Islandia: la isla de hielo fascina al mundo

En 2017 se espera que el país más despoblado de Europa reciba dos millones de turistas, siete por cada uno de sus habitantes, que llegan atraídos por un paisaje extremo que cautiva tanto en verano como en invierno

Texto Y Fotos: Xavier Moret
11 min
La cascada de Skógafoss, a la costa est d’Islàndia, és una de les més espectaculars de l’illa. A l’estiu l’envolta un verd meravellós; a l’hivern es transforma en un paisatge en blanc i negre. I sempre  és una atracció turística.   A l’esquerra, blocs de gel damunt la platja de sorra negra de Jökulsárlón. A sota, a la pàgina anterior, bassa d’aigua calenta a Landmannalaugar, a l’estiu, i la cascada Gullfoss, a l’hivern. En aquesta pàgina, la varietat del paisatge islandès.

Que Islandia es un país maravilloso ya hace tiempo que no es ningún secreto. El paisaje volcánico, los glaciares gigantes, las cascadas de diferente formato, los lagos de agua caliente, los fiordos, los caballos, los elfos y el sol de medianoche cautivan desde hace años a miles de turistas. Curiosamente, fue la revolución silenciada de los islandeses, surgida a raíz de la crisis económica del 2008, lo que comenzó a disparar el número de turistas. También ayudó, dos años después, la erupción del volcán Eyjafjallajökull. Como si se tratara de un fenómeno paranormal, de repente gente de todo el mundo tuvo ganas de viajar a esa isla remota que se sublevaba contra la corrupción y tenía un volcán que escupía unas cenizas que provocaban el caos aéreo en Europa.

El hecho de que varias series y películas de éxito, como Juego de tronos y La vida secreta de Walter Mitty, se hayan filmado en Islandia hizo crecer aún más las ganas de viajar allí. Y por si todo esto fuera poco, un vídeo de Justin Bieber, con más de 350 millones de visualizaciones, ha pregonado en todo el mundo la belleza de los paisajes islandeses. El resultado es que Islandia está haciendo el pleno, con una diferencia importante: antes el turismo iba sólo en verano; ahora va todo el año.

Entre el año 2000, cuando visitaron Islandia 302.900 turistas, y 2016, en que fueron 1,7 millones, el salto ha sido espectacular. Pero es que en 2017 se espera que se cierre ¡con más de 2 millones de visitantes! Esto quiere decir que, si tenemos en cuenta que los islandeses son 330.000, habrá siete turistas por cada islandés. Como suelen decir allí, con humor: "No tenemos inodoros para toda esta gente".

Islàndia : l'illa de gel fascina el món

1.

Una aurora boreal como bienvenida

Me confieso seducido por Islandia. He ido una docena de veces y seguiré yendo. En mi último viaje, en febrero pasado, volé acompañado de un buen amigo, el fotógrafo Andoni Canela. Aterrizamos de madrugada en Keflavik, a cinco bajo cero, en un aeropuerto dormido donde, a pesar del tiempo, los islandeses compraban alcohol compulsivamente en las tiendas libres de impuestos.

Antes de salir, tuvimos que rascar el hielo del parabrisas del coche alquilado. No había ninguna duda: era invierno. De camino hacia Reikiavik, el campo de lava imponía un silencio atávico; había muy pocos coches, pero las farolas escupían un exceso de luz. Aún así, no tardamos en ver unas luces en el cielo que se insinuaban como una aurora boreal. No nos lo pensamos dos veces: salimos de la autovía y nos adentramos en el campo de lava por una pista.

De golpe todo estaba oscuro. Aparcamos tras unas rocas, apagamos el motor y vimos cómo iban tomando forma unas hipnóticas luces verdes que subían y se multiplicaban en el cielo siguiendo el ritmo de una música secreta. Mientras las admirábamos, recordé lo que me dijo el escritor Einar Már Gudmundsson: "Las auroras son el yoga de los países nórdicos".

Aquel resplandor en medio del campo de lava era tan excitante y misterioso que nos invadió la euforia. "¡La aurora nos da la bienvenida a Islandia!", Gritábamos como locos, mientras entendíamos que los islandeses crean en elfos y espíritus. Al fin y al cabo, se trata de una tierra diferente que reclama una mitología arraigada al paisaje volcánico.

Pasamos un par de horas distraídos con la aurora, solos en medio de la noche, hasta que el frío nos convenció de ir hacia Reikiavik. Volvimos a la carretera y, cuando ya estábamos a punto de llegar, un coche de policía, creyendo que veníamos de una noche de marcha, nos detuvo para hacernos el test de alcoholemia.

El resultado fue negativo y los dos nos pusimos a reír, liberados. Por unos instantes habíamos temido que la euforia que contagia la aurora tuviera unos efectos como los del alcohol. La embriaguez mental que sentíamos era, al fin y al cabo, bastante parecida.

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2.

Muchos más hoteles en Reikiavik

Reikiavik es una ciudad cosmopolita, a medio camino entre el modelo urbano europeo y el norteamericano, que no para de crecer. A raíz de la crisis económica de 2008, las grúas de la construcción desaparecieron; ahora, sin embargo, la fiebre constructora ha vuelto. "Pasamos un mal momento en 2008 -me resumió mi amigo Einar-, pero ahora las cosas van mejor. Hemos echado a los corruptos del poder y tenemos la ventaja de vivir en un país pequeño y endogámico, donde la familia siempre ayuda. Además, el turismo está aportando muchos ingresos".

Einar tenía razón: Islandia va a más. En el centro de Reikiavik se veía mucha más gente, sobre todo turistas. "Desde hace pocos años tenemos turismo también en invierno. Los orientales locos por las auroras boreales", me comentó Hanna, una amiga que trabaja en un negocio turístico. "Viajan a Islandia para verlas, pero sólo tres días. No se dan cuenta de que si el cielo está tapado, no las verán. Las auroras son como prima donnas".

El centro estaba lleno de japoneses, coreanos y chinos que hacían fotos de todo lo que se movía, y de lo que no. Los veías en bares como el Kaffibarinn o el Prikid, o haciendo cola en la cabaña de Beztu Pylsur, donde dicen que hacen los mejores pylsur (hot dogs) de Islandia. De todos modos, la oferta gastronómica de la capital ha mejorado en los últimos años, hasta el punto de que ahora hay un restaurante con una estrella Michelin, el Dill. Ya no todo se reduce a pylsur y al bacalao cocido con patatas.

La plaza del Parlamento, escenario de manifestaciones durante la crisis, estaba vacía. Había vuelto la calma. El Hotel Borg, el clásico de la isla, continuaba llamando la atención, pero en el centro habían aparecido muchos otros hoteles. "Construyen hoteles sin parar", me informó Hanna. "Reikiavik tendrá un 50% más de plazas hoteleras en tres años. Además, los apartamentos se han encarecido, ya que la gente prefiere alquilar a los turistas".

"En Reikiavik no hace tanto frío", me dijo Hanna para justificar el turismo de invierno. "De vez en cuando cae una gran nevada, pero hay muchos días de invierno sin nieve. Además, aquí tenemos la energía geotérmica para calentar las casas. En verano la vida se hace en el exterior, pero en invierno todo se concentra en las casas o en los bares".

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3.

El Círculo Dorado

Sea verano o invierno, el llamado Círculo Dorado es una excursión obligada en Islandia. Se trata de ir cerca de Reikiavik para visitar el precioso valle de Thingvellir, donde se reunía el antiguo Parlamento, los géiseres y la cascada de Gullfoss. Por el camino se pueden ver los simpáticos caballos islandeses; la casa de Halldór Laxness, Premio Nobel de Literatura de 1955; la falla que separa la placa euroasiática de la americana, y paisajes que evocan las sagas, el gran tesoro cultural de esta isla que no comenzó a poblarse hasta el 874.

Una de las cosas que me maravillan de Islandia es que casi puedes ver en directo cómo se van haciendo la geología y la historia. El país hierve, literalmente, y partiendo de El libro de los islandeses, que recoge los nombres de los primeros colonos de la isla, los islandeses de hoy pueden trazar el árbol genealógico a través de la web www.islendingabok.is. Mi amigo Einar, sin ir más lejos, descubrió navegando en ella que es primo tercero de Björk y descendiente del guerrero poeta Egil, un gran personaje de las sagas.

Una prueba que los islandeses aman a fondo la historia y la cultura es que cuando llegó la independencia, en 1944, una multitud fue a celebrarlo en Thingvellir. Años después, en 1971, una multitud fue a recibir al puerto los manuscritos de las sagas, llegados de Dinamarca. Otra fiesta destacada, aunque en otro sentido, es el Día de la Cerveza, que celebra cada 1 de marzo el día de 1989 en que la cerveza dejó de estar prohibida.

La cascada de Gullfoss, rodeada de verde en verano y de blanco en invierno, parece desbordada por el turismo. Viendo el fervor con que hoy la retratan los orientales, cuesta creer que estuvo a punto de ser anulada por una central eléctrica.

En invierno, cuando se hace de noche, son muchos los coches que salen de Reikiavik hacia Thingvellir para poder ver auroras lejos de la contaminación lumínica. En febrero pasado, rodeados de nieve y a quince bajo cero, Andoni y yo estuvimos de suerte y vimos una tan espectacular que nos dieron ganas de aplaudir.

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4.

La vuelta a la isla

Dar la vuelta a la isla por la carretera número 1 es una de las mejores cosas que se pueden hacer en Islandia. Data de 1974 y sus 1.332 kilómetros discurren por paisajes de gran belleza. En verano es fácil circular; en invierno es más complicado, pero también se puede hacer si el tiempo ayuda y el coche está bien equipado.

Vale la pena consultar dos webs antes de hacer la vuelta: la del servicio meteorológico www.vegur.is y la de carreteras www.road.is. Van bien para saber qué te encontrarás. Por cierto, todo el centro de la isla está cerrado en invierno. En verano, sin embargo, es bueno ir en todoterreno para hacer excursiones por los bellos paisajes de Landmannalaugar. Allí, entre colinas de diferentes colores, tienes el aliciente añadido de poderte bañar en una riera de agua caliente.

En febrero pasado, gracias a un resquicio de buen tiempo, pudimos completar la vuelta a la isla en invierno. Al día siguiente, cuando una gran nevada obligaba a cerrar todas las carreteras del país, recordé lo que me había dicho el escritor Hallgrímur Helgason: "Cuando en invierno sopla el viento y no puedes ni salir a la calle, te quedas encerrado en casa y te sientes como en Siberia. El punto civilizado más cercano está muy lejos y si sales en coche la siguiente área de servicio puede estar a tres o cuatro horas".

En los últimos años las cosas han cambiado, gracias a los muchos extranjeros que visitan Islandia en invierno. Ahora hay más hoteles, más estaciones de servicio y más coches, hasta el punto que el gobierno está estudiando gravar con un impuesto los neumáticos de clavos. Y es que cada año hay más coches de turistas equipados con clavos que deterioran el asfalto.

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5.

Cataratas, campos de lava y glaciares

En la costa este, donde hay algunas de las grandes postales de Islandia, el turismo ha pasado a ser la primera fuente de ingresos, por delante incluso del bacalao. Se nota en el aumento de coches y de hoteles. En Vík, el pueblo islandés preferido de los catalanes, se han construido en los últimos tiempos varios hoteles, y la avalancha no parece que se detenga.

No muy lejos, en la playa de arena negra, los turistas pueden comprobar que el mar islandés no es tan amable como el Mediterráneo. El agua es más fría y las corrientes más peligrosos. La prueba es que en enero pasado una turista alemana que se acercó demasiado al mar revuelto murió engullida por las olas.

De todas formas, la muerte que más ha conmocionado Islandia los últimos meses fue la de la joven Birna, asesinada en enero por unos desalmados cerca de Reikiavik. Aquel crimen supuso que la sociedad islandesa, acostumbrada a que sólo hubieran asesinados en las novelas de Arnaldur Indridason, perdiera de nuevo la inocencia.

Siguiendo por la costa este, llena de cascadas, granjas aisladas y paisajes de ensueño, el Hotel Klaustur, en Kirkjubaejarklaustur, es un buen lugar para alojarse. Queda cerca de las misteriosas rocas cubiertas de musgo de un campo de lava, donde los locales creen que se esconden los elfos, y de la espectacular garganta de Fjadrárgljúfur.

El hecho de que Justin Bieber filmara en esta garganta una parte del vídeo de I'll show you atrae a muchos jóvenes. A los beliebers se les conoce porque chillan excitados y porque llaman a la garganta "Bieber Canyon". Cuando unos kilómetros más arriba llegan a Jökulsárlón, la espectacular laguna del glaciar, se bañan para imitar a su ídolo, en una tendencia que preocupa. "Es peligroso -me comentó uno de los vigilantes- porque el agua puede estar muy fría, y los bloques de hielo son inestables".

La verdad es que el espectáculo del Vatnajökull, un glaciar dos veces más grande que la isla de Mallorca, impresiona sin necesidad de zambullirse en la laguna. Al otro lado de la carretera, el hielo se extiende por la playa de arena negra como un jardín de esculturas.

Si continuamos hacia el norte, hay un momento en que comienza una sucesión de fiordos con una carretera que pone a prueba la paciencia de los conductores. En el fondo del fiordo hay pueblos acurrucados, aislados, como el de Seydisfjordur, donde se ambienta una serie islandesa de éxito, Atrapados, dirigida por Baltasar Kormákur, hijo del pintor catalán Baltasar Samper.

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6.

La fuerza destructora de los volcanes

Una de las cosas que más llaman la atención en Islandia son los volcanes. Hay más de ciento treinta y cada cuatro años hay una erupción volcánica en la isla. Entre las recientes, la más famosa fue, en 2010, la del Eyjafjallajökull. Antes, sin embargo, en 1996, la del Grímsvötn fundió el glaciar y originó una gran inundación que se llevó la carretera. Todavía hoy se pueden ver, en medio de una gran extensión de ceniza, las vigas estrujadas de un puente destrozado por el agua.

En 1875 el volcán Askja también sufrió una fuerte erupción que empujó a muchos a emigrar a América. Tanta actividad volcánica podría asustar, pero los islandeses sonríen cuando se lo dices. "Esto quiere decir que la isla está viva", me decía Hallgrímur Helgason. "Aquí es más fácil ser creativo, ya que sientes la energía que sale de la tierra".

Será por eso que la música de Björk y Sigur Rós se adapta tan bien al paisaje islandés. Los Sigur Rós, por cierto, filmaron el verano de 2016 un documental hipnótico de su vuelta a la isla, titulado Route One.

La pista que lleva al volcán Askja está cerrada en invierno, pero en verano se puede pasar en todoterreno para admirar el gran campo de lava donde se entrenaron los astronautas que tenían que ir a la Luna.

En invierno, la carretera que atraviesa el corazón de la isla está cortada a menudo. Demasiada nieve, demasiado hielo, demasiado frío. En febrero pasado, sin embargo, pudimos pasar y nos dimos cuenta de la soledad helada de estas tierras donde no vive nadie, y de la belleza de unos paisajes de nieve y lava que son como una sucesión de fotografías en blanco y negro.

La llegada al lago Mývatn es otro gran espectáculo. A una distancia asequible, Húsavík es un puerto de salida para ir a observar ballenas. Antes había también un curioso Museo Falològic, pero su propietario, el profesor Sigurdur Hjartarson, se lo llevó hace unos años a Reikiavik.

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7.

Akureyri y Snaefellsness

La segunda ciudad del país, Akureyri, se hace admirar por su situación privilegiada, empotrada en un paisaje de montaña en el fondo de un fiordo. A partir de aquí, la carretera avanza por la costa oeste entre campos verdes en verano, llenos de granjas y corderos, y de una soledad nevada en invierno.

Si se va sobrado de tiempo, vale la pena desviarse a los fiordos del oeste. Si no, la siguiente parada podría ser en la península de Snaefellness, presidida por el volcán por donde, según Julio Verne, se puede entrar en el centro de la Tierra.

Cada vez que he hecho la vuelta a la isla, de vuelta a Reikiavik he cumplido con el ritual de irme a bañar en una piscina de agua caliente, toda una institución islandesa. Es una buena manera de preparar el cuerpo para la siguiente batalla, que en verano puede ser una noche de marcha y en invierno la fiesta del Thorrablót, que celebra el fin del frío. Un banquete explosivo, con comidas tan exquisitas como el hákarl (tiburón podrido), las cabezas y los testículos de cordero, y el aguardiente Brennivín, ayudan a confirmar que Islandia es una isla excepcional que se mantiene fiel a su corazón vikingo.

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