Una obra maestra de la manipulación electoral

Las provincias con menos de 6 escaños tienen la llave para que Podemos y C’s sean decisivos

Pablo Simón
3 min
Congrés dels Diputats

Hay que reconocer que el sistema electoral español es una obra maestra de la manipulación electoral. Puede decirse con una admiración sincera. Sin necesidad de recurrir a las primas de 50 escaños como en Grecia o a los bonus de mayoría absoluta de Italia, el sistema español, diseñado para que la UCD ganara la mayoría absoluta con el mínimo posible de votos, es menos burdo pero igualmente eficiente. Gracias a sutiles mecanismos ha conseguido incorporar tres sesgos que tienen lugar de forma simultánea.

Primero, es relativamente sabido que cuanto más bajo sea el número de escaños de una provincia más desproporcionalidad genera. En España la magnitud media es de 6,7 escaños, con un rango que va desde el único escaño de Ceuta y Melilla hasta los 36 de Madrid. Esto hace que en el Estado convivan tres sistemas electorales. Uno mayoritario, en el que a efectos prácticos sólo han obtenido escaños los dos partidos grandes, en todas las provincias de uno a cinco escaños (Zamora, Soria, Teruel y 25 provincias más); uno proporcional, en el que hay más de diez escaños en juego (como en Valencia, Madrid o Barcelona), y uno intermedio, en el que la confabulación de la fórmula D'Hondt con pocos escaños, entre seis y nueve, sesga la representación en favor de los mayoritarios [ver mapa].

El segundo sesgo es el prorrateo y se basa en la asignación de al menos dos diputados iniciales en cada demarcación, mientras que el resto se reparten con criterios poblacionales. Esto genera que algunas provincias despobladas tengan un peso específico muy superior. Por ejemplo, en Soria -con dos diputados en el 2011- se necesitan unos 28.000 votantes para elegir un diputado, mientras que en Madrid -con 36 diputados- se necesitan unos 100.000. En otras palabras, el voto de un ciudadano de Soria tiene un valor, en términos de representación parlamentaria, cerca de cinco veces superior al de uno de Madrid.

Finalmente, la variación en el número de escaños entre distritos genera un sesgo conservador que hace que las mayorías absolutas del PP hayan salido, aproximadamente, cuatro puntos más baratas que una del PSOE. Como los populares son especialmente exitosos en Castilla -donde hay magnitudes de distrito más bajas-, las izquierdas -con un voto en distritos más grandes- necesitan más votos en total para obtener una representación equivalente.

Estos tres sesgos tendrán implicaciones importantes el próximo 20-D. Debido a estas diferencias entre el tamaño de las circunscripciones, la distribución del voto para los nuevos partidos será el que marcará la diferencia. En consecuencia, lo que es más relevante para el reparto de escaños no es sólo el porcentaje de apoyos de cada partido, sino sobre todo dónde los obtiene. Al fin y al cabo, mientras que para obtener un diputado en Ávila puede hacer falta más del 16% de los votos, para uno en Madrid -a pesar de ser más numéricamente- basta con un 3%.

En este sentido, es de esperar que los nuevos partidos lo tengan mucho más complicado para obtener representación en las circunscripciones con menos magnitud, donde el bipartidismo resistirá mejor. De todos modos, tanto Ciudadanos como Podemos se acercan al umbral que les puede permitir obtener un buen resultado. Si consiguen concentrar bien sus votos, si se sitúan por encima del 16% en provincias pequeñas e invierten su capital en las medianas, se puede dar la vuelta a la tortilla. Con un pequeño diferencial de voto situado los partidos medianos pueden pasar de 30 a 65 escaños. Probablemente por ello, más que nunca, la geografía del voto será decisiva.

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