Montserrat Carulla: “Yo era una mujer triste, y solo vives una vez. Y me separé”

Antoni Bassas
7 min

A los 84 años, acaba de cerrar su carrera de actriz.

La hemos cerrado. Ya dije que me retiraría cuando se acabara La iaia, y se acabó en Mallorca. Ya no quiero alargarlo más. Actores que admiraba lo alargaron más de la cuenta y nos hacían sufrir mucho, y ellos sufrían muchísimo.

¿Y qué se siente?

Una cierta nostalgia. Pero soy una mujer que no mira atrás. Sé que he hecho cosas bien, otras no tan bien, e incluso mal, pero miro al horizonte.

¿Y ahora qué ve?

Una cierta tranquilidad, que quizás me hace falta. Quizás leeré más, escucharé más música, pasearé más, estaré más con mi marido, que lo tengo desesperado porque siempre voy de un lado a otro...

Se va a los 84 años, encima del escenario. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

No es fruto de la casualidad, sino de la constancia, el estudio, la dedicación, que me gusta mucho mi trabajo y disfruto. Es un premio a la vida.

¿La satisfacción en el escenario es cuando tienes el aplauso?

Es cuando estás haciendo una escena y notas que tienes al público en la mano. Porque se nota. Ese silencio tan especial, ese “ahora ya son míos”. La magia que hay entre los actores y la platea, el silencio porque la gente casi ni respira, y notas que los tienes a todos contigo. Esta magia me compensa de todos los momentos malos. Siempre tienes miedo, porque no todos los personajes que nos hacen felices a nosotros hacen feliz al público. Pero cuando ves que llegas al público... Y hablo del teatro, porque el teatro es el padre y la madre del resto. Ni la televisión, ni el cine... Es el teatro. El teatro está vivo. La televisión es la hijita un poco desamparada del cine. El cine tiene una grandiosidad que no tiene la televisión.

¿Qué hace falta para ser una buena actriz?

Olvidarte de ti, porque hay actores que se repiten siempre. Gary Cooper era un gran actor, pero era siempre Gary Cooper. En cambio, hay actores camaleónicos, que se transforman con el personaje. Eso es lo que admiro. Creer tan profundamente en lo que haces que es como si te pasara. Cuando haces una escena en la que te emocionas y lloras, el sistema nervioso lo tiene que acoger como si te pasara a ti. Ahora bien, ¿qué pasa en mi sistema nervioso cuando estoy llorando desesperada en escena? ¿Sabe que lo engaño?

¡Buena! ¿Y a qué conclusión ha llegado?

No lo sé, porque somos muy complejos, nosotros [ríe]. Sí sé que cuando cierro el camerino me voy a casa y me olvido de que soy la Montserrat Carulla actriz. Soy una mujer como las otras, con el marido, los hijos, una casa, que se le quema el sofrito...

¿Cree que las mujeres de su generación tienen derecho a sentirse estafadas?

Sí, pero más que mi generación, la de mi madre. Esas mujeres que vieron cómo sus maridos iban a la guerra o a la prisión, que se quedaron solas con los hijos, que los sacaron adelante... Mi madre trabajaba todas las horas, dentro y fuera de casa... Les tengo un respeto inmenso. La generación posterior hemos luchado y trabajado, pero ese esfuerzo de sacar adelante a la familia y el país fue admirable. Yo leía mucho, y me ayudó mucho. Mi abuela me daba 10 céntimos cada semana y yo me los guardaba. Y un día, me compré un libro. En casa no había entrado nunca un libro.

¿Y cuál se compró?

En la tienda me preguntaron cuál y dije: “Usted mismo” [ríe]. El hombre debió de ver que esa niña de 10 o 12 años tenía inquietudes, y me vendió La piedad peligrosa, de Stefan Zweig. Los libros... Un día, en casa de unos primos, cogí uno y dije: “Vaya por Dios, entiendo el francés”. Y mis primos me dijeron que no era francés, ¡que era catalán! ¡Nunca había tenido en las manos un libro en catalán!

¿Cómo era su escuela?

Era el Sagrat Cor. Las niñas ricas entraban por la calle Diputació, y por Bailèn entrábamos las niñas pobres. A las ricas no las veíamos, y llevábamos incluso uniformes diferentes. Solo las veíamos el día de la Primera Comunión. Pero no las veía ni en el patio, porque jugaban a horas diferentes. Un Jueves Santo nos llamó la madre superiora y nos dijo que nos laváramos los pies muy limpios, y nos regalaron unos zapatitos y unos calcetines blancos. Nos dijeron que lleváramos el uniforme muy limpio y planchado, y las niñas ricas nos lavaron los pies a nosotras, en señal de humildad. Yo pensaba: “¿Y si le diera una patada, a esta niña?” Era en pleno franquismo, esto, ¿eh?

Y se debía de preguntar por qué hay ricos y por qué hay pobres...

Sí. Y además se lo comentaba a mi padre, y me decía que siempre había habido y siempre habría, y que “Tú, calla y come”. Yo era una niña que preguntaba y en casa no tenía nunca respuesta, porque eran preguntas bastante profundas. Me acostumbré a preguntarme y contestarme yo. Empecé a trabajar con 15 años, en el Col·legi de Farmacèutics, delante de casa. Me lo pasé muy bien. Nos encargábamos de las recetas de la Seguridad Social. Era una sala grandiosa llena de chicas con las máquinas. Las farmacias nos enviaban las recetas y nosotros las pasábamos a máquina para saber cuánto se les tenía que pagar. Había unas cuantas de las mayores que se llevaban trabajo a casa y les pagaban un porcentaje. Pregunté como podía llevarme recetas a casa y me dijeron que me pasarían las que ellas tenían en casa, pero cobraría el 50%. Los diez primeros días del mes, hasta altas horas de la madrugada.... Me quedó el dedo torcido de tanto escribir. Pero, de todas maneras, ¿verdad que notas que no me quejo?

Y la creo porque me ha dicho que me habla Montserrat Carulla, no la actriz.

La actriz solo actúa en los escenarios [ríe].

¿A qué edad dio su primer beso?

El primer beso fue con Felipe... Porque mi padre era de los que, cuando un chico nos acompañaba a casa, tenía que subir a hablar con él. El primero que me acompañó -yo trabajaba en Radio Nacional, en ese momento- fue Felipe Peña. Él hacía voces en radio-teatro y yo montaje musical. Y mi padre quiso que subiera a hablar con él.

¿Y que le dijo su padre?

Que yo era una niña decente, y que si me acompañaba para sacarme algo, que se lo quitara de la cabeza porque le rompería las piernas. No me hizo ningún favor, porque lo ideal es que yo hubiera pasado de mano en mano como la falsa moneda, que se aprende mucho.

Su padre estuvo ingresado en los campos de Argelers.

Sí. Después fue a la Modelo, y estuve bastante tiempo sin verlo. Un día, cuando volví de la escuela, mi madre me dijo que fuera a la azotea, que tenía una sorpresa. Subí y él iba con unos pantalones negros y una camisa blanca arremangada, y estaba apoyado en la pared. Me lo quedé mirando. Me dijo: “Montserrat, ¿no me conoces?” Le pregunté si era papá. Estaba tan cambiado, seco, negro del campo de concentración, triste... Él era un hombre que era como un cascabel, alegre, y nunca más lo vi reír. Nunca más. Lo pasó muy mal. Perdimos una guerra y nos trituraron. Yo digo que no tengo rencor pero no soy sincera. Tengo rencor. Toda esa pobre gente que se iba a Perpiñán andando, los viejos que los llevaban en brazos, con colchones...

Pero no debían de hablar a la hora de comer, como tantas familias.

No. Además, no entendíamos la magnitud de la tragedia. Veíamos que mi padre no estaba, que mi madre trabajaba como una desesperada, con un mal humor horroroso porque no llegaba a final de mes, que hacía trampas con la electricidad, robaba el carbón de las buhardillas y no tenía a su marido. Todo eso te va marcando, por eso comprendo tanto a la gente.

¿En qué sentido?

Que a veces pienso: “Mira a este hombre o esta mujer qué actitud más extraña que tiene...” Y pienso: “¿Qué le debe de haber pasado en la vida?” Gente que es difícil porque lo tiene difícil hoy.

Usted se separó cuando la mayoría de mujeres no se atrevían a hacerlo.

Piensa que yo trabajaba en Televisión Española, en Miramar, y cuando lo supieron me hicieron boicot, me querían castigar para que volviera con él. Y yo no volví. Mi marido era un buen hombre, es el padre de mis hijos y tenía muchas calidades. Pero no era para mí, no era el marido ideal. Y pensé que si toda la vida tenía que estar así... Fue un escándalo. Yo, tan tímida, discreta, que me atreviera a dejar a mi marido... Estuve un año sin trabajar, hasta que los siete realizadores de Miramar fueron juntos a hablar con el director. Ellos me ponían en los repartos, pero la dirección ponía “ausente”. Le dijeron que si yo no volvía a trabajar harían huelga. Y entonces me volvieron a dar trabajo.

¿Cuánto tiempo hacía que estaba casada cuando se separó?

Dieciséis años. Llegó el momento en el que me dije que cuando la hija mayor tuviera 16 años y se pudiera quedar en casa con los pequeños me separaría. Y así lo hice. La vida solo la vives una vez, y no la quería vivir triste y amargada. Yo era una mujer triste. Cuando me separé me dijeron si estaba loca. A los niños les preguntaron con quién querían ir y dijeron que conmigo. Me preguntaban cómo lo haría y dije que saldría adelante, y lo hice.

Saliendo por la televisión y siendo famosa, no le debían de faltar pretendientes.

Tenía muchos, era muy mona yo, ¿eh? Pero me decían que cuando eran jóvenes habían estado muy enamorados de mí. Y yo les decía que me lo podrían haber dicho entonces porque quizás alguno de ellos lo habría podido aprovechar [ríe]. Mis padres me vieron hacer carrera. Mi padre estaba muy orgulloso de mí, me quería mucho.

Si ahora pudiera hablar con esa niña que iba a la escuela con las ricas, ¿qué le diría?

Que insista, que no se duerma ni note el peso de una sociedad que se cree superior a ella. Que piense que ella, como ser humano, tiene un lugar en la vida de la misma importancia, o más, que lo de los que se piensan que son más.

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