Suso De Toro

Gregorios y Víctores

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No hay mejor muestra de la incapacidad de la cultura española para ser autocrítica que lo ocurrido estos días con un libro de Gregorio Morán. Si algo prueba que la vida cultural española es una institución que forma parte sin fisuras del sistema político instituido en las últimas décadas en España es lo ocurrido estos días con un libro que, por lo que hemos podido leer, repasar críticamente la institucionalización de la cultura española. La editorial no se atreve a publicarlo y se vuelve atrás. Si ese libro no se púbica al fin parecerá que se basa en falsedades e insidias o bien que todo lo que dice es la verdad de las cosas y por ello se lo ahoga.

Creo que Gregorio Morán es un caso único en el periodismo en España, uno de esos intelectuales que son algo así como el canario que bajaba a la mina, su canto era la garantía de que había aire y se podía respirar sin asfixiarse por el gas. No tenemos por que concordar con todas sus opiniones y su visión de las cosas, pero su presencia y su trabajo es inestimable pues dice todo tipo de inconveniencias imprescindibles, dice lo que no se dice y lo que no se debe decir. Lo paradójico de la libertad de expresión es que la Catalunya que Morán fustiga es la garantía de que él pueda seguir haciendo su trabajo de intelectual desmitificador. Su presencia en la prensa es la medida de la libertad de expresión en España, o deberíamos decir en Catalunya, pues en la prensa madrileña es absolutamente inimaginable una expresión semejante.

Pero la noticia es ese libro en el limbo editorial, un libro en el que, por lo visto, además de retratar un mundo cultural burocrático y fuertemente controlado, salen malparadas algunas figuras, entre ellas la de Víctor García de la Concha. Sabiendo de la profesionalidad de Morán estoy seguro de que cualquier dato que figure en el libro fue contrastado, imaginamos que al fin será editado y podremos leerlo, y por eso creo que debo decir algunas cosas acerca de García de la Concha que probablemente no figuren en ese ni en ningún otro libro y que deben ser tenidas en cuenta, porque una carrera en la vida pública, como es la suya, puede proporcionar gratificaciones sicológicas y económicas pero también conlleva precios enormes, como ser sometido a escrutinio público.

Cada uno debe dar testimonio de lo que conoció cuando lo requiere la ocasión y como yo también anduve algo por el medio o por los alrededores estos años y como conocí a Víctor debo contar que es una de las pocas personas, de los poquísimos intelectuales, que trataron con respeto a las personas que tienen por suya otras lenguas que el castellano en España. Y, teniendo en cuenta ese gran vacío y la extrema mezquindad con que han sido tratadas esas personas y esas lenguas me parece que demostró, además de inteligencia, valentía y generosidad que merecen reconocimiento.

Hace un año, en septiembre, hubo el último Encuentro de Verines, en Asturias. Esos encuentros de escritores y críticos fueron una invención de García de la Concha desde la universidad de Salamanca con el patrocinio del Ministerio de Cultura, y fueron el único espacio donde pudieron tratarse en una situación de igualdad escritores y escritoras en las lenguas que reconoce la Constitución vigente, castellano, catalán, vasco y gallego y donde acudieron siempre, como que era en su casa, escritores en asturiano. El año pasado se escenificó allí el final de un tiempo y de una relación de la literatura catalana con la cultura española, sentados uno al lado del otro, el presidente del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, y el presidente del Ramon Llull, Alex Susanna, no compartían ya un mismo espacio. Solo se podía levantar acta de una ruptura en España, llegados aquí era imposible ya otra cosa.

La vida de un modo u otro se continúa pero hace un año se acabó el último intento de mantener puentes en ese plano. Habrá vida y habrá ocasiones, si no es de un modo será de otro pero como estoy agradecido a los encuentros de Verines, donde hice amigos entre escritores en lenguas distintas a la mía y donde se me aparecía una España tolerable, debo recordar ese compromiso de García de la Concha con la realidad del Estado Español y con la comprensión hacia los demás. Víctor en una España donde la consigna es no moverse para salir en la foto y donde reina la mediocridad es un hombre de acción, como quería Ignacio, y no dejó de hacer lo que creía que debía. Como todos, unas veces acierta y otras no, quise recordar un acierto que pocos le agradecieron y nadie le va a agradecer.

Una sociedad libre y también dialogante precisa Gregorios y Víctores, cuando se precisen ingenieros de puentes piensen también en García de la Concha.

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