COSMÉTICA

De dejar la ESO a estrella del ‘nail art’

Maritza Paz, la propietaria de Dvine Nails, ha esculpido las uñas de artistas como Rosalía y Nathy Peluso. Con 166.000 seguidores en Instagram, el suyo es uno de los nombres propios de la fiebre de la industria del esmalte

Laia Seró Moreno
6 min
De deixar l’ESO a estrella del ‘nail art’

Esta es la historia de una adolescente de melena negrísima y larga hasta el ombligo que iba a un instituto de monjas del centro de Barcelona, dijo basta y ahora es la reina de una de las industrias más en boga del sector de la belleza: “Quería dejar 4º de la ESO y en casa me dijeron «Pues si no acabas el curso, trabajas y te ganas tu dinero» y me puse a hacer uñas”.

Maritza Paz, así es como se llama la protagonista de este artículo, se deja caer exhausta doce años después de ese episodio en una de las butacas de estilo Chester, terciopelo azul marino y respaldo alto que hay en la entrada de uno de sus salones de uñas en el extrarradio barcelonés. Después de varios años trabajando en el sector, ahora es la propietaria de una de las marcas más reconocidas del mundo del llamado nail art (arte de uñas, en castellano), la tendencia más extravagante del esmalte que ha revolucionado el sector a nivel mundial y que ya mueve miles de millones de euros al año.

Bajo el nombre de Dvine Nails, la empresa que creó ahora hace cinco años, los dedos de Paz (y los de sus trabajadoras) se han hecho famosos porque son capaces de esculpir uñas postizas de varios centímetros de longitud con los diseños más extravagantes: las hace con pedrería brillante, con trazos imperceptibles que pueden emular cielos estrellats, incrusta láminas nacaradas, cadenas doradas, mini flores y mini muffins y, de hecho, cualquier objeto que se proponga. Basta con hacer un scroll rápido por los Instagrams de artistas famosas como Rosalía, Nathy Peluso y Bad Gyal para ver que los iconos pop del momento le confían sus dedos, y sus secretos (“¡son muchas horas!”, dice Paz medio sonriente, sin dar, por ahora, ningún detalle). Queriéndolo o no, se han convertido en las caras visibles de una industria que cada vez abre más locales en todo el mundo y que no solo vive un momento dulce (con permiso de la pandemia) sino que, según calculaba ahora hace tres años Grand View Research, va camino de facturar 15.000 millones de dólares (12.240 millones de euros) en 2024. En España, según la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética Stanpa, la manicura da trabajo a cerca de 10.400 personas y hay entre 3.000 y 3.500 locales que se dedican a ello exclusivamente, además de los centros de estética.

“Creo que no hay nada que no quepa dentro de una uña”, sigue la joven emprendedora, y enseguida vuelve a desbloquear el móvil, abre la galería de fotografías y busca hacia abajo hasta que encuentra el diseño que hace pocos días le hizo a la Nati, como denomina a la cantante de Business woman: unas uñas infinitas que empiezan blancas y se van degradando hasta que se convierten en un quebradizo de purpurinas multicolor. Este ademán de atreverse (desde la candidez absoluta) con todo, de haber perdido el miedo a equivocarse, es, seguramente, la actitud que la ha llevado dónde está. Ahora tiene 27 años, seis trabajadoras a cargo y dos salones -uno en Cerdanyola del Vallès y uno más reciente en Barcelona-. Así es, menuda ella y “demasiado ingenua”, dice, con las uñas cortas más normales del mundo, Maritza Paz, uno de los nombres propios del nail art.

Mientras sus manos juegan nerviosas -ahora se coloca el pelo detrás la oreja, ahora se estira las mangas de la sudadera fúcsia que todas las trabajadoras llevan con el logo en el pecho-, explica que desde hace un tiempo en Dvine Nails también hacen cursos y que han creado su propia marca de productos de esmalte que venden por internet. “Si me dicen que hago uñas chonis me da igual. Esto va de ganarse la vida y ser feliz”, sentencia. De golpe, gira la cabeza y grita: “Alexa, ¡pon música alegre!” Y entonces todo encaja: la radiofórmula, las butacas de terciopelo suave, las maletas decorativas llenas de lentejuelas plateadas apiladas en la entrada y la figurita del gatito negro que la mira desde el mostrador.

Hija de un conserje y de una trabajadora de supermercado que vinieron de una región de la costa del Perú hasta Barcelona en busca de un futuro mejor, Maritza Paz recuerda que a raíz de un curso empezó haciendo uñas en casa -“Tenía que encerrar mis perritos cada vez que venía una clienta”- y que su primer local en Cerdanyola del Vallès era muy pequeño -el alquiler apenas le costaba 200 euros-. “Bueno, y el agua y la luz y los autónomos... Que esto no te lo enseñan en el instituto, y tendrían que hacerlo”, se queja. Después conoció por trabajo a Paula González, ganadora de la 15a edición de Gran Hermano, y le propuso hacerle las uñas: “Eso nos ayudó mucho”. Rápidamente, los likes empezaron a llover y, en poco tiempo, se convirtieron en clientas y más clientas. Ahora tienen 166.000 seguidores en Instagram. “A las redes sociales les debemos muchísimo: te diría que nuestro trabajo lo hacemos un 50% nosotros y un 50% la locura de las redes”, reconoce, mientras enseña en el móvil los centenares de mensajes que reciben pidiendo información.

La respuesta que dan, normalmente, gusta, porque en Dvine Nails los precios no son estratosféricos: a sus salones se acercan cada semana decenas de mujeres de todas las edades -también hombres- que se hacen uñas que cuestan desde 20 euros, las semipermanentes más sencillas (a pesar de que aquí el concepto sencillo toma otra dimensión), hasta 150-200 euros. Estas últimas superan las seis horas de trabajo. ¿Lo peor? Cuando estas sesiones les coinciden con la regla: “No sabes cómo ponerte cuando te duele tanto la cintura”.

Si hace dos años valoró la opción de crecer y la marca aterrizó en Barcelona, Maritza Paz prefiere seguir trabajando en el salón de Cerdanyola, donde reside: el extrarradio, al cual ella puede presumir de haber traído a algunas de las famosas más internacionales de nuestra casa, engancha. Casi tanto como el formato de los centros de uñas, olor de químicos a parte -“¡Yo ya no lo noto!”, reconoce ella-: “Al final somos personas que compartimos horas de tiempo tranquilo, y esto hace que salgan todos los temas que nos preocupan: hemos vivido divorcios, pérdidas de trabajo, nuevos amores, embarazos que después han sido partos. ¡También mucha llorera y muchas risas!” En una entrevista, de hecho, confesó que oyó Malamente a través del Bluetooth del local antes de que saliera. Dice que con Nathy Peluso hacen algunas de las uñas más extremadas y que a menudo acaban pidiendo una pizza porque la sesión se alarga. Y que “obviamente” todas las famosas que le vienen lo hacen en chándal (y taxi).

La cara B del negocio también la acepta con calma. Maritza Paz sabe que vienen meses de remontar el impacto económico que la pandemia ha causado a Dvine Nails. Dice que no se ha planteado prescindir de ninguna trabajadora y evita hablar de cifras concretas, pero calcula que este 2020 han facturado un 60% del total que esperaban a principios de año y admite que, si hace un año y medio tenían dos meses de lista de espera, ahora dan cita en menos de una semana. “A parte de las semanas que hemos tenido que cerrar, tenemos muchas clientas que nos anulan citas porque han perdido el trabajo o no han cobrado el ERTE o el paro”, explica.

El cierre de centros de estética que ha dictado el Govern en varias ocasiones desde marzo ha pasado factura al sector y Paz no es la única que lo ha notado: “La lección que me llevo como joven emprendedora es que siempre tienes que procurar tener ahorros”.

El nombre de Yolanda Beltrán, CEO de Nails Factory, es otro de los que explican el furor del esmalte en España: ella reconoce que algunas de las franquicias de su marca han bajado la persiana por el covid, pero hace una lectura “positiva” del año porque han seguido abriendo tiendas en algunas de las ciudades más importantes de España. En total han sobrevivido a la pandemia 160 establecimientos de Nails Factory, que este 2020 han atendido a 2 millones de clientas y han facturado 24 millones de euros.

¿Dónde se estudia esta profesión? Son varias las voces que reconocen que hay poca propuesta formativa homologada. La creadora de Dvine Nails, de hecho, apenas recuerda el curso donde aprendió a hacer uñas acrílicas con una profesional. Después, dice, vinieron muchas horas de vídeos en internet. Uno de los centros privados que ofrecen formación es la Escola Thuya, donde se pueden hacer diferentes cursos a partir de 299 euros. En los últimos dos años, en este rincón de Sant Gervasi también ha impactado la moda del nail art: han tenido un 50% más de afluencia, y ahora incluso tienen lista de espera. Muchas de las alumnas que pasan por ahí acaban abriendo sus centros o se hacen autónomas, explican.

Desde el Cluster Beauty Barcelona destacan de esta rama de la estética que impulsa el autoempleo y permite a las profesionales -la mayoría son mujeres- empezar a trabajar de manera relativamente rápida. Las que acaban de empleadas tendrán, según convenio, un sueldo alrededor de los 1.000 euros en Catalunya. Al final, esto va de mujeres que se buscan la vida, de mujeres que no van encorbatadas y que a menudo son anónimas. Incluso Maritza Paz, que ha esculpido uñas protagonistas de videoclips de alcance mundial, lo es: “La mayoría de veces solo me reconocen si me ven los tatuajes que llevo en las manos”.

stats