Facciosos, pero bien acompañados

Los redactores y los firmantes de las cartas las dirigen no a la opinión pública, sino a Felipe VI

Joan B. Culla
3 min
Desfilada del 12 d'octubre de 2018

La epidemia de logorrea que, desde hace algunas semanas, afecta severamente a centenares de militares españoles retirados y que se manifiesta en un alud de cartas públicas y en algún chat entre tabernario y etílico, ha suscitado numerosos comentarios que no querría reiterar aquí. Intentaré, pues, centrar mi análisis en aspectos menos tratados de este repentino rumor de sables... enmohecidos.

Los dos primeros movimientos de la ofensiva epistolar fueron las cartas dirigidas a la Zarzuela por parte de 39 miembros de la XIX promoción de la Academia General del Aire, y por 73 integrantes de la XXIII promoción de la Academia General Militar. En ambos casos, y si no erro, los firmantes ingresaron en las respectivas academias en 1964 y, por lo tanto, iniciaron sus carreras en el servicio activo a finales de la década de 1960.

Es decir, no estamos hablando de militares que hubieran luchado durante la Guerra Civil, o servido en la División Azul, sino de hombres que se incorporaron a las fuerzas armadas en pleno Desarrollo, cuando el franquismo ya había celebrado los autodenominados Veinticinco años de paz y algunos de sus ministros empezaban a llamar a la puerta de las Comunidades Europeas. Hablamos de generales, coroneles y otros mandos que restaron en activo hasta finales de la pasada década y que, por lo tanto, sirvieron bajo gobiernos de Felipe González, de Aznar y de Rodríguez Zapatero.

Y bien, ¿cómo es posible que uniformados con estas hojas de servicios, integrados en la OTAN durante buena parte de sus carreras, acometan contra un “gobierno socialcomunista” como si estuvieran dando un discurso en el frente de Teruel en 1937 o en el frente del Volhov en 1941? ¿Cómo se explica esta fobia guerracivilista hacia “comunistas, independentistas/golpistas catalanes y proetarras vascos”, dibujando Pedro Sánchez a manera de híbrido infernal entre Largo Caballero y Negrín, con unas gotas de Maduro? ¿Cómo pueden expresar de manera tan desacomplexada su nostalgia de 1936 y del franquismo, o frivolizar con la necesidad de “fusilar a 26 millones de hijos de puta”?

Solo hay una respuesta posible: a pesar de la tan idealizada Transición, la cultura política de los militares españoles -la que se destila en las academias, y en las salas de banderas, y en los cursillos de ascenso, y en las maniobras...- no experimentó, a partir de 1976, ninguna inflexión significativa más allá del maquillaje, ningún cambio de paradigma; continuó impregnada de valores pretorianos y del complejo de depositarios y expendedores del patriotismo; y restó, por lo tanto, muy lejos de las ideas y los valores de los militares británicos, belgas o suecos. ¿Qué garantía tenemos que, a día de hoy, esto haya cambiado mucho?

Por otro lado, resulta entre grotesco y repugnante que los firmantes de las cartas y los participantes del chat antes mencionados invoquen la defensa de la “democracia” y de “la orden constitucional”, apelen a la “libertad de expresión” y denuncien “la imposición de un pensamiento único”. ¿De qué democracia hablan, qué Constitución juraron, si consideran ilegítimo que determinados partidos o ideologías participen de la gobernanza? ¿Libertad de expresión para sus tesis facciosas, pero no para rojos, chavistas, separatistas, etcétera?

La prensa biempensante ha reaccionado describiendo a los militares retirados y grafómanos como una minoría residual, que se identifica con Vox. Y sí, Vox -que tiene tres tenientes generales jubilados entre sus actuales diputados en el Congreso, y un cuarto de regidor en el Ayuntamiento de Palma- ya ha dicho que se trata de “nuestra gente”. Esto balsa. La gravedad del caso reside en la coincidencia argumental entre el PP, con la derecha mediática (Abc, La Razón, El Mundo, OkDiario...), y los golpistas de papel que guardan el uniforme entre naftalina.

Dice Isabel Díaz Ayuso que "España es la única nación de Occidente cono un gobierno de extremistas y grupos que quieren destruirla”, y que ella comparte “la literalidad” de las desazones de los exmilitares. Afirma Cuca Gamarra que, con los presupuestos recientemente aprobados, “se consuma la traición a España de Pedro Sánchez”. ¿Puede sorprenderse alguien de que las cartas-manifiesto de los militares retirados carguen contra la ley de la memoria democrática, acusen al gobierno Sánchez de querer someter el Poder Judicial a su capricho o se escandalicen ante las “cesiones a los independentistas”, cuando la prensa madrileña antes mencionada lleva dos años y medio, y sobre todo los últimos once meses, haciendo portadas incendiarias alrededor de estos mismos temas, hablando de traiciones a la patria, de un gobierno rehén obligado a pagar rescates presupuestarios, de la eliminación del castellano de Catalunya, etcétera?

En fin, está la cuestión del destinatario. Los redactores y los firmantes de las cartas las dirigen no a la opinión pública, sino a Felipe VI, de quien se proclaman los más leales súbditos y de quienes parecen buscar un gesto de complicidad. Es fácil interpretar, pues, que señalan al rey como “uno de los suyos”, y no solo por la fraternidad de armas. Si esta imagen cuajara, riámonos de los efectos del discurso del 3 de octubre. Con monárquicos así, no hacen falta republicanos.

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