“En Francia la gente está huyendo en masa de las ciudades”

Después del Goncourt, Mathias Enard publica ‘El banquete anual de la cofradía de los sepultureros’

Núria Juanico Llumà
3 min
L'escriptor francès Mathias Enard

BarcelonaMathias Enard (Niort, Francia, 1972) tenía una deuda literaria con su país de origen. Las novelas del escritor, que vivió casi una década en Catalunya, transcurren en lugares como Barcelona, el Amazonas, Estambul y el Próximo Oriente. Con Brújula, galardonada con el premio Goncourt 2015, recorría el mundo desde Viena hasta China, pasando por India, Malasia, el Nepal, Siria e Irán. A pesar de que, de una manera u otra, sus personajes siempre tienen vínculos con el país galo, hasta ahora Enard no había construido una historia arraigada a los escenarios que lo vieron crecer durante toda la niñez y juventud. “Soy de Niort y nunca he cortado el vínculo con esta región, donde viven mi madre y mi hermano. Pero no lo había explorado literariamente”, explica el escritor desde su pueblo natal, donde está confinado.

La deuda la ha saldado con El banquete anual de la cofradía de los sepultureros (Literatura Random House), donde traza una mirada divertida y profunda sobre la ruralidad francesa. El libro parte de un joven etnólogo y urbanita que se traslada al pueblo ficticio de Pierre-Saint-Christophe, situado al oeste del país, para intentar encontrar respuesta a la pregunta de su tesis: ¿qué significa hoy en día vivir en el campo? “La pregunta en si ya es absurda, porque hay muchas maneras de vivir en el campo. Todos tenemos la imagen de que en el campo solo vive la gente que trabaja la tierra, pero no es así. Hay agricultores y labradores, pero también está el que lleva el bar y todo tipo de oficios. Me interesaba reflejar esta diversidad”, dice Enard.

Un oficio que nos toca a todos

Precisamente uno de los oficios que tiene un protagonismo especial en la novela es el de sepulturero, que ejerce el hombre que también es alcalde del pueblo. Fascinado por la relación de este trabajo con la humanidad, Enard lo convirtió en el eje central de la novela para constatar la omnipresencia. “Es extraño porque seguramente es el oficio más antiguo del mundo y, además, tarde o temprano nos toca a todos. Pero no se habla nada de ello”, subraya el escritor. No solo se adentra en la rutina de los sepultureros, sino que también recrea un banquete pantagruélico en el que la muerte les concede una tregua de tres días. Enard pescó la idea en Praga, en una visita a un cementerio judío. “Al lado estaba la casa de los sepultureros con tres cuadros donde se veía un banquete. Debajo decía: «Para olvidar su triste oficio, los sepultureros hacían cada año un banquete». Me pareció genial y quise ir más allá, imaginando este pacto con la muerte para que durante tres días no tuvieran trabajo”, explica el escritor.

El banquete anual de la cofradía de los sepultureros se sustenta en el presente pero viaja al pasado a través de la reencarnación de los personajes. “Todos los destinos están unidos en un mundo común, la rueda de la existencia, y la muerte es quien nos dirige a todos”, dice Enard. Saltando de una vida a la otra, el escritor retrocede hasta la invasión de los francos para trenzar las historias de todos aquellos –personas, pero también animales– que vivieron en este pueblecito francés: “A nivel literario la reencarnación es fantástica, porque me ofrece la posibilidad de explicar historias más allá de la genealogía y de atar vidas que, si no, serían imposibles de unir”.

Ecologistas por necesidad

En este vaivén de almas que llegan y se van, la natura se mantiene perenne como un testigo de la historia. Lejos de plasmar una imagen idílica o bucólica del campo, Enard pinta la ruralidad como una experiencia dura, incluso algo hostil. “El poder está en las ciudades y esto ha generado desequilibrios. Pero no hay ciudad sin campo y a la inversa, todo está relacionado”, destaca el escritor, que considera que con el coronavirus todo ello se ha hecho más obvio. “En Francia mucha gente está huyendo en masa de las ciudades. Cuando estás encerrado, la vida en la ciudad es muy dura y ahora nos hemos dado cuenta”. Una de las consecuencias de la pandemia, dice Enard, es que ha servido para despertar conciencias: “Nos hace más ecologistas por necesidad. El ser humano es así, solo funciona por necesidad. Y ahora estamos viendo que, si no cambiamos, nos morimos”.

Desde que consiguió el premio Goncourt con Brújula, Enard no había vuelto a las librerías con ningún nuevo título. Si bien dice que el reconocimiento francés no le ha puesto presión a la hora de escribir, sí ha tenido impacto en su trayectoria, porque ha dilatado el proceso de creación de una nueva novela. “Los dos primeros años del premio fueron como un huracán. Tienes que destinar un tiempo a viajar por todas partes y a promocionar el libro, y entonces llegan las traducciones y tienes que volver a hablar de ello –afirma Enard–. Para escribir necesito concentrarme, estar en un lugar concreto y tener una cierta regularidad. El problema del Goncourt es que no te deja escribir”.

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