El milagro de la ferretería de barrio que nace entre souvenirs

Paula Solanas Alfaro
3 min
María José Pérez ordenant les olles que venen  a la ferreteria Maahi, a Barcelona.

BarcelonaEn el número 39 de la calle Ferran, la voz de John Lennon grita: “¡Ayuda, necesito a alguien, y no a cualquiera!” El local ahora lo ocupa una ferretería, donde Maria José Pérez trabaja de dependienta y escucha los clásicos de su época en la radio mientras un goteo de clientes curiosea entre las estanterías. El negocio nació en pleno grito de auxilio del comercio de proximidad por los estragos de la pandemia. Abrió las puertas a mediados de noviembre, en una calle donde los establecimientos dirigidos al público local son minoría.

El propietario de la ferretería Maahi -es indio y le ha puesto el nombre de una de sus hijas- ya tenía otra en Badalona. En la capital catalana contaba con este local. Lo tenía alquilado a una tienda de souvenirs deportivos que cerró en abril por el primer choque del confinamiento y optó por llenarlo él mismo en lugar de dejarlo vacío. “Con la caída del turismo no hay muchos negocios que funcionen en la zona y pensó que tenía que apostar por el comercio para los vecinos”, dice Maria José. Ella se quedó en el paro con el estado de alarma y la apertura de esta pequeña tienda le ha permitido reincorporarse al mercado laboral. “No había trabajado nunca en una ferretería, pero con internet se aprende muy rápido de las piezas”, explica.

Hacia las doce del mediodía, el trasiego de peatones en una de las arterias turísticas de Ciutat Vella es más bien tranquilo. “Hemos ido adaptando los horarios de apertura a lo que hace la gente. Nos funciona bastante el mediodía, cuando muchos salen del trabajo para comer”, dice la dependienta. Aún así, reconoce que “las ventas no son para tirar cohetes”. El local sobrevive de momento gracias a los pequeños electrodomésticos, pero también al afán por hacer pequeñas reparaciones en casa en lugar de llamar a un experto. “Hay quien ahora prefiere que no venga gente a casa por miedo a los contagios. Aquí nos compran lo que les hace falta y los asesoramos un poco”, añade María José. También se han convertido en clientes habituales los albañiles que desde hace unas semanas reforman un edificio un par de locales más allá, que casi cada día se acercan a buscar suministros de emergencia.

Para vecinos del barrio como Pepi, la apertura de la ferretería es un soplo de aire fresco en una zona donde tienen pocas opciones para comprar de comercio local. “Aquí no había nada y ahora todavía estaba más desierto”, comenta. Ya ha venido un par a veces a la ferretería, esta vez para comprar una cafetera italiana para su hermana. “La podría comprar en cualquier otra tienda, pero sería de menos calidad y no me atenderían como aquí”, explica. Al final sale del establecimiento llevándose también un recambio para la cerradura de la puerta, que no le funciona muy bien.

Desde el mostrador de la ferretería, María José puede ver el cartel que reza “se alquila” en el local situado justo enfrente. En el resto de la calle se pueden contar unos cuantos más, víctimas de la ausencia de visitantes y la presión de los precios del alquiler. “Sin más medidas para aplicar rebajas o ayudas a los comerciantes seguirá siendo complicado salir adelante”, dice la trabajadora. Es consciente de que la apertura de la ferretería Maahi es la excepción en esta travesía, pero confía en que con las políticas adecuadas otros emprendedores podrán seguir su ejemplo.

Comercio castigado

En octubre un informe de la patronal Pimec situaba en un 20% las pymes que estaban al límite del cierre debido a la pandemia, con la restauración y el comercio al frente de este agravio. Según el mismo estudio, una de cada dos empresas sufría problemas de tesorería. Esta situación se acentúa en el centro de Barcelona, donde los ejes comerciales alertan de una situación “crítica”. La entidad Barcelona Oberta hacía una previsión dura para el final del 2020, con casi un 50% de sus asociados obligados a cerrar por la bajada de las ventas.

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