El uso de drogas para cometer violaciones: el mito confirmado

Tres de cada diez agredidas sexualmente pueden ser víctimas de la sumisión química, según el Hospital Clínic

Enric Borràs
4 min
L’ús de drogues per cometre 
 Violacions: el mite confirmat

"No recuerdo exactamente qué pasó, sólo que cuando me desperté estaba desnuda, sólo llevaba sujetador", explicaba el jueves al juez una chica de Mollerussa. Hace tres años, cuando tenía 17, un vecino la invitó a un vaso de vino dulce después de volver de fiesta. Se despertó desnuda y encontrándose mal, y en medio no tiene ningún recuerdo. El acusado, para quien piden siete años de prisión por abusos sexuales, asegura que ella se le insinuó "como había hecho otras veces" y le sugirió ir a un trastero, donde admite que mantuvieron relaciones sexuales, pero dice que fueron consentidas. Todavía no se ha dictado sentencia, pero a ella le encontraron en la sangre doxilamina, un somnífero, y los Mossos también lo detectaron en los vasos de donde bebieron los dos.

El uso de drogas en agresiones y abusos sexuales para anular la voluntad de la víctima e impedir que recuerde qué le ha pasado no es ningún mito. Es una práctica criminal que se llama sumisión química y es más habitual de lo que parece. Se sospecha que casi tres de cada diez víctimas de agresiones sexuales (29%) atendidas el año pasado en el Hospital Clínico de Barcelona sufrieron sumisión química. Aquí se incluyen las víctimas que, después de una violación, explican que a partir de un punto de la noche ya no recuerdan nada y se despiertan desvestidas, doloridas y en un lugar desconocido sin saber cómo han llegado, o tan sólo con algunos flashes.

Sufrir por lo que puedan poner en la bebida a una chica joven que sale de fiesta parece de padres sobreprotectores. Se ha hablado mucho de la escopolamina o burundanga, una droga difícil de detectar que se expulsa de la sangre en tres horas y es capaz de eliminar la voluntad y la conciencia de quien la toma o la inhala. Pero sólo se ha confirmado un caso en España. Lo detectó en primavera la unidad de toxicología del Hospital de Son Espases, en Palma, en una mujer de 36 años, según se publicó en la revista Medicina Clínica. El exmarido admitió después a la policía que le había puesto la droga en la bebida. La burundanga tampoco es un mito, pero si sólo se encontró una vez los médicos tienen claro que no es habitual; y no es necesario que lo sea para hablar de sumisión química.

Según el presidente de la comisión de violencia intrafamiliar y de género del Clínic, Manel Santini, lo primero que hay que vigilar es con la bebida en sí. "La gente piensa mucho en la escopolamina y no se da cuenta de que el problema número uno, y que por sí mismo puede causar sumisión química, es el alcohol -explica Santiñá-. Si superas la dosis tolerada es como en la conducción: pierdes el miedo y la capacidad de control de lo que haces, tienes una falsa sensación de seguridad y baja el nivel de alerta". El 64% de las víctimas de agresiones sexuales atendidas el año pasado en el Clínico habían bebido alcohol. Y se detectó que un 10% lo habían mezclado con otros tóxicos. "Si el alcohol se mezcla con algún otro tipo de droga o un psicofármaco, como una benzodiazepina, se potencia el efecto en el sistema nervioso", alerta el doctor. Por eso en el Clínic hace cinco años que buscan rastros de este tipo de drogas en la sangre y la orina de las víctimas.

Condenas difíciles

La Audiencia de Barcelona condenó a un hombre en julio del año pasado a nueve años de prisión y diez de libertad vigilada por una violación cometida la Nochevieja de 2013 en Vilassar de Mar. La víctima tiene una laguna de unas dos horas de la que sólo recuerda algún flash, entre unos arbustos, mientras el hombre la violaba. "Se sentía paralizada y recuerda muy poco", dice la sentencia. Al día siguiente fue al médico, pero la vergüenza y la falta de memoria hicieron que no denunciara hasta quince días más tarde, cuando ya no había posibilidad de detectar ningún tóxico en la sangre o en la orina. Sin embargo, las contradicciones en la versión del acusado y "la extrema coherencia" del relato de la víctima permitieron una condena muy poco habitual en este tipo de casos.

La abogada de la víctima, Ester García López, está especializada en agresiones sexuales y cada mes se ponen en contacto con ella tres o cuatro mujeres que podrían haber sufrido sumisión química. Asegura que este tipo de violaciones "aumentan mucho desde hace unos dos años" y es muy difícil conseguir condenas. "Algunas víctimas -dice- ni siquiera saben que las han agredido hasta que empiezan a recordar al cabo de unos días". Se queja de que la administración de justicia no es nada sensible: "Si no es la típica agresión con un cuchillo no las creen".

En el juicio de la Audiencia, el médico forense declaró que las drogas de sumisión pueden hacer efecto "por ingesta o por contacto de la piel, para que se absorben por las mucosas". Con análisis de pelo se han detectado bastantes casos en que se habría drogado a la víctima con benzodiazepinas por estas vías. "No es necesario que les pongan nada en la copa -avisa-. Y de la sangre, el rastro desaparece en pocas horas". Todo ello dificulta aún más conseguir ninguna condena.

Incremento de las violaciones

El Clínic es el hospital de referencia de Barcelona para las agresiones sexuales y allí se derivan muchas de las que llegan a otros centros. El año pasado atendió 248 agresiones sexuales y este año prevé cerrarlo con 270 atenciones. En la última década, el número de casos se ha disparado un 47%. Más del 95% de las víctimas son mujeres. "La tendencia es que aumenten las agresiones sexuales -explica Santiñá-. Algo no va bien". Las cifras de los Mossos también delatan este aumento de agresiones: el año pasado se denunciaron 679 en Cataluña, una cifra que ha aumentado bastante desde las 620 del 2012. La policía argumenta que ahora se denuncia más, pero en el Clínico ven muchos casos antes de ninguna denuncia, y una cuarta parte ni siquiera llegan nunca a la policía o los juzgados.

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