Libertad, verdad y responsabilidad

Solo el equilibrio entre estas tres palabras nos puede llevar a hacer frente a muchos de los problemas

Joan Majó
4 min
Una bandera pro-Trump onejant en una concentració a Freedom Plaza (Washington DC) el passat 5 de gener

Está claro que, desde un punto de vista político, el saludo frecuente de este final de año ya no ha sido el tradicional deseo, “un buen año 2021”, sino alguno que reflejaba una gran inquietud por lo que está pasando, junto con el deseo y la esperanza de poder parar una serie de tendencias que hemos vivido a lo largo del 2020. Por supuesto, la más impactante es la sanitaria, por sí misma y por sus consecuencias; pero no me siento en condiciones de opinar sobre la crisis sanitaria y lo dejo para los expertos. En cambio, quiero hacer unos comentarios sobre los peligros que están afectando a nuestro sistema político de convivencia, que denominamos convencionalmente democracia representativa. Creo que solo el equilibrio entre las tres palabras del título nos puede llevar a hacer frente a muchos de los problemas que ahora estamos experimentando.

1. El lío político. El sentimiento de desorientación y de desconfianza en el mundo político ya hace más de 20 años que crece, y últimamente se ha incrementado, no solo a causa del covid-19. Ha sido muy fácil detectar síntomas de enfermedades de carácter político más que sanitario. Las razones son profundas y muchas, pero yo quiero enfocar la mirada solo en la fuerza de la palabra que configuró el mundo moderno, la libertad; y en la debilidad de las dos otras que reflejan valores personales muy valiosos: la verdad y la responsabilidad.

2. El siglo de la libertad. El siglo XX ha sido sin duda el siglo de las libertades. Han contribuido a esta realidad varias circunstancias: la desaparición de muchas dictaduras, que ha transformado en más democráticos a una gran cantidad de estados autoritarios; la progresiva disminución de desigualdades de género, de desigualdades de raza y de xenofobias, lo cual está mejorando la situación de millones y millones de personas; el aumento importante de la capacidad de disponer de recursos fruto de más creación de riqueza y de una mejor distribución, y, sobre todo, el progreso tecnológico que ha puesto al alcance de las personas una gran cantidad de nuevas herramientas que han aumentado sus oportunidades de actuar y sus posibilidades de tomar decisiones, de elegir y de ejercer sus derechos en el trabajo, el consumo, la política, la movilidad, la comunicación, o la expresión de sus ideas.

Tenemos que felicitarnos de lo que esto ha significado, tanto para nuestra vida personal como colectiva; pero tenemos que ser capaces de analizar qué consecuencias tiene esta libertad en los aspectos relacionados con las otras dos palabras.

3. La relativización de la verdad. La verdad, igual que la realidad, casi nunca ha sido un concepto absoluto. Hay verdades, hay dimensiones de la verdad, hay percepciones de la realidad, hay perspectivas, hay interpretaciones, e incluso hay opiniones.

Pero esta diversidad, comprensible, no puede nunca permitir que se acepten ni el dogmatismo ni la mentira. El dogmatismo es expresión de la verdad absoluta, y la mentira o falsedad es la deformación grosera de la realidad. La gran potencia de las tecnologías de la información y las comunicaciones, junto con la ausencia de una regulación adecuada, ha provocado que últimamente estos dos elementos llenen nuestras vidas, tanto en el campo comercial como en el político. En el primero, han permitido que muchas decisiones de compra, aparentemente libres por parte de los consumidores, hayan sido provocadas por informaciones deformadas y por algoritmos ocultos. Y en el segundo, hemos visto verdaderas manipulaciones que han provocado de forma incomprensible, y también inconsciente, las decisiones democráticas en muchos países, incluso en algunos de los más desarrollados del mundo. Y huelga decir hasta qué punto algunos de los movimientos políticos llamados “populismos” se han basado en la excitación de las emociones aprovechando versiones falsas de la realidad.

No puede ser que no se hayan puesto en marcha mecanismos reguladores que permitan hacer seguimiento y exigir responsabilidades, si hace falta, a los que actúan en estos sectores. Lo tienen que hacer los gobiernos, pero con transparencia y con seguimiento de organismos externos; y no lo pueden hacer, como pasa ahora, las mismas grandes empresas que controlan estas tecnologías.

4. La necesidad de la responsabilidad. Está claro que un gran aumento del uso de la libertad personal, tal como facilitan las nuevas herramientas, pide el establecimiento de límites en las actuaciones personales para asegurar la posibilidad de una convivencia social tranquila y no selvática. Una parte importante de estos límites tienen que ser autoimpuestos, fruto de la propia responsabilidad y de entender que la actuación de una persona puede tener también consecuencias en la vida de otras muchas e incluso atacar intereses colectivos.

Desgraciadamente, estos últimos tiempos hemos asistido a espectáculos de falta de responsabilidad, en gran parte relacionados con la transmisión del virus, pero podríamos encontrar situaciones paralelas en otros muchos campos. La responsabilidad exige unos comportamientos medidos, que como mínimo tienen que atender a las normativas reguladas, y que tendrían que ir más lejos si aceptamos, como yo creo, la necesidad de que la solidaridad sea una exigencia cívica. No solo estoy hablando del tema sanitario, sino también de la contribución a la sostenibilidad ecológica o de la disminución de las desigualdades por vía fiscal. Las responsabilidades son compartidas entre ciudadanos y gobiernos. Sin estas medidas están en peligro las democracias.

stats