OBSERVATRIO

Libertades regaladas

El coronavirus se llevará por delante el derecho a la privacidad

Mónica García Prieto
3 min
Un joven mostrando en la aplicación del móvil su autoritzación para poder circular, en el estado índio de  Uttar Pradesh

PeriodistaHace sólo tres meses, el confinamiento de miles de millones en todo el planeta habría sonado a ciencia ficción y la simple idea de instalar voluntariamente en nuestros móviles aplicaciones de rastreo que desvelan cuándo y con quién nos relacionamos resultaría inconcebible. Sin embargo, las situaciones extraordinarias requieren medidas poco convencionales.

El éxito de países como Singapur, China o Corea del Sur a la hora de emplear la tecnología para detectar y aislar a potenciales infectados por la covid-19 y localizar a quienes estuvieron en contacto en días previos ha marcado tendencia. Los países se han embarcado en una carrera para desarrollar aplicaciones similares con la excusa perfecta de la seguridad sanitaria, pese a los riesgos que implica regalar nuestra privacidad en un mundo digital donde todo queda registrado.

La situación recuerda a las semanas que sucedieron al 11-S, cuando libertades básicas fueron sacrificadas en nombre de la seguridad por gobiernos que se sirvieron del miedo para coartarlas. Entonces, se generalizó el espionaje digital de los ciudadanos -todos pasamos a ser potenciales sospechosos, como lo somos ahora de portar la covid-19- de forma indiscriminada y masiva, como demostraron las filtraciones de Wikileaks, Manning y Snowden.

El derecho a la privacidad, fundamental en democracia, fue la primera víctima del 11-S. Entonces cedimos parte del mismo para evitar que se repitieran aquellos actos atroces, aunque nuestro regalo no impidió que siguieran sucediendo ataques en todo el mundo. Ahora, se nos conmina a entregar el resto en nombre de la lucha online contra una pandemia offline. Y resulta difícil decir que no, habida cuenta de lo que nos jugamos.

Para muchos gobiernos es un arma de doble filo. En India, el segundo país más poblado del mundo tras China y con 70.000 infectados, la administración Modi está forzando el uso de una aplicación para localizar a quienes estén en contacto con contagiados registrados. La aplicación usa el GPS de los terminales para recopilar la ubicación y construir una base de datos centralizada, en teoría destinada a calibrar la magnitud de la pandemia y avisar a potenciales contagiados. Es un sistema similar al empleado por China, que se sirve de los códigos QR para catalogar a su población entre ‘sanos’, ‘en riesgo’ o ‘contagiados’. En partes conflictivas del país, como la provincia de Xinjiang, un sistema similar distingue entre ‘terroristas’ y ‘no terroristas’.

En India, su descarga tampoco es voluntaria. Se ha convertido en el primer país democrático en declarar su uso obligatorio, inicialmente para los empleados de los sectores públicos y privados pero también para los viajeros, lo cual implica que cualquiera que requiera transporte para llegar al trabajo debe tener un teléfono inteligente con el software instalado. En algunas compañías de telefonía, la Policía se asegura de que los terminales salgan de fábrica con la aplicación descargada, que permite a su desarrollador compartir los datos personales con el gobierno.

A diferencia de otros estados democráticos, India ha optado por una aplicación que permite al Ejecutivo centralizar las bases de datos con la información confidencial de sus ciudadanos revelando, según denuncia la Fundación para la Libertad de Internet basada en Nueva Delhi, que “no se trata tanto de adoptar medidas poco intrusivas para responder a la crisis de salud pública como de maximizar el uso de los datos que recopila”. Aunque el giro es preocupante, no es sorprendente: Modi lleva tiempo intentando imponer un sistema de identificación biométrica -basado en el reconocimiento facial- como obligatorio para toda actividad, desde obtener una cuenta bancaria hasta una línea telefónica, siguiendo la senda de la dictadura china, donde el espionaje tecnológico es la clave del estricto control social.

El gran salto surgirá cuando Apple y Google apliquen un sistema basado en tecnología bluetooth, no en el uso de GPS. Incluirán la herramienta en sus actualizaciones de software este mismo año, de forma que cientos de millones de usuarios no necesiten una aplicación para ver rastreados sus contactos. Ambas aducen que han establecido estrictas medidas para proteger la privacidad y que no recopilarán los datos: sólo se almacenarán en el teléfono, que notificará un posible contagio de forma anónima a los contactos. Por mucho que intenten tranquilizar, es necesario concienciarse de que el coronavirus se llevará por delante la privacidad que caracterizaba a los ciudadanos en democracia.

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