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Una nueva oportunidad perdida del rey Felipe VI

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Felip Vi durant el discurs

BarcelonaHabía mucha expectación alrededor del discurso de Navidad de Felipe VI después de un año en que los escándalos económicos obligaron a su padre, Juan Carlos I, a abandonar España y refugiarse en los Emiratos Árabes Unidos. En algunos círculos se esperaba una desautorización explícita del comportamiento del rey emérito, puesto que esta es la única manera que tiene el actual monarca de intentar salvaguardar una institución con la imagen muy tocada. Finalmente, el discurso incluyó solo una frase en que se alude a la cuestión, a pesar de que de manera elíptica, cuando hablaba de la importancia de los valores éticos: "Unos principios que nos obligan a todos sin excepciones; y están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares". El mensaje que la Casa del Rey quiere hacer llegar a la ciudadanía, pues, es que a Felipe VI no le temblará la mano si tiene que tomar medidas más contundentes contra su padre. De momento, sin embargo, todo queda como estaba.

Desde este punto de vista el discurso es una nueva oportunidad perdida para Felipe VI, que continúa resistiéndose a romper claramente con la figura de su padre. Y esto que hace pocas semanas el rey emérito admitió por primera vez que había cometido fraude fiscal al hacer una declaración complementaria en Hacienda por un valor de casi 700.000 euros. Este dinero correspondía al uso de tarjetas opacas después de su abdicación, de forma que no tenían defensa legal posible. Esto, sin embargo, corresponde a una parte muy pequeña de lo que ahora mismo está bajo investigación. Hace solo unos días se supo que Suiza cifra en 82 millones de euros la fortuna conjunta que escondían en la Hacienda española Juan Carlos I y Corinna Larsen.

Puestos a esquivar temas espinosos, el rey, que es el Mando Supremo de las fuerzas armadas, tampoco hizo ninguna referencia directa a los chats de los militares retirados o en activo en que se defienden posiciones golpistas. Simplemente se limitó a hacer una férrea defensa de la Constitución y un llamamiento a dejar atrás "un largo periodo de enfrentamientos y divisiones", una eufemística alusión a la dictadura de Franco.

El problema de Felipe VI es que con este tipo de discurso se desconecta cada vez más de una parte muy importante de la ciudadanía española. Y no hablamos aquí de Catalunya, donde la monarquía se encuentra claramente desacreditada desde el discurso del 3-O del 2017, sino de amplias capas de la población española, la más progresista y también los jóvenes, que no se sienten identificados con lo que representa la institución monárquica. En cambio, la derecha, que antiguamente había recelado de su padre, se alinea ahora entusiásticamente con una institución que perciben como un eficaz freno a cualquier tipo de cambio en profundidad del sistema nacido del pacto del 78.

Y así, con cada año y cada discurso, la monarquía es cada vez más una institución de una parte, de la más conservadora, en concreto, y menos un punto de encuentro. Y esto, a la larga, todo el mundo sabe lo que significa.

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