Literatura

Joan Margarit: "La poesía es un instrumento de consuelo muy potente"

El poeta repasa su trayectoria y habla por primera vez de su presente más íntimo

Jordi Nopca
17 min
Joan Margarit, a casa seva, a Sant Just Desvern

BarcelonaHa sido necesario que pasara más de un año del anuncio del premio Cervantes para recibirlo. Ha sido este lunes, en una ceremonia privada con los reyes Felipe y Letícia en el Palacete Albéniz.

Fue una conversación íntima, informal y distendida de dos horas. Me acompañaron Mariona –mi mujer–, mi hermana, los dos hijos con sus parejas y los dos nietos. La entrega del premio duró un minuto. No hubo ninguna ceremonia ni discursos... tal y como dije, creo que era el mejor Cervantes que me podía tocar, en este sentido.

Leyó dos poemas.

Sí. "De senectute", de Un hivern fascinant, y el último poema que he escrito, que habla sobre la torre de Babel. Me lo pidieron y antes de enviarlo seguramente lo tocaré un poco, soy incapaz de no hacerlo.

Hubo ajetreo mediático, sobre todo en las redes.

Hacerse viejo tiene una ventaja: lo único que te interesa es la verdad y la belleza. Antes, cuando se hablaba de ajetreo mediático, pensabas en la prensa, pero los diarios todavía habláis fino, sois la aristocracia del periodismo. Tengo una edad en que, por suerte, no he tenido tiempo de ver qué pasa en las redes, pero me lo puedo imaginar. Cuando empecé a leer la prensa, la censura del estado te obligaba a adivinar entre líneas que se quería decir. Ahora hay una libertad total para decir lo que se quiere en términos personales. Son dos extremos.

¿Cómo ha pasado este 2020?

He vivido este año en dos vidas paralelas, pero enganchadas. La primera es una vida horrible, que es la de pasar un cáncer linfático. Esto quiere decir que he tenido que hacer varias sesiones de quimio: desde abril llevo nueve –cada una dura cinco horas– y tengo que llegar hasta doce. La quimio te deja en un estado desagradable, violento, cansado... Esta es la vida penosa que me ha tocado vivir el 2020. La vida paralela es absolutamente maravillosa. Una y otra no se contradicen.

¿La vida paralela es la de escribir poesía?

Lo más importante es que todo este tiempo he estado acompañado. Mi mujer y yo hace sesenta años que estamos juntos y disfrutamos de las ventajas de conocernos desde hace tanto tiempo. Mariona –Raquel en los poemas– es la persona que me cuida. Hemos hecho un largo camino: se nos han muerto dos hijas. Durante la última etapa de la enfermedad de Joana quise hacer un pacto con la poesía. Le dije: “Mira, nuestra relación es muy estrecha, y sé que no se tiene que escribir en caliente, pero esta vez necesito hacerlo. Si no estás a mi lado cierro, y no sabrás nunca nada más de mí”.

Esto pasaba entre octubre del 2000 y el septiembre del 2001, meses en los que escribió Joana.

Des de entonces, la poesía siempre está a mi lado. No digo que vaya a favor mío, pero puedo acudir. Durante este año horrible y maravilloso he escrito sesenta poemas. Los lectores pueden estar tranquilos: no hablo del coronavirus ni de cosas de estas...

¿Formarán parte de un libro nuevo?

Sí. Lo tengo prácticamente acabado, podría salir el mes que viene. Pero no lo quiero publicar en este mundo actual. Quiero poderlo recitar sin máscara, y sin que el público tenga la cara tapada. Me he puesto de acuerdo con Luis García Montero, poeta y amigo mío desde hace muchos años que también tiene un libro nuevo, pero se quiere esperar a presentarlo como yo, cuando las circunstancias sean las adecuadas.

¿Cómo se llamará el libro?

Animal de bosc.

¿Es usted, este "animal de bosque"?

No, lo somos todos nosotros, nuestra especie. No renuncio a mi origen. Los humanos somos una especie con unas características que hacen que el animal que traemos dentro acabe surgiendo. Sabemos muchas menos cosas de las que creemos. La única cuestión que ha avanzado de verdad ha sido la ciencia. Desde la Ilíada hasta ahora, la ciencia ha tomado un camino imparable.

La Ilíada habla de una guerra.

Todas las guerras son la misma guerra. La que se explica en la Ilíada es la misma que la Guerra Civil Española. Antes teníamos cuchillos y lanzas, cada vez las armas son más tremendas. Las guerras de ahora duran menos porque las armas son más potentes. La vocación de los humanos es destruirlo todo, cuando están en guerra. Solo hay que recordar qué hacían Colón y Magalhães cuando llegaban a una ciudad: para conquistarla, la arrasaban.

¿Dónde se sitúa el poeta en este mundo de guerras?

La poesía es la actividad humana que más necesita aquello a lo que llamamos la verdad. Un poema sin verdad no vale nada. A un poema con verdad le falta la belleza. Sola, la belleza es peligrosa. El poeta no tiene que buscar la belleza, sino la verdad.

¿El confinamiento y quizás la enfermedad han sido un buen momento para reencontrar las verdades de la poesía?

Toda la vida he aspirado a estar confinado como por ahora. He escrito la mitad de mis libros en bares de albañiles. Cuando llegaba a una obra para dirigirla me fijaba en los bares donde iban los albañiles, que tienen muy buen ojo, y desde allá me dedicaba a escribir.

¿No despertaba curiosidad, que el arquitecto escribiera versos?

Ninguna. Solo me veían escribir en una libreta pequeña. No podían saber qué hacía. La poesía es una actividad que no puede ir ligada al trabajo con que te ganas la vida. No es un oficio. Para ser poeta tienes que tener una vida. ¿Qué quiere decir, esto? Tener una vida sexual, con hijos o sin, problemas de pareja, problemas económicos, un trabajo que te dé el dinero para sacar adelante la familia. En paralelo a todo esto, tienes que ir buscando y cogiendo las verdades, las tuyas, las que haya. Pueden estar encima, al lado o al fondo de todo, pero sin vivir una vida no hay ningún lugar donde encontrar todas estas verdades.

Joan Margarit en su casa

En un fragmento de Noves cartes a un jove poeta (Proa, 2009) escribía que “la poesía no habla de cualquier cosa”, que “hay que buscar qué se puede decir y qué necesitas decir” y que hay que tener un gran conocimiento de un mismo para hacer un buen poema. Es lo que llama conocer los “itinerarios interiores”.

Desde Homer este viajar hacia dentro de un mismo es una constante en los poetas. Por eso se equivocan los románticos, que creen que los monstruos que encuentran adentro suyo son bonitos e impresionantes. A menudo no son bonitos. Por eso son monstruos. Escribes para profundizar en tí. Lo que encuentras dentro tuyo está también dentro de los otros. Escribiendo sobre la verdad de mi interior me he dado cuenta que consolaba al lector. En un buen poema esto pasa de manera inmediata. La poesía es un instrumento de consuelo muy potente.

Aun así, hay mucha gente que no lee poesía.

Si quieres que la poesía te consuele te tiene que pillar leído. Aquí no se regala nada. Cuanto más importante es lo que te dan, menos te lo regalan. La poesía es difícil. Y no tiene nada que ver con la terapia. Tu pagas por una terapia y te la hacen. El poeta pone el poema pero el lector tiene que poner el alma para entenderlo. Cuando digo que la poesía te tiene que pillar leído quiero decir que en la vida, si no aciertas qué tienes que hacer en los momentos adecuados, ya no hay nada a hacer. No puedes pretender llegar a los 70 años sin haber leído ni un poema y entonces entenderlo. La educación sirve para orientarte... Hay dos cosas que están desapareciendo en este momento social que vivimos: la austeridad y la historia.

¿Por qué?

Si preguntas a alguien joven qué es la austeridad quizás no sabrá qué quiere decir. ¿Puedo pensar que ir a hacer surf en Tailandia es necesario? ¿Lo podemos pensar los 7.000 millones de habitantes de este planeta? Si es así, nos equivocamos. Ahora bien, la austeridad tampoco quiere decir pasarlo mal.

Ni que alguien austero sea conformista con lo que le ha tocado.

No, exacto. La persona austera suele ser muy dura. Sacrifica su vida porque a cambio espera cosas importantes.

¿Y esta desaparición de la historia?

No sabemos qué tierra pisamos, históricamente. Como máximo a los jóvenes les da un poco de miedo. ¿Les explican de verdad qué es, la historia de nuestro país, a los estudiantes de ahora? Solo hay dos lugares en el mundo donde hay un montón de muertos que todavía no se han localizado y de quienes todavía no se tiene la lista completa. Uno es España. El otro es Camboya.

¿Y cómo lo hacemos para explicar mejor la historia del país?

¡Es que no se ha explicado bien! Cuando hablamos de la Guerra Civil olvidamos que la Reconquista había durado ocho siglos [del 722 al 1492]. Iban más despacio porque las armas que usaban eran cuchillos y espadas. La guerra de Franco de verdad no se ha explicado. Cuando el bando franquista entraba en un pueblo que acababa de ganar, los soldados iban rápidamente a las cárceles, a sacar a los suyos. ¿Y qué encontraban, allá dentro? Una cosa que no se esperaban: los encarcelados de la CNT que los comunistas habían encerrado y que no habían querido liberar cuando habían huido por piernas de los franquistas. Entonces les sacaban de allá y los fusilaban.

Por eso autores como Almudena Grandes dicen de la Guerra Civil que es una "guerra interminable".

Ochenta y un años después de haberse acabado, ¡todavía es portada de diarios decir que en una excavación en un pueblo remoto se han encontrado muertos de la guerra!

La historia se tendría que explicar de manera diferente, ¿entonces?

La historia y las matemáticas han desaparecido de nuestra sociedad en el sentido de la enseñanza. El otro día leía que nuestros niños, de matemáticas, son los que saben menos de todo Europa. De una y otra materia se puede aprender, estudiándolas. Las puede enseñar cualquiera, si tiene el conocimiento. Con la poesía y la música, en cambio, es diferente. No las puede enseñar cualquiera... Ahora tenemos malos profesores de historia y de matemáticas. ¡Y los de literatura no leen poesía! Estamos dejando de explicar la tierra que pisamos y las verdades que dicen los poemas.

¿Por qué dice que no leen poesía?

Vivo en Sant Just Desvern desde el 1975. Hace cuarenta y cinco años que estoy aquí. En todo este tiempo no he ido nunca a recitar en un instituto de aquí. No lo digo para que ahora me llamen para que vaya: lo digo porque en todo este tiempo no se ha creído que podía valer la pena. Y en cambio he ido a muchísimos lugares de Catalunya, de España y de todas partes.

¿Novelas sí que cree que leen, los profesores?

El poema cansa tanto, si es malo, que ni el mal lector puede volver. Tiene esta inmensa ventaja. En cambio, la novela tiene una cosa que es su gran ventaja pero también un inconveniente: se puede sustituir por el argumento. La inmensa mayoría de lectores la leen por el chisme del argumento. Por eso cuando se anuncia una novela siempre se hace con grandes palabras: "Una historia contundente sobre la maternidad desde el punto de vista de un inmigrante". Esto no la hace buena o mala, la novela: puede ser una obra maestra pero también el folletín de la esquina. De todo esto, en cambio, la poesía se deshace, porque no puedes explicar el argumento.

Me hablaba hace unos minutos de la desatención general de la historia. ¿En el contexto concreto catalán pasa lo mismo?

En Catalunya no hay nada diferente ni singular, en este sentido. Recordamos donde empieza el ser humano a hablar de las lenguas. Cuál es el texto más antiguo sobre lenguas? La historia de Babel, incluida en el Génesis, primer libro de la Biblia. El ser humano que empieza a mover la mente y a convertirse en lo que somos ahora, la primera cosa que planteó fue una gran ciudad donde pudiera convivir todo el mundo que tenía como elemento central una torre, la torre de Babel. Al más poderoso de todos, Dios, entonces le entró miedo. Pensó que aquellos hombres y mujeres podían llegar a ser imparables. Aquella ida brutal hacia la civilización, la cultura, la bondad y la convivencia se tenía que parar. ¿De qué manera se le acudió frenar los humanos? Haciendo que hablaran un centenar de lenguas. A partir de entonces reinó la confusión. La crueldad manda. ¿O no?

Cada lengua también es una riqueza, una manera diferente de aproximarse al mundo.

Pero, ¿Cuál ha sido el precio para imponer lenguas? ¿Qué hacían los españoles y los portugueses cuando llegaban a un lugar y lo conquistaban? Pelaban con todo el mundo para hacerles saber que los nuevos amos eran ellos. Quien no lo ha hecho no es porque sea más bueno, sino porque no ha podido.

La actualidad catalana, sin embargo, ¿le preocupa?

Ni la catalana ni la castellana. Tengo una vida muy complicada en este sentido, y si quieres te hago un esquema. Nací en 1938. En 1939 se pierde la guerra y a partir de entonces la lengua que se habla en casa, el catalán, no se puede hablar en la calle. Te decían: "Chico, habla en cristiano". Todo el mundo tenía miedo. Era un mundo oscuro, porque la electricidad a veces venía a las doce de la noche. Me crie con todo aquello.

Al ir a la escuela, todo era en castellano...

Exacto. A los diez años sabía escribir perfectamente en castellano, pero no en catalán. A la hora de hacer el bachillerato, fui al Institut Ausiàs March, que estaba en Muntaner, entre Marià Cubí y Avenir. Si hubiera estudiado en el Institut Balmes habría coincidido con el único profesor bueno de literatura de aquel momento, Guillermo Díaz-Plaja. No fue el caso. Estudié literatura durante seis cursos, de primero a sexto, tres horas a la semana. No leímos nunca ni un libro. Si la memoria no me fallara –porque ya soy muy mayor–, te habría podido recitar el fragmento que quisieras de las obras de Lope de Vega.

En el instituto, por lo tanto, literatura tampoco te enseñaron mucho.

Aprendí, sobre todo, matemáticas... y otra cosa muy importante: a hacer campana. En aquellos momentos estaba muy castigado y me llegué a hacer tarjetas de excusa de mis padres por si me pillaban algún día. En el instituto era muy difícil hacer campana por las mañanas, porque daban las asignaturas teóricas, pero por la tarde, cuando hacíamos las prácticas, era más factible. Hacer campana me permitió descubrir Barcelona. El cine me fascinó de los diez a los dieciséis años de una manera total. Había películas que las había visto diez veces: ¡Madame Butterfly la llegué a ver diez veces! Al mismo tiempo descubrí las prostitutas que hacían pajas en el cine por dos pesetas. Esto, un chico de catorce años no lo olvida. Recuerdo también pasear por el Barrio Chino de entonces, donde veía mostradores con hombres de mirada oscura detrás mientras, arriba, en la habitación, funcionaba la prostituta... Cada vez que bajaba por la escalera un cliente subía otro. A mí me acababan echando, pero me gustaba investigar como era aquella vida.

¿Esta curiosidad la trasladaría más adelante en los poemas?

Al mismo tiempo que iba al Chino también subía con los amigos a la Diagonal y echábamos una cartera vacía en el suelo, ligada con un hilo de nilón. Cuando alguien se acercaba a recogerla con los ojos brillantes, porque era una época de bastante miseria, entonces retirábamos el hilo desde el banco donde estábamos. Había gente a quien le hacía gracia y nos sonreía. Otros nos hacían levantar del banco y teníamos que huir corriendo, porque se habían enfadado mucho... Todo este mundo era en castellano.

¿Y después del bachillerato?

Cuando acabé el bachillerato mi padre, que trabajaba en Girona y no había podido encontrar trabajo en Barcelona, nos dijo que marchábamos a las Canarias. Allá sí que había encontrado un lugar.

Fue entonces cuando conoció lo que en un poema llamaría ‘l'illa misteriosa’: "Vaig arribar-hi a l’adolescència, / era un indret amable i bellíssim".

El único viaje que hice a las Canarias en avión fue el primero. Mis padres pensaron que seis días de barco eran demasiado, aquella primera vez. Más tarde haría docenas de viajes entre Barcelona y Tenerife con barcos de línea o mercantes, que eran más baratos y te daban una cabina individual. En los barcos de línea compartías la habitación con cinco personas más: aquello quería decir seis orinales debajo de las literas, y no entraré en detalles sobre qué pasaba cuando el viaje era movido. En los mercantes tenías la habitación para ti solo, con una cama firmemente cogida en tierra, y el viaje, en lugar de seis días, tardaba quince. Aquella isla misteriosa era un Tenerife donde no había funiculares ni nada parecido para subir al pico más alto de España, el Teide. ¡Yo subí a caballo! Ir a Tenerife en avión era más rápido que ahora, pero te pasabas un día entero. Pasabas por Madrid, Sevilla, Casablanca, Las Palmas y, finalmente, Tenerife. Cuando llegabas al final del día, con el sol que se ponía detrás el Teide, la visión de aquella montaña y todo lleno de bosques al alrededor, el inmenso océano que rodeaba la isla... quedé enamorado de la isla enseguida.

Después estudió arquitectura.

Los cinco años de carrera me trajeron una novedad que he tardado años a descubrir. Las ingenierías, y la arquitectura es una más, desde que empezaron a ser las profesiones del futuro (hablamos de finales del XIX, principios del XX), el estado español y el resto de estados tuvieron claro que tenían que controlarlas. Antes del franquismo, durante la República, ya era muy difícil ingresar: así, no todo el mundo las podía estudiar. Centenares de alumnos fracasaban. Situémonos: en el examen de dibujo para ingresar en arquitectura éramos trescientos, dibujando Venus de Milo... y solo pasábamos siete, diez u once. En los cursos de arquitectura no llegábamos a veinte personas. La primera cosa que hice cuando fui catedrático de cálculo de estructuras fue aprobar a la gente que estaba estudiando y que tenía en aquellos momentos de alumnos, pero que habían hecho la carrera conmigo. Los aprobé a todos por decreto.

Volvamos a la carrera de arquitectura. Usted entró sin problemas.

La otra característica de las ingenierías es que la mayoría se hacían en Madrid, y un par o tres en Barcelona. Los ingenieros navales y de puertos se hacen en Madrid: es natural, están rodeados de mar... Aquí había industriales, textiles y arquitectura. Ya está. Esto, ¿por qué? Quien no tenía dinero no podía enviar al hijo a estudiar arquitectura o ingeniería industrial, porque lo tenía que tener en Barcelona o en Madrid. Así se liberaban de los pobres. Es una realidad social de las más elementales, que aún así se ha escondido.

Con todo esto, el milagro fue que decidiera escribir en catalán.

Yo, en Barcelona, no tenía ningún familiar. Pasé cinco años en la residencia de estudiantes, la mayoría eran de fuera. ¿Con quién hice amistad y desarrollé afecto? Sobre todo con gente que hablaba castellano. Ahora bien, las cartas las escribía en catalán, a los padres. Cubiertas de faltas, pero en catalán. La abuela paterna es la que sale en el poema "Coratge": ahí la recuerdo meando de pie... no sabía ni leer. Aquella mujer ya tuvo bastante salvándome la vida cuando se acabó la guerra.

El poeta Joan Margarit

Los primeros libros, eso sí, los escribió en castellano. El primero de todos fue Doméstico nací, del 1968.

¿Has leído alguna vez algún libro sobre cómo la poesía no tiene nada que ver con la prosa en el tema de las lenguas? ¿Verdad que no? Si coges los grandes prosistas, los de los cánones, algunos escriben en una lengua que no es la del lugar donde nacieron. Cioran, por ejemplo, era rumano pero escribía en francés. En prosa hay muchos ejemplos. En poesía muchos menos. Buscando, buscando, encontré Rilke y sus Poemas franceses. No valen nada... son chorradas. Rilke es un gran poeta, pero en alemán, la lengua que le había hablado su madre de pequeño. La poesía está ligada a la lengua materna. ¿Quién te lo explica, esto? Tardé veinte años en descubrirlo, porque lo que yo quería hacer no lo lograba, en castellano.

¿Miquel Martí y Pol tuvo un papel destacado en esta toma de conciencia, verdad?

Este tapón de champán de la lengua se me destapó cuando me hice amigo de Miquel. Nos escribíamos cartas y yo le iba a ver a menudo, en Roda de Ter. Él había venido alguna vez a este mismo patio donde estamos ahora, pero pocas, por culpa de la enfermedad. Hubo un día que la hija de Miquel le pidió una carta mía, la leyó, y dijo: "¿Por qué no escribe en catalán las poesías, aquel chico?" La frase me hizo ver una realidad que hasta entonces había tenido delante y de la cual todavía no me había dado cuenta: no llegaba donde yo quería porque no escribía en mi lengua materna. Entonces me puse a escribir en catalán... Hice once libros en siete años. Hay una tarjeta en el depósito que dejé en la Biblioteca Nacional de Madrid donde Salvador Espriu me dice, al final: "Que este señor venga del castellano no me preocupa. Todavía mejor". Este es el comentario que hace sobre uno de los primeros libros en catalán que publiqué.

Me daba igual que los libros hubieran ganado premios como Carles Riba [Mar d'hivern, en 1985]. Aunque a partir de La sombra de l'altre mar [1981] empezara a escribir en catalán, al castellano le debo de muchas cosas. Todas mis lecturas iniciales de mi vida. Es un estúpido quién odia lenguas. Solo tengo motivos de agradecimiento, al castellano. Con Miquel [Martí y Pol], la noche que estoy traduciéndole al castellano Estimada Marta, me caen las lágrimas porque entiendo que quizás será la última vez que escriba en castellano. Quiero la lengua que me ha conducido hasta ahí. Tomo la decisión que no la abandonaré. Si yo sé que el catalán es la lengua en la que puedo llegar al poema, después me traduciré yo mismo.

¿Continua trabajando del mismo modo que antes?

Voy a todas partes con libretas y escribo desde la primera impresión. A medio proceso de escritura, ya puedo entrar en castellano. Ahora, el primer verso, el primero de todos, siempre lo escribo en catalán. Es entonces que se me acudió la imagen de la catedral y la cripta. La catedral puede ser la hostia: puede tener columnas, vueltas... una maravilla . Pero sin la cripta no existe. La cripta es la lengua materna.

El primer libro de poemas que salva es Llum de pluja, del 1986, publicado en Península.

Salió en una colección donde habían publicado también Pere Rovira, Narcís Comadira, y me parece que también Francesc Parcerisas. Todos aquellos años hice malabares para que me conocieran y me pudieran llegar a publicar sin la necesidad de ganar premios. Me pasé veinte años haciendo libros que no me gustaban: algún convencimiento interior tenía. El aprendizaje de todo este tiempo no lo tiré a la basura.

Antes me hablaba del depósito de documentos que dejó en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Cuando me dieron el Premio Nacional de poesía [en 2008, por Casa de misericòrdia] recibí dos propuestas: una de la biblioteca de la Universidad de Boston y otra de la Biblioteca Nacional de Madrid. Estuve a punto de llevarlo a Boston, pero pensé que si nunca quería volver a ver algún documento, era mejor llevarlo a un lugar cercano. De aquí no me lo pidió nadie. Ni entonces ni nunca. Naturalmente, no es un tema para irlo ofreciendo de puerta en puerta.

¿Por qué ninguna institución catalana se interesó?

Esto pasa en todas partes, aquí y allá. No somos los peores, pero tampoco los mejores. Espriu decía una cosa con una gran ironía: "Somos los mejores, pensamos con pureza". Algunos se lo creen de verdad.

La trayectoria de estas últimas tres décadas y media queda reunida en Sense el dolor no hauríem estimat, una elección de un centenar de poemas publicada en Proa hace algunos meses.

Es una antología de la tercera edad. A cada edad puedes hacer una elección diferente de tus poemas. Cogí el índice de la obra completa y fui eligiendo. Había poemas que tenían que estar, evidentemente, y otros que los escogí porque me sorprendieron.

Repasando el libro, y enlazando aquellas Restes d'aquell naufragi que abren el volumen con un poema de Un hivern fascinant (Proa, 2017), "Treballs d'amor", la idea de la importancia de rebuscar entre los residuos para salvar lo que tiene valor ya está: “Cal buscar entre les restes el que ha sobreviscut. / ¿Podríem no sentir-nos insegurs, / si els nostres sentiments / són territoris de frontera / perduts, recuperats, tornats a perdre?”

Quién es austero busca entre los restos. El paso inmediato del que no es austero, cuando se queda sin algo, es salir a comprar otra cosa. Es cuando sabes que no puedes ir a comprar que tienes que buscar entre tus restos. No se acaban nunca, los restos de la propia existencia. Si piensas que puedes despreciar cualquier trozo de ti porque ya lo has resuelto te equivocarás.

¿Es una manera de encontrar valor en lo que parece que ya no lo tenga?

Claro. Las cosas que no te han costado esfuerzo no tienen valor, es así de sencillo. ¿Quieres que te explique el momento más dramático que he vivido en mi historia de rapsoda? Debía de ser hace unos veinte años, cuando me pidieron que hiciera un recital para personas de la tercera edad. Dije que sí, naturalmente. Quizás había 300 asistentes, en la sala donde recité aquel día. Me di cuenta de que hablaba con una pared.

¿Por qué?

Aquella gente no entendía lo que les decía. Esto tiene que ver con no haber aprovechado las oportunidades que la vida te da, con tomar las decisiones correctas... hay cosas que las aciertas, y en otros te equivocas. Esto no tiene remedio. Si llegas a setenta y cinco años sin haberte dado cuenta de que la poesía existía, no lo llegarás a entender. Todo esto no lo digo con ganas de juzgar a nadie. Es sencillamente constatar que si llegas a esta edad y solo entonces piensas que la poesía te puede ir bien, no lo acertarás. Cuando uno se ha convertido en un viejo idiota ya no tiene remedio. Este es el dramatismo de la vida. Hay mucha gente que pasa por los treinta, por los cuarenta, por los cincuenta y por los sesenta años creyendo que esto de la poesía es una tontería, y que si nunca la necesita la podrá coger cuando quiera. Es mentira.

¿Qué pasó, después de aquel recital?

Pedí que no me volvieran a llamar. Desde la organización me dijeron: “Señor Margarit, pensaba que usted era una buena persona...” Y les contesté: “Una buena persona es quien dice la verdad. El resto son historias”.

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