Elecciones

Dentro de diez años, la decisión de tumbar el gobierno Sánchez parecerá muy extraña

Andreu Mas-colell
3 min

La buena noticia de la semana pasada fue comprobar que los encausados del juicio tienen una moral alta, un espíritu combativo y un talante bien racional. Dio gusto verlos y escucharlos. Se confirma que la cárcel está fortaleciendo el liderazgo del independentismo, lo que nos da esperanza para el futuro.

La otra noticia, totalmente previsible una vez rechazados los presupuestos, fue que Pedro Sánchez convocó elecciones. Era una decisión fácil de tomar: se desmarcaba nítidamente de los que no le han dado su confianza, aprovechaba la manifestación de Colón y su relativo fracaso para situarse en el centro, y, un detalle no menor, las convocaba para antes de que la economía se deteriore más. Tiene elementos para pensar que puede ganarlas. Pero también los tienen las tres derechas que le exigían que las convocara. La incertidumbre es grande y la contienda será feroz.

Los partidos catalanes votaron contra los presupuestos con el riesgo evidente, por no decir la seguridad, de nuevas elecciones. ¿Por qué lo hicieron? Ciertamente no por una expectativa favorable sobre el resultado de estos comicios: la probabilidad de que salga un gobierno de las tres derechas es significativa. El PNV votó a favor. Su diputado Aitor Esteban manifestó que no veía dónde podía estar para Cataluña el beneficio de votar en contra. Tenía razón. La explicación más plausible de lo que hemos hecho desde Cataluña es, simplemente, que no sabemos parar y, todavía más grave, que no sabemos que no sabemos parar. Nos ponemos objetivos y plazos poco realistas, nos cargamos de emociones, nos enzarzamos en la rivalidad y la desconfianza entre formaciones independentistas, y acabamos tomando decisiones poco sabias y, de vez en cuando, suicidas. Hace ya tiempo que resuena en mi cabeza aquella canción de Raimon que nos dice que "en el meu país la pluja no sap ploure" ("en mi país la lluvia no sabe llover") pero ahora en la forma "en mi país la política no sabe hacer política" (le tomo prestada la analogía a Najat El Hachmi).

Cuando dentro de diez años se mire atrás, la decisión de tumbar, acompañando a PP y Ciudadanos, un gobierno del Estado que sorprendentemente había estado dispuesto a hacer política con los grupos parlamentarios independentistas y se había pronunciado por la vía de la negociación, parecerá muy extraña. Incomprensible, y objeto de un gran lamento, si los gobiernos que habrán venido después habrán sido de la línea Aznar. Es cierto que el gobierno Sánchez no es totalmente inocente de esta situación. Como ya le pasó a Zapatero, no entiende bien lo que pasa en Cataluña. Ha pecado de ingenuidad. Planteó la negociación con ánimo de cerrar rápido un acuerdo de nivel alto. Pero los tiempos y las circunstancias no lo permiten. No es la hora de nuevos o viejos Estatutos, de reformas constitucionales o de prisas. Los acuerdos generales y formales ahora no son posibles. Es tiempo de distensión, de ir subiendo escalones en la escalera del edificio de la confianza mutua, del que estamos en la planta baja. Mediante acuerdos, sí, incluso importantes, pero de momento parciales y periféricos en relación al núcleo del problema. Aun así, algo tengo que decir a favor del señor Sánchez. El señor Zapatero no fue capaz de cumplir lo pactado. El señor Sánchez ha sido más prudente a la hora de pactar. Quedará en el aire la pregunta sobre si desde Cataluña le hemos dado la oportunidad de pactar algo que realmente se pudiera pactar en el contexto actual.

Para Cataluña, las elecciones del 28 de abril pueden ser las más importantes del periodo democrático. Las posiciones están claramente contrastadas. Unos piden el 155 indefinido, los otros predican diálogo y distensión. El señor Sánchez no es perfecto, pero no hay ninguna perspectiva, ni a corto ni a medio plazo, que nos pueda dar por presidente del gobierno español a alguien mejor; al contrario. Quien piense que el señor Sánchez y los señores Casado, Rivera y Abascal son lo mismo, padece una ceguera aguda. Es previsible, y natural, que desde Cataluña la dinámica del voto útil esté muy presente. Más de uno se preguntará por qué narices hay que votar a una lista independentista si renuncia a hacer política parlamentaria. ¿Qué garantía hay de que no repita el comportamiento extremadamente miope del final de esta legislatura? En definitiva, que si conviene que gane Sánchez, ¿por qué no votar a Sánchez?

También es posible, lo admito, que el independentismo no esté desorientado y que siga una estrategia definida: la de, manteniéndose dentro de los límites estrictos de la legalidad, no hacer política española y esperar al colapso del Estado. Si es así, esta vez perderemos hasta la camisa. Traducción: se puede perder lo más preciado, la mayoría en el Parlamento de Cataluña, y con ella el gobierno de Generalitat.

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