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La fractura social del coronavirus

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Voluntaris repartint menjar a l’església de Santa Anna, al casc antic de Barcelona, durant la primera onada de la pandèmia.

BarcelonaJunto a los dramáticos efectos sobre la salud –ya hemos llegado a los 15.000 muertos– y la sanidad, la sociedad catalana está pagando una enorme factura económica y social por el coronavirus. Una factura que es también una fractura. Las entidades sociales alertaban hace unos días que el 90% acabarán este año con pérdidas debido al sobreesfuerzo que han tenido que hacer para atender unas necesidades de asistencia que se han disparado. Una de cada tres entidades ha tenido que pedir préstamos. "La situación económica de las entidades sociales está al límite y pone en riesgo su viabilidad", advierte la Mesa del Tercer Sector. Además de las actuaciones de urgencia que han tenido que hacer, también sufren el retraso en el pago de 256 millones por parte de las diferentes administraciones: el principal moroso es la Generalitat, a quien corresponde el 63% de estos impagos. Nos encontramos, pues, que la situación en la calle es crítica debido a la caída en picado de ingresos de muchas familias, y que ni las administraciones ni las entidades tienen suficiente capacidad para hacer frente a la situación.

Oxfam Intermón ha calculado que este 2020 la pobreza aumentará en Catalunya un 9,4%, mientras que el coeficiente Gini, que mide la desigualdad, subirá 1,2 puntos. El número de personas que en 2019 vivían bajo el umbral de pobreza se situaba en el 19,5% de la población, un porcentaje que había ido mejorando los últimos años (en 2018 era del 21,3%) pero que ahora de golpe está experimentando una gran crecida. La deficiente puesta en marcha del ingreso mínimo vital (desde el primer momento hubo un colapso administrativo por la gran demanda de ayudas), los atrasos en los pagos de los ERTE y la insuficiente (y de nuevo ineficaz) oferta de ayudas a los autónomos están abocando muchas familias a situaciones límite. Como explican los responsables a pie de calle de las entidades sociales, están atendiendo personas que nunca habían tenido que pedir comida o ayudas de ningún tipo. Son los nuevos pobres. Y después están los colectivos ya de por sí precarios, donde llueve sobre mojado, con la inmigración como el eslabón más débil de la cadena, pero también las mujeres y la infancia. La pobreza, pues, hace crecer las desigualdades porque crece también desigualmente.

En la medida en que la presencia del covid-19 no remita y que, por lo tanto, se tengan que mantener las medidas restrictivas de la vida social, con la afectación económica que suponen, el azote de la pobreza seguirá presente. Está, además, el temor a que la salida de la crisis sanitaria lleve de entrada otra sacudida económica, y por lo tanto también social, con la desaparición de las ayudas de los ERTE, que hasta ahora han permitido sostener a muchos negocios y familias. Habrá que ver, por lo tanto, cómo se sale de esta doble crisis sanitaria y económica. De momento, al menos en Catalunya y el conjunto del Estado, ni con la consigna internacional a favor del endeudamiento público se ha podido evitar el fuerte incremento de la pobreza: la respuesta de las administraciones ha sido lenta, escasa y torpe. Ya veremos qué pasa una vez el virus empiece a ser doblegado.

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