¿Qué hay detrás de la manifestación unionista?

Los independentistas deberán defender los avances obtenidos en 4 décadas de gobiernos catalanistas

David Miró
2 min

SubdirectorCientos de miles de personas se manifestaron el domingo en Barcelona a favor de la unidad de España, al igual que en los últimos años ha habido movilizaciones gigantes en sentido contrario. Para un observador imparcial puede parecer que estas manifestaciones, que se producen en un entorno democrático occidental, forman parte de la libre competencia de ideas en el ágora pública, y que ambos bandos tienen las mismas armas para defenderlas. Pero esto no es así. La diferencia entre los manifestantes de este domingo y los que el sábado de la semana pasada pedían la libertad de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart es que los primeros tienen a los jueces, la policía y las fuerzas armadas detrás. De modo que cuando alguien este domingo gritaba "Puigdemont a prisión" era algo más que una rima fácil. Era un deseo que se puede hacer realidad en breve.

Por eso resulta tan desconcertante su discurso victimista, el de una minoría silenciada y oprimida por un gobierno autoritario, cuando son los otros los que han sido despojados de los cargos y tienen gente en prisión. Pero una cosa son los hechos, que son los que he descrito, y otra las percepciones. Y la realidad es que muchos de los manifestantes de ayer se sentían exactamente así, obligados a defender algo que para ellos debería ser tan natural como respirar, y es vivir en España.

La otra cosa sorprendente es cómo se puede hacer un discurso de la concordia cuando se acusa al otro bando de "racismo identitario" (Paco Frutos, partidario de Bashar al Asad) o de "golpistas" (Carlos Carrizosa). O, ni que decir tiene, cuando se acusa a los medios que tienen una línea editorial no coincidente de "sembradores de odio" (Josep Borrell sobre el ARA). Se puede defender que los independentistas son todo esto o cosas peores, pero entonces no se puede decir que se está a favor de la convivencia porque nadie quiere convivir con un racista o un golpista. Y, en última instancia, hay que preguntarse: ¿a quién conviene más la fractura social? Cui prodest, que decían los latinos.

A partir de ahí, el plan que presentaron los oradores del domingo es muy claro: someter Cataluña a un proceso de desnacionalización, una especie de esterilización identitaria y folklorización cultural que erradique para siempre el virus separatista.

Ante esto, los independentistas deberán bajar a la tierra, más bien al barro, para defender, no la República, sino los avances obtenidos en cuatro décadas de gobiernos catalanistas. El más preciado de todos: el modelo de escuela catalana inclusiva. Y, después, todo lo que conforma sus atributos nacionales, que querrán ser arrasados.

El cambio de chip que supone pasar de salir a ganar a hacerlo para no perder deberá ser rápido y tan indoloro como sea posible. Y la primera trinchera de defensa siempre serán las urnas, como ya han entendido Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Ahora falta construir el relato del paso de la ofensiva a la resistencia. Esta última, por cierto, es la auténtica especialidad de los catalanes.

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