L’OBSERVADORA

Desde dentro de la transformación

Esther Vera
4 min
Des de dins de la transformació

Que el 2020 nos está poniendo a prueba no hay que desarrollarlo mucho. Y del mismo modo que ha sido un año cruel, dominado por la muerte, el miedo y las dificultades económicas, también tenemos que ver que vivimos una época de aceleración de los cambios en la que somos conscientes, en tiempo real, de que la ciencia y la técnica son el motor del progreso. Estamos inmersos en saltos tecnológicos impensables hace un año que afectan desde la manera de trabajar hasta la gestión de la incertidumbre -un tipo de adaptación al cambio darwinista- que se ha convertido en un hábito consciente para la supervivencia.

Si este año ha traído algo positivo es el esfuerzo ingente de la ciencia para trabajar sin fronteras, de manera interdisciplinaria y compartiendo conocimiento con el objetivo de avanzar en la cura de la pandemia. Nunca habíamos hablado tanto de medicina, de ciencia, ni de epidemiología, ni de vacunas, ni de la gran importancia de invertir en lo que realmente hace que un país prospere, que es el conocimiento. El covid ha puesto el foco en la ciencia y la ciencia ha demostrado su utilidad. Igual que, por otro lado -si se me permite la digresión-, la Unión Europea ha demostrado la utilidad de la cooperación con la capacidad de compra conjunta de vacunas y la capacidad de reacción ante una crisis económica devastadora.

Cuando la ciencia se impone en el espacio de la conversación pública -como hacemos también hoy en el dossier sobre los enigmas del cerebro-, lo podríamos aprovechar también para aprender de una manera de pensar que contrasta con tantas confortables e inútiles grandes certezas políticas. Si en política la duda no existe, al menos en la escena, en el pensamiento científico la observación, la objetividad y la duda son las condiciones imprescindibles para avanzar.

LA UTILIDAD DE LA IGNORANCIA

En The meaning of it all, uno de los científicos más brillantes y más provocadores del siglo XX, Richard P. Feynman, escribe: “Es de una suprema importancia, para progresar, que reconozcamos la ignorancia y las dudas. Es porque tenemos dudas que entonces proponemos mirar en una nueva dirección para encontrar nuevas ideas. El grado de desarrollo de la ciencia no se mide por las observaciones en solitario sino por el grado con el que creas nuevas cosas para testar”. De hecho, el conocimiento científico que nos transforma y nos hace progresar estos días en la lucha contra el covid o el Alzheimer es un cuerpo de afirmaciones con varios grados de certeza. Los científicos están acostumbrados. “Sabemos que es consistente vivir y no saber -dice Feynman-. Alguna gente dice: «¿Cómo puedes vivir sin saber?» No entiendo qué quieren decir. Siempre vivo sin saber. Es fácil”.

LA LIBERTAD DE DUDAR

La libertad de dudar es importante en las ciencias y lo tendríamos que exportar a otros campos para ser capaces de cooperar. La satisfactoria filosofía de la ignorancia y el progreso que significa la duda no tiene que dar miedo, es de gran valor y es la semilla del conocimiento y, por lo tanto, del progreso.

El conocimiento ocupa el lugar central que merece cuando las cosas van mal, y estos días hemos tenido buenas y malas noticias. De entrada la buena, como el galardón que acaban de recibir siete chicos y tres chicas que estudian ingeniería biomédica en la Universidad Pompeu Fabra (UPF): han ganado en Boston una competición internacional para generar “la mejor máquina genética del mundo”. En siete meses han diseñado y ejecutado Hormonic, una técnica para tratar el hipotiroidismo. Pero estos jóvenes son una excepción en nuestro sistema y también hemos tenido malas noticias que nos tendrían que preocupar. El Estudio Internacional de Tendencias en Matemáticas y Ciencias (TIMSS) del 2019 demuestra que el rendimiento de los escolares catalanes de primaria ha bajado desde 2015 y vuelve a los niveles de 2011. En concreto, hace cinco años los escolares de 9 y 10 años sacaban una puntuación de 511 puntos en ciencias, y ahora han bajado a 504. En matemáticas han pasado de 499 puntos a 494. Los resultados se extraen de unas pruebas que hace la OCDE cada cuatro años para evaluar el nivel de los estudiantes de primaria en materias muy relacionadas con el progreso económico. Los resultados de los escolares catalanes no solo se sitúan muy lejos de la media de la OCDE sino por debajo de la media española.

¿QUÉ PAÍS QUEREMOS?

Hay que ser conscientes de que la educación, la investigación y el conocimiento son las bases de la prosperidad del país. De esto no hay ninguna duda, como tampoco de la necesidad de convertir la enseñanza y la investigación en una prioridad absoluta si se quiere tener un país competitivo capaz de atrapar al presente. Nuestra economía no puede ser un monocultivo de servicios si se quiere crecer, avanzar y dar un futuro a los mejores que no pase por la fuga de talentos. Es más que nunca el momento de la ciencia, y si el país quiere continuar creciendo como un polo internacional de la biomedicina y de la investigación en general, habrá que ser capaces de convertirla en una prioridad compartida.

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