Los Estados Unidos, ante la peor crisis de salud pública de la historia

La Casa Blanca se desentiende mientras el país bate récords de hospitalizaciones y casos positivos

Carlos Pérez Cruz
3 min
Una pacient de covid-19 és atesa en un hospital de Chicago

WashingtonNo es inevitable, pero los Estados Unidos se abocan a vivir “los tiempos más difíciles de la historia de la salud pública en este país”. El diagnóstico lo ha hecho esta semana Robert Redfield, director de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, en su siglas en inglés), la principal agencia de salud del gobierno estadounidense. El país ha perdido más de 273.000 vidas desde el inicio de la pandemia pero, de no mediar un milagro (o una respuesta política coordinada a nivel federal), Redfield advirtió el miércoles de que, antes de febrero, “podríamos estar cerca de los 450.000” decesos. Solo en la semana de Navidad, los CDC proyectan que sumarán entre 10.000 y 20.000 fallecidos. Hasta entonces, un diciembre cuesta arriba en el que se percibirán los efectos de las recientes reuniones familiares por Acción de Gracias.

“No es un hecho consumado”, apuntó Redfield sobre su diagnóstico, pero que no lo sea depende de algo en lo que Estados Unidos está profundamente dividido: el cumplimiento de las medidas de mitigación aconsejadas por los expertos en salud pública. “No va a funcionar si solo la mitad de nosotros hace lo que es necesario”, reconoció el director de los CDC. Y esta semana es una muestra de que son muchos estadounidenses los que no parecen estar poniéndolas en práctica. El miércoles se superaron los 100.000 pacientes hospitalizados por el virus, más de 19.000 de los cuales se encuentran en cuidados intensivos. Es una cifra que prácticamente dobla el número de camas ocupadas durante el pico de casos en la pasada primavera. Entonces la pandemia había golpeado especialmente la costa este, con Nueva York como epicentro. Hoy todo el país se encuentra afectado. El alcalde de Los Angeles, Eric Garcetti, ya ha advertido de que para Navidades su ciudad podría quedarse sin camas hospitalarias.

Las buenas noticias sobre los ensayos clínicos con varias de las posibles vacunas y el agotamiento tras meses de pandemia han podido contribuir a una relajación de parte de la población. Pero lo cierto es que Estados Unidos vive su peor momento desde el inicio de la crisis y esta semana se han alcanzado los 200.000 positivos detectados en 24 horas. La media diaria de casos prácticamente triplica el techo que se había tocado en julio, cuando era de algo más de 60.000.

Al menos el porcentaje de infecciones que resultan en muerte ha ido declinando, del 6,7% en abril al 1,9% que reflejan las estadísticas de los CDC en septiembre. Flaco consuelo cuando el miércoles se registraron más de 2.800 fallecidos, la cifra más alta en todos estos meses. Probablemente solo evidencia un fenómeno global: ahora se hacen muchos más tests que durante la primera oleada.

La pasividad de Trump

La gravedad de la situación no va acompañada de unas medidas acordes. La Casa Blanca parece haber perdido todo interés en la pandemia, con el presidente Donald Trump consumido por su pataleta de mal perdedor. La experiencia no cuenta, se ignora. Después de haber albergado varios actos que resultaron en múltiples contagios, incluido el del propio presidente, la administración Trump parece no haber aprendido la lección y ha empezado ya a concentrar invitados con motivo de las navidades y otras celebraciones religiosas. Preguntada el miércoles al respecto, la portavoz de la Casa Blanca, Kayleigh McEnany, estableció una extraña comparación al defender que “si puedes saquear negocios, incendiar edificios, participar de protestas, también puedes ir a una fiesta de Navidad”. En la misma comparecencia ante los medios, McEnany llegó a afirmar, sin aparente ironía, que Trump “ha seguido siempre la ciencia”.

Mientras el presidente sigue tratando de revertir el resultado de las elecciones, los ex-presidentes tratan de llenar el vacío que deja Donald Trump. Ayer se hizo público que Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton, los tres mandatarios anteriores a Trump, se han ofrecido voluntarios para inocularse la vacuna contra la covid-19 frente a las cámaras para, de esa forma, incrementar la confianza de la población. Una reciente encuesta de Gallup cifra en un 58% el porcentaje de estadounidenses dispuestos a vacunarse. En una entrevista radiofónica, Obama dijo que “si Anthony Fauci me dice que la vacuna es segura (…) y te inmuniza frente a la covid, la voy a tomar, sin duda”. El demócrata mostraba así su confianza en el principal experto en enfermedades infecciosas de la administración, que ayer mantuvo su primera reunión virtual con el presidente electo Joe Biden.

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