La imprevisible recta final del Brexit

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Cuatro años después de que los británicos votaran en referéndum salir de la Unión Europea, llega finalmente la hora de la verdad. Antes de finales de año acaba la prórroga negociadora del post-Brexit, y no está escrito en ninguna parte que acabe bien, es decir, con un acuerdo. De hecho, si hacemos caso de la historia caótica de estos últimos años, no nos tendría que extrañar un no-acuerdo definitivo y traumático, que según los expertos supondría un golpe muy duro para una economía británica ya muy castigada por las incertidumbres de una salida nada planificada, a las cuales en el último año se ha sumado la crisis del coronavirus. Y no solo estaríamos ante un descalabro económico, sino también de una nueva conmoción política con dos protagonistas: Boris Johnson, cada vez más debilitado, y Nicola Sturgeon, con nuevos argumentos para reactivar el proceso independentista escocés. En el caso de Johnson y los tories, haya o no acuerdo, se enfrentan a una situación complicada: un adiós con ruptura deja a Johnson con un país empobrecido y desubicado internacionalmente, y más ahora que ya no puede jugar la carta del apoyo de Trump. Y un adiós pactado, aunque sea un acuerdo de mínimos, le puede generar muchas críticas dentro de las filas conservadoras porque supondrá ceder en los aspectos controvertidos: por ejemplo, las reglas de juego para empresas británicas y europeas, las aguas territoriales y la pesca, o qué autoridad hará de árbitro cuando surjan problemas de interpretación de los acuerdos, una cuestión en absoluto menor.

Sea como fuere, el Reino Unido estará menos unido en 2021. El Brexit ha dejado muchas heridas que costará curar. La más evidente, la económica, por supuesto. Pero la social no resulta menos dolorosa ni peligrosa: el discurso antiinmigración ha enrarecido una sociedad tradicionalmente mestiza, un país con muchos ciudadanos de las antiguas colonias pero también de la Europa comunitaria, sobre los cuales ahora pesa una gran incertidumbre. Los últimos años ha habido una significativa fuga de talento y de mano de obra, por ejemplo de personal sanitario, como se ha hecho patente con el covid-19.

Lo que empezó como una frivolidad del entonces premier Cameron, cuando anunció el referéndum en 2013, ya se ha convertido en la peor crisis política de la historia reciente británica. Una crisis que no acabará con el cambio de año. Los negociadores de Bruselas y Londres afrontan ahora semanas decisivas, sí, pero, lleguen al final que lleguen, los próximos años seguirán marcados por la difícil gestión de los acuerdos o no-acuerdos. En el caso del Reino Unido, el Brexit se mantendrá como el principal dolor de cabeza de la vida política, económica y social. Más allá de la división en dos bloques, lo que seguramente ha venido para quedarse es la decepción para ambos lados: tanto para los que querían continuar en Europa -una causa obviamente perdida- como para los que querían marchar sin costes, lo cual ya es obvio que ni ha pasado ni pasará.

Más que la gestión del Brexit, lo que viene ahora es una larga y pesada indigestión, muy dura para los británicos, pero tampoco gratuita para la UE. Todos habremos salido perdiendo.

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