. Vanas creencias. Tras el previsible no de la CUP a Mas (la única sorpresa es que haya tardado tanto y haya sido tan ajustado), ahora toca dar la extremaunción al proceso y buscar cabezas de turco, porque cuando se opera en nombre de bienes superiores se necesitan traidores para justificar los obstáculos. André Glucksmann decía que el desconcierto palpable de su madre, cuando ya era mayor, le enseñó, sin decir ni una sola palabra, hasta qué punto las convicciones entusiastas terminan en crueles decepciones. Ahora toca dar el proceso por muerto: lo hacen en Madrid con entusiasmo, pero sin tenerlas todas consigo, lo han enterrado ya muchas veces y ha vuelto a reaparecer. Y lo hacen ciertas voces del soberanismo con un fatalismo que ya resulta tópico: una vez más el enemigo estaba en casa, nos lo hemos liquidado nosotros mismos.

El carácter ciclotímico del proceso, pasando sin solución de continuidad de la fase del entusiasmo infundado a la fase del pesimismo irritado, no es ningún trastorno psicológico nacional. Es el fruto de una estrategia equivocada porque se ha fundamentado en unas expectativas que en ningún momento han sido reales. Y cuando esto ocurre, cuando se hace creer que el objetivo está al alcance de la mano, y se encadenan las metas decisivas sin que se vislumbre la llegada a destino, la frustración es natural e inevitable. La independencia se aleja, la independencia queda en el aire, dicen los diarios. No, ni más lejos ni más cerca que el día antes de la decisión de la CUP. Nunca ha estado a la vuelta de la esquina. Una elemental lectura de las relaciones de fuerzas permitía verlo desde el primer momento. Algunos, pocos, desde el mismo mundo independentista, lo dijeron siempre, otros lo han descubierto ahora y parece que no se acuerdan de su contribución a inflar el globo. La espiral del silencio se impuso y mucha gente se lo acabó creyendo. Pero no basta con creérselo para que las cosas pasen. La fe tiene que ver con los milagros, no con la rugosa realidad de la política. Y esta dice que para lograr la independencia queda muchísimo camino por recorrer, que el capital electoral acumulado, aunque haya crecido mucho en los últimos años, no es suficiente. Que la lógica de excepción está agotada. Y, por tanto, que el tiempo de las listas únicas y de la reducción monotemática de la política a la independencia ya no da más de sí. Los que aún sigan prometiendo la desconexión para dentro de dieciocho meses estarán vendiendo humo, y los que quieran repetir coaliciones como Junts pel Sí, o no se han dado cuenta de lo que ha pasado o buscan desesperadamente refugio para sus propias debilidades. Si formar gobierno ahora era tan decisivo para la suerte del proceso, ¿por qué el presidente Mas no deja paso a otro que pueda hacerlo posible? ¿O es que él es más importante que el proceso?

2. sabias pasiones. Es incomprensible que durante tres meses se haya querido creer, contra toda lógica, que la CUP acabaría dando el sí. Y que Mas se cerrara la puerta a cualquier otra opción con la inefable declaración de secesión del Parlamento de Cataluña. Consciente o inconscientemente, todo se ha hecho para llegar donde hemos llegado. No es casualidad. Es la consecuencia natural de un proceso conducido desde la ficción de que estábamos a punto de llegar al destino final. Una ficción que servía para movilizar al personal y para tapar muchas miserias que aparecían por el camino, pero a la que tarde o temprano le tenía que llegar su momento catastrófico. Aquel momento en que el desagradable principio de realidad dice que queda mucho por hacer, que el trayecto es largo y cuesta arriba, y todo se frena de golpe. Y este momento, paradójicamente, fue el 27-S.

Ya hace tiempo que en la política -y en la creación de opinión- se echa de menos, a un lado y otro, aquella peculiar capacidad para la distancia que nos ayuda a liberarnos de las trampas de los tópicos y del sentido común, a discernir cuándo llega el verdadero momento de oportunidad y a no confundirlo con la ilusión. Esta virtud la dan tres sabias pasiones del alma definidas por Joan Fuster en su Diccionari per a ociosos. El escepticismo, único correctivo al embobamiento, siempre sensible a lo que es concreto. El cinismo, figura a la que no se opone el virtuoso sino el puritano y el crédulo. Y el egoísmo, el souci de soi que diría Michel Foucault, que da fundamento al coraje de la verdad.

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