Los guardaespaldas del presidente

Borrell, Grande-Marlaska y Calviño, escudos de Pedro Sánchez

Ernesto Ekaizer
5 min
Calviño, Borrell i Marlaska

MadridSegún Wikipedia, “un escudo es el arma defensiva activa más antigua utilizada para protegerse de las armas ofensivas y para un ataque. Se conoce al menos desde la época sumeria (III milenio a.C, en Mesopotamia) y será utilizada en Occidente hasta el siglo XVII, cuando armas de fuego individuales se generalizaron, quedando así obsoleto. Comúnmente se embraza en el brazo izquierdo y ayuda a cubrir el cuerpo de los embates sin impedir la utilización del brazo derecho para contraatacar. El escudo ha sido usado por casi todas las culturas humanas para la defensa en la lucha, tanto a distancia como cuerpo a cuerpo, por su versatilidad para cubrir al luchador de las agresiones con armas arrojadas o blandidas”.

Y, mira por dónde, Pedro Sánchez ha diseñado un sistema defensivo de escudos con el horizonte de las elecciones municipales, autonómicas y europeas de mayo de 2019 y, en función de los resultados, cuando mejor convenga, las generales.

¿Hay un concepto que guía sus actuaciones? Parece que sí. El concepto general es el que acuñó el asesor de Bill Clinton en su reelección en 1996. La triangulación. Es el invento de Dick Morris, el entonces asesor de Clinton.

¿Qué es? “El presidente”, escribe Morris, “necesita adoptar una posición que no solo mezcle los mejores puntos de vista de cada partido sino que debe trascender a ellos para constituir una tercera fuerza en el debate”. El Partido Demócrata norteamericano, pues, se metamorfosea en 1996 y adopta políticas de su adversario, el Partido Republicano.

El vértice de la triangulación, según Morris, es una alquimia entre derecha e izquierda. Lo que quizá era más difícil en aquellos años en EE.UU, en Europa y España, ya es más fácil. Porque el euro y la política económica europea es el común denominador de todos los partidos.

En la adaptación de este sistema a la situación española actual destacan dos hombres y una mujer.

El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación Pepe Borrell es el escudo defensivo en el brazo izquierdo frente a los ataques del Partido Popular a cuenta de Cataluña y para contraatacar, al tiempo, a Ciudadanos con el brazo derecho.

El juez Fernando Grande-Marlaska, a su vez, es el escudo defensivo en el brazo izquierdo para neutralizar los embates del PP a cuenta del respaldo de Bildu a la moción de censura. Un juez que se ha hecho estrella por las investigaciones de la Audiencia Nacional sobre ETA y que hasta ahora podía ser definido por el PP como “uno de los nuestros”.

Grande-Marlaska asumió las causas de ETA en los años noventa del siglo pasado al hacerse cargo del juzgado de instrucción número 5 de la Audiencia Nacional, por excedencia del juez titular, Baltasar Garzón, que marchó a Washington. Y su instrucción consistió en torpedear las negociaciones entre el Gobierno de Zapatero y ETA. El caso Faisán, que Grande-Marlaska, hizo explotar e instruyó en una primera fase, iba, sin ambages, a por el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba (el mismo al que ayer Grande-Marlaska invitó personalmente a su toma de posesión, a la que el ex vicepresidente acudió disciplinadamente).

Grande-Marlaska sabía lo que quería. Jurisdiccionalmente, es decir, como juez, y en tanto personaje social. Se negó a investigar denuncias de tortura contra etarras cuidando especialmente su relación con la Policía y la Guardia Civil. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ha condenado y multado a España, a raíz de la negativa a investigar las torturas en varios casos a cargo de Grande-Marlaska.

Es paradójico: el PP ha atacado al juez José Ricardo de Prada, co-ponente de la sentencia del caso Gürtel , como “proetarra” por denunciar la falta de investigación de las denuncias de torturas a terroristas, una necesidad que suscriben el Tribunal Supremo y el TEDH, mientras que Grande-Marlaska, que ha rechazado indagar sobre ellas, acaba de ser nombrado ministro del Interior.

Su rápido acercamiento al PP se produjo en 2012. A raíz de las investigaciones del escándalo del YAK 42. Archivó el caso. Denegó la reapertura. Y poco después fue nombrado con apoyo del PP presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional. Poco después era designado candidato por el PP a vocal del Consejo General del Poder Judicial.

En 2016 al ver la vacante de fiscal general del Estado hizo los contactos necesarios. Uno de sus apoyos –que ayer acudió a su toma de posesión- fue el vocal del CGPJ Vicente Guilarte -abogado y en su momento letrado del Colegio de Registradores de la Propiedad y Mercantiles de España-. Guilarte habló con Enrique Rajoy, registrador de la propiedad como Mariano Rajoy. Pero Grande –Marlaska perdió la batalla ante José Manuel Maza.

Y a primeros de 2016 el presidente del Supremo y el CGPJ, Carlos Lesmes, le incorporó a la Comisión Permanente de siete miembros. Fue uno de sus apoyos. Pero el CGPJ le ahogaba. Necesitaba otra cosa. Grande-Marlaska, con un intensa vida social, militante de la causa gay, se trabajó la alternativa. A la muerte de Maza, en noviembre de 2017, intentó otra vez ser fiscal general del Estado, pero Julián Sánchez-Melgar le ganó la partida.

A finales de 2017, Pedro Sánchez le llamó por teléfono. Quería Sánchez un candidato a la alcaldía de Madrid. Grande-Marlaska podía ser su mirlo blanco. También llegó Sánchez por el mismo motivo a la fiscal Lola Delgado.

La triangulación, pues, estaba en camino. Llegó la ocasión con la moción de censura. Grande –Marlaska estaba ya a bordo.

El 25 de mayo Sánchez anunció la moción. Y el 28, en la Comisión Permanente del CGPJ en la que Lesmes proponía excluir al juez de Prada de la vistilla de las medidas cautelares por la sentencia de Gürtel, Grande-Marlaska, que era escudero de Lesmes, votó en contra. Un empate cuatro a cuatro obligó a Lesmes a usar su doble voto o voto de calidad para imponer la exclusión. Grande-Marlaska había cambiado. Había pasado de estribor a babor.

A Borrell y a Grande –Marlaska, Sánchez ha añadido el nombre de la ahora ex directora general de presupuestos de la Comisión Europea, Nadia Calviño. Si Pedro Solbes, tras ser comisario de asuntos económicos y monetarios de la Comisión Europea, fue en 2004 la apuesta de Zapatero –tras la negativa de Miguel Sebastián- para Economía y Hacienda, Calviño era ideal para mostrar que el PSOE puede también, como el PP, cumplir con los objetivos que marca Bruselas.

Sánchez ha construido una máquina para ganar las próximas elecciones municipales autonómicas y europeas. Aparte del presupuesto 2019, en el que Calviño será pieza fundamental, esto va de campaña electoral. El medio es el mensaje, escribió Marshall McLuhan, es decir, los medios de comunicación han configurado a través de su mediación el significado (positivo) de la operación.

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