Esther Vera

Frustraciones peligrosas

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Frustracions perilloses

BarcelonaGran Bretaña fuera de la Unión Europea, Donald Trump presidente de Estados Unidos. Un escalofrío recorre el espinazo. Ninguna de las dos posibilidades es inverosímil. Ninguna de las dos augura nada bueno.

Especialmente cuando la violencia irrumpe como un obús en los procesos democráticos y algunos intentan servirse de ella sin pudor. Cuesta mantener el convencimiento en el progreso.

Salir o no salir, esa es la cuestión

La muerte de la diputada Jo Cox cuando salía de visitar a los votantes de su circunscripción es un crimen brutal contra la democracia misma. Contra los que se esfuerzan por incluir y dialogar y no por alimentar la bestia que todas las sociedades pueden llevar dentro. Cox representaba la diversidad. "Mi comunidad ha mejorado profundamente con la inmigración", dijo en su primer discurso como diputada. Pero a los extremos les da miedo la diferencia, y las buenas intenciones no son suficientes para tranquilizar a los que ven que sus expectativas desaparecen. Tienen miedo y hay políticos dispuestos a facilitar falsas salidas aparentemente sencillas.

El referéndum que puede hacer salir a la Gran Bretaña de la Unión Europea es fruto del miedo a la inmigración y de las necesidades políticas del conservador David Cameron, a quien le hacía falta cohesionar a su partido y no dejar crecer la agenda populista del UKIP de Nigel Farage.

Gran Bretaña, que siempre se ha garantizado excepciones en los tratados y mantiene la moneda, cerró el mes de febrero un acuerdo con los Veintisiete que la exoneraba de hacer avances en la unión política y le permitía frenar la libre circulación de trabajadores comunitarios y su acceso a beneficios sociales. El acuerdo es una dimisión de los valores que han impulsado la construcción de Europa, que no permite nuevas concesiones del resto de socios sin arrastrarse también hacia el populismo.

Los partidarios del Brexit consideran que la burocracia europea amenaza la identidad británica y que llena su territorio de inmigrantes. Que la UE es disfuncional en la toma de decisiones y muy imperfecta democráticamente y que los inmigrantes van allí donde hay oportunidades es un hecho. Esto no significa que los inmigrantes no contribuyan con su talento, trabajo, impuestos y juventud. Tampoco significa que renegociar los acuerdos comerciales que tanto benefician a la economía británica desde fuera de la Unión sería fácil.

Unidos por la frustración

La cuestión básicamente es de expectativas, y recuerda el eslogan político "Recuperar la grandeza de América" al que apunta la campaña de Donald Trump. Los partidarios del Brexit y del candidato republicano comparten una llamada a recuperar un pasado que se recuerda con orgullo: próspero y brillante. El euroescepticismo impulsado por el referéndum británico tiene un fuerte componente de nacionalismo de derechas que en Europa no sólo crece en Gran Bretaña, y que conecta con EEUU por la frustración de las complejidades de un mundo cambiante, de la pérdida de confianza en la política tradicional y de la nostalgia por la soberanía nacional que mantenía las decisiones en el estado y los inmigrantes fuera, o con menos derechos. No es casualidad que Marine Le Pen y Trump defiendan el Brexit. Esto no significa, obviamente, que todos los partidarios de la salida lo sean por motivos antiinmigración.

La realidad con respecto a EEUU es que los votantes de Trump tienen, según las encuestas, un nivel de formación y de ingresos superior a la media norteamericana. Valoran su estatus de manera subjetiva con un punto de referencia en el pasado, cuando muchos republicanos tenían un estatus superior y más seguridad económica. Aquellos que no salen de la crisis tan rápido como esperaban tienen un sentido de pérdida, y se sabe que es difícil adaptar las expectativas a las nuevas circunstancias. Jack Levy, un politólogo que ha hecho estudios sobre la aversión a la pérdida, concluye que un individuo "sigue utilizando como punto de referencia su statu quo primero". Es el mensaje de Trump: "Haremos grande a América", "Me encantan los viejos tiempos". Lo que promete es recuperar una idea de seguridad pasada. La gente "está dispuesta a correr serios riesgos si puede recuperar pérdidas". Es lo que lleva a mantener acciones cuando caen por si se recupera el valor en vez de vender y perder menos, o doblar cuando se pierde una apuesta. Para los votantes de Trump, los tiempos de Obama se consideran una pérdida y se emerge de la crisis con la clase media perjudicada por la creación de menos puestos de trabajo de calidad y expectativas frustradas.

Las ideas son discutibles civilizadamente hasta que se impone la idea tóxica de la supremacía, que afecta a los radicales ya sean religiosos, políticos o de género. La supremacía que lleva a un ultraderechista a matar a una representante popular por sus ideas sobre inmigración o un fanático religioso a asesinar a 49 homosexuales por cómo viven su vida en libertad. Supremacía tóxica y políticos dispuestos a utilizarla sin escrúpulos.

Desmontando a Trump

Hay que desmontar a Trump lo antes posible. No es un genio que conecta con la gente, es un mentiroso dispuesto a decir cualquier cosa y la contraria y dar fórmulas aparentemente fáciles para problemas complejos. No tiene el liderazgo innato del emprendedor que opta a la presidencia sino que es un empresario tramposo. Tampoco tiene la aparente ventaja de que no habla como el resto de políticos sino que habla como un misógino y un arrogante. El Partido Republicano flirtea con la idea de que con Paul Ryan en la presidencia de la Cámara de Representantes controlará lo incontrolable. Algo así como que un serviría para jugar al golf y el otro para pensar y legislar. Más vale que no nos engañemos. El Brexit no es una buena noticia y la presidencia de Trump es una catástrofe. Más vale que no tengamos que pensar la portada de ese día.

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