La inmersión lingüística en primera persona

El modelo lingüístico ha conseguido cuotas objetivamente altas de cohesión social

Joan Mena
3 min

El Partido Socialista ha anunciado recientemente su voluntad de reformular el modelo de inmersión lingüística en su próximo congreso para flexibilizarlo en función del entorno geográfico de cada escuela. En los últimos tres años como diputado en el Congreso he tenido la posibilidad de defender el modelo de escuela pública de Cataluña ante una derecha y una ultraderecha salvajes que utilizan la lengua como elemento de confrontación territorial en su estrategia de tensionar la realidad plurinacional de España. Hoy, sin embargo, no quiero defender la inmersión lingüística como diputado, sino a partir de la experiencia en primera persona y en una doble condición: como alumno escolarizado en el modelo de inmersión lingüística y como docente de lengua y literatura españolas en secundaria.

Soy hijo de una familia humilde y mi padre y mi madre fueron los más interesados en defender el actual modelo educativo. Primero, por una cuestión de cohesión social y, segundo, por un elemento de igualdad de oportunidades. Y, ciertamente, si el modelo de escuela pública no ha tenido tanto éxito como sería necesario ha sido más por la infrafinanciación del sistema -que ha perjudicado pública respecto de las privadas elitistas- que por modelo lingüístico, que ha conseguido cuotas objetivamente altas de cohesión social. Cabe destacar, también, que el objetivo del modelo de inmersión no es que el alumnado termine la etapa de escolarización hablando catalán, sino que lo haga siendo competente en las dos lenguas oficiales: el castellano y el catalán. Este es un elemento central del modelo de inmersión que a menudo esconde el nacionalismo más identitario, que hace así un triste favor al sistema.

Como profesor de lengua y literatura españolas también puedo contar mi experiencia en primera persona. Nuestro modelo todavía sigue siendo necesario, especialmente en determinados barrios y en determinados entornos. Pero es que la flexibilización que proponen los socialistas ya la permite el actual modelo a través del proyecto lingüístico de centro. La escuela puede definir "los criterios generales para las adecuaciones de las lenguas a la realidad sociolingüística del centro", como dice literalmente la actualización de 2014. Por lo tanto, me pregunto si proponer una medida que ya existe no tiene más que ver con la voluntad de algunos de atraer votos de un Cs a la deriva que de reflexionar sobre el sistema. Porque yo sigo defendiendo que somos los y las hijas de familias castellanohablantes los más interesados en defender el modelo de inmersión lingüística. No por esencias identitarias, ni por nacionalismos ni por una cuestión de banderas de la cual la lengua, cualquier lengua, debería huir. Cada alumno y cada familia debe tener la libertad de elegir qué lengua utiliza y los poderes públicos tienen la obligación de dotar a la ciudadanía de la competencia en ambas lenguas. De ello el modelo de inmersión lingüística. El consenso político, social y pedagógico que hay en Cataluña no es sólo por el modelo de inmersión sino, fundamentalmente, por la equidad social de este modelo.

No se puede plantear el debate de la lengua en clave electoralista o de reacción a la irresponsabilidad política de algunos líderes procesistas, porque esto es alimentar el marco de la derecha. Si se aborda este tema debe hacerse con dos premisas. La primera es que el debate debe ser eminentemente pedagógico. Con la convicción de mantener la cohesión y la igualdad de oportunidades como objetivos prioritarios del sistema educativo. El modelo de inmersión debe estar al servicio de estos elementos de inclusión y no del interés electoral o las causas políticas de unos o de otros. Por lo tanto, hay que incorporar la visión académica y la riqueza del mundo universitario de nuestro país a la hora de hacer reflexiones tan sensibles. A menudo abandonamos la aportación esencial del mundo académico y universitario para construir grandes consensos políticos y sociales. La segunda, más urgente que debatir una hipotética flexibilización del modelo educativo, es dotarnos de una ley estatal de lenguas que respete, ordene y fomente el rico modelo plurilingüístico de España. No entiendo que el PSC quiera debatir sobre el eslabón más débil del sistema, la inmersión, con una derecha y una ultraderecha crecidas y, en cambio, no se atreva a plantear un debate público y sereno sobre cómo abordamos la realidad plurilingüe en el Estado. Me gustaría encontrar los y las compañeras socialistas aquí. Ahora tenemos la ocasión. Si conseguimos un gobierno progresista en España puede ser una oportunidad histórica para empujar hacia la normalización lingüística en todo el Estado. Y el nuevo gobierno progresista deberá tener como consenso, no sólo para Cataluña sino también para todos los territorios, la defensa y la promoción de la realidad plurilingüe del Estado para desplegar el proyecto plurinacional de los pueblos de España.

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