'Quien bien te quiere te hará llorar': por qué nos enfadamos más con quienes más queremos

Hay muchas situaciones en la vida que nos molestan, pero reaccionamos de una forma u otra según la persona que nos irrita

Isidre Estévez
4 min
'Qui et vol bé et farà plorar': per què ens enfadem més amb qui més estimem

Unos más que otros pero todos, de vez en cuando, nos enfadamos. Y unos más que otros pero todos, de forma consciente o inconsciente, hacemos daño a alguien cuando estamos irritados. Pero, aunque los motivos para enfadarnos pueden ser muchos, y las personas que nos desagradan pertenecen a todo tipo de ámbitos, desde amigos hasta vecinos o compañeros de trabajo, somos muy selectivos a la hora de dirigir nuestra ira contra alguien. Puestos a elegir con quién enfadarnos, a quién gritar, lo tenemos claro: en primer lugar nuestra pareja, y luego familiares directos, como hermanos o hermanas y padres y madres. ¿Por qué?

Paradójico o no, hacemos más daño a las personas que tenemos más cerca, a los que más queremos. La sabiduría popular siempre lo ha tenido claro: «Quien bien te quiere te hará llorar; quien mal, reír y cantar». La explicación más repetida es la que considera que estos momentos de mal humor y rabia con las personas queridas se deben a que a ellas les decimos lo que pensamos, que no nos mordemos la lengua. Y que lo hacemos por su bien, aunque les duela.

Adoptem un model d'agressió directa quan ens enfadem amb la família

El rival más débil

La ciencia también ha intentado saber por qué nos enfadamos más con las personas que más queremos. Y la respuesta tiene poco que ver con el amor y mucho que ver con la cobardía. Analizando datos de 30 años, un estudio de la Georgia Regents University llegó a la conclusión de que el motivo verdadero es muy sencillo: si nos desahogamos más con la familia es porque nos sentimos más seguros. Enfadarse con alguien que está fuera de nuestro círculo, y más aún con un desconocido, puede tener consecuencias imprevisibles, que nos causen un perjuicio e incluso que deriven en violencia física. Los familiares son, en cambio, el rival más débil. Creemos que no nos pasará nada importante. Y que, pase lo que pase, nos seguirán queriendo.

Hay un segundo motivo por el que, puestos a elegir a víctimas fáciles, nos decantamos de forma prioritaria por la familia: ellos tienen más posibilidades de pagar nuestros platos rotos por la sencilla razón de que son personas con las que pasamos mucho tiempo. Y cuanto más tiempo pasamos con alguien más probabilidades tenemos de sentirnos cansados, frustrados o directamente enfadados. Un proceso que deriva en un amplio abanico de actos agresivos, pasivos o activos, desde la violencia verbal hasta la física.

Agresiones directas e indirectas

Los datos disponibles determinan que, mientras que adoptamos un modelo de agresión directa cuando nos enfadamos con la familia, seguimos un modelo de agresión indirecta para atacar a personas menos cercanas, por ejemplo amigos o compañeros de trabajo. En estos casos los actos de violencia suelen ser pasivos, como esparcir rumores o explicar hechos que afectan el honor de la persona. Mientras que en el ámbito doméstico la violencia directa es más utilizada por los hombres y la indirecta por las mujeres, la táctica de hablar mal de los demás con el fin de hacerles daño, que reservamos en el mundo de fuera del hogar, es utilizada por hombres y mujeres sin distinción.

Pero, más allá del tipo de violencia que seguimos, lo cierto es que somos menos tolerantes con los seres queridos que con el resto de nuestras relaciones, o con el resto del mundo. El hecho no deja de resultar paradójico. Salvo excepciones, nos cuesta ser rudos, antipáticos y desagradables con gente que no volveremos a ver nunca en la vida. Si alguien nos molesta en el gimnasio, o en el tren, o en la playa (porque hacen ruido, por ejemplo) tenemos tendencia a callar y evitar el conflicto. En cambio, saltamos como un muelle cuando se trata de alguien cercano.

Barallar-se no implica que la relació no funcioni

Las líneas rojas de una pelea con la pareja

El hecho de que la mayoría de conflictos se produzcan en el ámbito de la pareja no tiene nada de raro, si tenemos en cuenta el grado de compromiso y dedicación que requiere una unión sentimental y el hecho de que ésta está formada por dos personas que han nacido y crecido en contextos diferentes y que, por tanto, llegan a la relación desde caminos muy diferentes. Cada uno ha pasado por experiencias únicas, que el otro no ha vivido, y eso hace que, ante un problema, tengamos tendencia a buscar soluciones diferentes. Cualquiera de estas diferencias puede derivar en una pelea.

Los terapeutas insisten en que pelearse no implica que la relación no funcione. Al contrario: las peleas, incluso las desagradables, son una parte normal de la relación, y no tienen por qué tener consecuencias negativas siempre que sigamos una serie de reglas: hacer un esfuerzo para escuchar los argumentos del otro, no perderle nunca el respeto (no insultar, por ejemplo, diciendo 'idiota' o 'te hacía más listo'), no amenazar con romper la relación, y, evidentemente, no recurrir nunca a la violencia.

stats