Empatía, egoísmo y gobiernos contra el covid

Las poblaciones mejor informadas también son las que mejor han actuado

Montserrat Tura
4 min
Una infermera es vesteix amb l'equip de protecció contra el covid a un hospital de Vantaa, a Finlàndia

El gran desarrollo tecnológico en Finlandia no finalizó con la desaparición de Nokia –absorbida por Microsoft–, más bien al contrario: el ayuntamiento de Helsinki tiene una macroempresa de innovación tecnológica. Como la mayoría de proyectos finlandeses, estamos hablando de un partnership público-privado. En el board de Forum Virium está el ayuntamiento, pero también la principal empresa de comunicaciones (Telia), e IBM, y las universidades, y los think tanks independientes. En Forum Virium han desarrollado soluciones en la Urban Labs en sanidad, infraestructuras verdes, logística y restaurantes carbon-neutral. Un total de 125 proyectos con 750 empresas, de las cuales 170 son centros de investigación.

Entre todas estas soluciones encontramos la aplicación Koronavilkku, de uso voluntario, que estos meses de pandemia se ha descargado más del 97% de la población. Los ciudadanos aceptan mantener activada su localización en los dispositivos móviles, tienen información inmediata de si han estado en contacto con una persona a quien se le ha detectado presencia del Sars-Cov-2 y les informan de lo que tienen que hacer. Finlandia, con casi seis millones de habitantes, es uno de los países que ha actuado con más eficacia a la hora de proteger sus ciudadanos del covid. Observando las medidas dictadas por las autoridades políticas con participación de sus mejores expertos sanitarios vemos que han intensificado el sentimiento de responsabilidad colectiva de la ciudadanía, que es la gran fórmula para parar una gran epidemia.

Del análisis de cómo ha evolucionado la pandemia en cada rincón del planeta extraeremos aprendizajes de modelos de gobiernos empáticos y transparentes, o bien de desgaste de confianza entre administración y administrados. Tener un buen sistema sanitario con centros que dispongan de alta tecnología y con una dimensión holgada también ayuda, pero hay una base de cultura política de la cual hemos visto la mejor y la peor cara.

Conocer y entender la gran diversidad de situaciones personales y profesionales, las razones de movilidad y de la tendencia gregaria de los humanos en cada lugar del territorio que es responsabilidad de un determinado gobierno es imprescindible para diseñar cualquier plan de actuación. Pero también lo son la empatía, la transparencia, la información dada y pensada para ciudadanos muy diversos, y el hecho de explicar la enfermedad de forma que –excepto con minorías negacionistas – se consiga la implicación y no la obediencia.

Las poblaciones más informadas también son las que han actuado mejor. Si el caso de Finlandia llama la atención por el alta implicación tecnológica, el estado de Utah, en los Estados Unidos, lo hace por la red de relación de su mayoría mormona (más del 65%), que ha convertido este vínculo en un escudo de protección, al contrario de otras creencias religiosas. Pakistán supo utilizar la confianza ganada por los agentes de salud contra la poliomielitis, Tailandia consiguió más de un millón de voluntarios (la mayoría mujeres) y les enseñó a rastrear posibles contagios de los casos diagnosticados desde el primer momento.

La pandemia supera los 80 millones de infectados y se acerca a los 2 millones de muertos –son cifras registradas, las reales siempre son superiores–, y allá donde se ha convertido en pugna partidista la ciudadanía se ha mostrado reticente a las medidas, a menudo anunciadas sin empatía y contradichas por otros líderes políticos, motivos por los cuales los contagios han evolucionado de manera desfavorable.

Está escrito en la historia de las grandes epidemias: el individualismo, la codicia y el aprovechamiento sin escrúpulos serán una tentación para la población, es por eso que no podemos darle inseguridad, contradicciones o peleas partidistas que alimenten esta tentación. La confianza entre los gobernantes y los gobernados, y la percepción de sinceridad y de comprensión son herramientas de buen gobierno.

Para añadir más ejemplos, mientras China ponía candados a las puertas de las comunidades de vecinos, Vietnam desplegaba una enorme operación de rastreo con miles de personas especialmente contratadas y formadas, hecho que fue considerado una sobreactuación pero que, a la vez, funcionó gracias a la colaboración de los ciudadanos. Por otro lado, el gobernador del estado de Nueva York habló claramente y contundentemente, y la primera ministra de Nueva Zelanda se bajó un 30% el sueldo para explicar a sus ciudadanos las magras previsiones económicas que les esperaban para el 2020. Los dos, con dos modelos demográficos y urbanísticos muy diferentes, consiguieron la atención, consideración y corresponsabilización de los ciudadanos a los que se dirigían. En cuanto a Suiza, los grandes edificios de ocio se han convertido en centros de donación de sangre, así que no han bajado las reservas del banco que suministra a todos los hospitales; mientras que en Francia y España, con recelos históricos a la autoridad política y confrontaciones con los gobiernos locales o regionales, viven situaciones que acrecientan la distancia entre quienes gestionan la emergencia y quienes habría que proteger.

Es demasiado pronto para sacar conclusiones; la tercera oleada de la pandemia puede acabar siendo la peor y, si el virus ha incrementado su capacidad de contagio, quizás las cifras no acompañarán las reflexiones que ahora transmito.

Pensaba que el modelo territorial, que el grado de descentralización, tendría más impacto sobre el resultado, pero Suiza –descentralizada en sus cantones– no tiene mejores datos que Dinamarca –que ha centralizado las grandes decisiones pero ha hecho muy partícipes las organizaciones de carácter municipal.

No quiero poner demasiados ejemplos para no dejarme llevar por la anécdota, pero lamento profundamente que no hayamos entendido que la confianza en una población bien informada puede convertirla en un grupo de activistas contra la enfermedad, y que la acción punitiva mal formulada solo alimenta la picaresca.

Mientras tanto, con los reproches como rumor de fondo, lo que más me preocupa es que en los servicios sanitarios, los profesionales de todas las categorías acumulan cansancio y contagios, depresiones y desaliento, y todo el mundo da por hecho que seguiremos ahí cuando el fracaso de parar los contagios nos vuelva a desbordar. Un signo más de egoísmo social y político.

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