Ortorexia: la obsesión por comer sano

Cada vez más personas sufren este trastorno, que aún no ha sido reconocido médicamente

Natàlia Costa
5 min
Ortorèxia: l’obsessió per menjar sa

BarcelonaLa excesiva preocupación por comer bien baila sobre una peligrosa línea roja. Traspasarla puede ser el inicio de una patología conocida como ortorexia, la obsesión por comer sano. Aunque no está reconocida en ningún sistema de clasificación médica, los expertos la definen como "una obsesión por la comida sana que conlleva serias limitaciones en la vida de las personas que la padecen", explica Toni Grau, jefe de conocimiento e investigación del Instituto de Trastornos de la Conducta Alimentaria (ITA).

Las personas afectadas prestan una atención enfermiza al origen y la composición de los alimentos, y excluyen de la alimentación cualquier producto alimenticio del que no puedan verificar la procedencia o que no se adapte a los altísimos requerimientos de calidad que imponen estas personas. Según el psicólogo y neurocientífico Isaías Mena y el dietista Guillem Mena, estas personas excluyen alimentos porque creen que llevan herbicidas, pesticidas o sustancias artificiales, y por los materiales o procesos utilizados durante el proceso de elaboración del producto.

"Esta excesiva escrupulosidad deriva en dietas deficitarias e importantes limitaciones psicosociales, especialmente cuando se evitan comidas sociales en los que no se puedan controlar los alimentos", dice Grau. El problema es que la alimentación se convierte en principio organizador de su vida, ya que dedican una enorme cantidad de tiempo no sólo a comprar los productos sino también a prepararlos: cortar las verduras siempre de la misma manera, evitar el contacto entre diferentes tipos de alimentos y utilizar utensilios y recipientes especiales.

"Los pensamientos cada vez giran más en torno a la alimentación, al igual que las conversaciones y actividades, como hacer talleres de cocina y consumir literatura gastronómica", añade Grau. Los efectos de la malnutrición pueden tardar tiempo en manifestarse, pero en cambio los síntomas psicológicos se pueden identificar en las primeras fases. Hay que decir que aunque no se trate de un diagnóstico clínico reconocido en el DSM-5 (el manual diagnóstico de los trastornos mentales), estos tipos de trastornos despiertan cada vez más interés social y entre los profesionales por sus características y por su tendencia al alza, añade Nathalie P. Lizeretti, coordinadora del grupo de trabajo en inteligencia emocional del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña, que también explica que la rigidez asociada a la obsesión hace que algunas personas traten de imponer sus reglas y prohibiciones a los demás, especialmente en el entorno familiar, una circunstancia que puede conducir a una disfunción en las dinámicas familiares y sociales.

¿Más de tres horas al día?

Según Grau, el diagnóstico se confirma si el paciente dedica más de tres horas al día a pensar sobre la dieta y manifiesta más preocupación por la calidad de los alimentos que por el placer de consumirlos. También se tiene en consideración si disminuye la calidad de vida a medida que aumenta la obsesión por la dieta y si manifiesta sentimientos de culpa.

Otros factores son una planificación excesiva de qué se comerá y un aislamiento social provocado por el tipo de alimentación. Lizeretti añade que un síntoma es la angustia y un elevado estrés emocional relacionado con la elección de alimentos que se consideran insanos, que lleva asociada "una considerable bajada de peso" que, a diferencia de otros trastornos alimentarios, no es el objetivo principal de las personas que padecen el trastorno.

Algunas de estas creencias tienen que ver con la idea de considerar los alimentos únicamente como fuente de salud y no de placer, notar malestar cuando se está cerca de los alimentos prohibidos, tener una fe exagerada en la inclusión o exclusión de ciertos alimentos para prevenir o curar una enfermedad, hacer un juicio moral de los otros respecto a sus hábitos dietéticos, sufrir una distorsión de la imagen corporal en sentido de "impureza" y persistir en la creencia de que sus prácticas promueven la salud, a pesar de una evidente desnutrición, dice Lizeretti.

Grau explica que esto se ha visto favorecido por factores sociales y ambientales como "el exceso de información, no siempre contrastada y a menudo contradictoria, sobre los beneficios de ciertos alimentos considerados saludables y la demonización de determinados componentes alimentarios" -como los denominados superalimentos, a los que se atribuyen innumerables efectos terapéuticos sobre el organismo, o, en sentido inverso, la declaración de la Organización Mundial de la Salud, hace unos meses, de determinados alimentos procesados como directamente cancerígenos.

Hay factores de la personalidad que pueden favorecer esta enfermedad, como ser una persona rígida y controladora. Por grupos de población, los más vulnerables son las mujeres y los adolescentes, además de personas que se dedican a cualquier deporte que asocie la alimentación con el rendimiento. Lizeretti avisa de que se trata de un trastorno al que se puede llegar a través de alergias alimentarias, ejercicio físico, terapias naturales y técnicas meditativas, entre otros, cuando se llevan al extremo.

Concienciar del problema

El tratamiento tiene como primer objetivo conseguir una conciencia adecuada del problema. "Muy a menudo justifican su conducta como un estilo de vida, que, por otra parte, tiene buena prensa", explica Grau. Las estrategias piden la participación de un médico, un nutricionista, un psiquiatra y un psicólogo, que trabajan para reestructurar los pensamientos y las conductas, por lo que el tratamiento sigue los mismos principios que en el caso de un trastorno de la conducta alimentaria habitual, con la excepción del trabajo con la imagen corporal, un síntoma inexistente en los casos de ortorexia.

Ni en Cataluña ni en España hay datos publicados sobre la prevalencia de este trastorno, pero algunos centros especializados, como el ITA, estiman que entre el 0,5% y el 1% de la población puede estar afectada. "Se espera que en los próximos años esta cifra aumente", avisan desde el centro. Durante la primera década del siglo XXI debería ser una tendencia creciente cada año. Para Lizeretti, ésta y otras enfermedades nuevas sólo tienen sentido como consecuencia de una sociedad del bienestar. Los nuevos estilos de vida, la excesiva preocupación por la imagen corporal y los cambios en la alimentación han hecho que la incidencia de este y otros trastornos aumenten de manera rápida y considerable en los últimos años. "Sólo hay que ver el gran incremento de tiendas de productos ecológicos, bio, macrobióticos y otros negocios que se crean alrededor del ideal de la comida sana, además de la cantidad de anuncios publicitarios que hacen referencia a este tema", destaca.

Una historia controvertida

Los primeros casos surgieron a finales de los 70, con la explosión del vegetarianismo en los EE.UU., pero hasta finales de los 90 no fueron detectados y estudiados. Uno muy curioso, en primera persona, es el del primer médico que describió un cuadro del trastorno en 1996: el estadounidense Steve Bratman. Fue durante 25 años miembro del movimiento de los alimentos naturales y en los años 70 formaba parte de una comunidad dietética. Creó su propia dieta, que incluía sólo vegetales cultivados en un huerto propio que debía masticar al menos 50 veces, y otras prácticas como castigarse tras ingerir alimentos prohibidos. Después de haber sido consciente de haber desarrollado un verdadero trastorno obsesivo se sometió a una terapia. "Actualmente se dedica a dar charlas contra la restricción de la alimentación", explica Grau, que señala que el año 2000 publicó el libro Health food junkies, en el que describió las principales características de la ortorexia.

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