Una llamada a la calma

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BarcelonaLos disturbios ocurridos ayer en Barcelona y en otras localidades de Cataluña son lastimosos. Y hay que cortarlos de raíz. El movimiento soberanista se ha caracterizado todos estos años por su talante cívico y pacífico. Es así como ha conseguido la admiración del mundo y la incorporación de muchos ciudadanos. Con el fuego como protagonista de la noche de ayer todo esto se rompe. Se rompe la imagen no-violenta y se rompe la confianza de mucha gente que se lo debía de mirar con estupefacción. Unas minorías no pueden dañar la voluntad de la amplia mayoría, no pueden hacer perder el sentido a una protesta que tiene todo el sentido: rechazar la sentencia contra los presos políticos. Son los mismos presos los que no han parado de pedir que las movilizaciones fueran escrupulosamente pacíficas. El mismo Jordi Sánchez, ex dirigente de la ANC, lo dijo ayer desde prisión al ARA: "Las movilizaciones son muy importantes, pero deben mantenerse en la no violencia". ¿Nos podemos permitir decepcionar precisamente ahora a los presos?

Dentro del soberanismo el debate no es entre el miedo y la valentía. Es una cuestión de principios e inteligencia, además de sentido común y estrategia. La batalla campal de ayer martes por la noche es un desastre que puede echar por tierra mucho trabajo. No podemos permitirlo. Señalar los Mossos como culpables es confundir las cosas. Si ha habido excesos por parte de este cuerpo policial, u otros, deberán denunciarse, pero la policía catalana tiene el cometido de mantener el orden. Y ayer los desórdenes fueron graves. No puede ser que el soberanismo pase a ser un problema de orden público.

La posible presencia de infiltrados entre los manifestantes que avivaran los ánimos no hace sino más necesaria la máxima prudencia. Los ánimos están muy exaltados. El sentimiento de injusticia es muy fuerte y hay que canalizarlo en la calle, pero de la forma en que siempre se ha hecho. Toca parar en seco esta escalada y volver a las acciones multitudinarias pacíficas, imaginativas y persistentes. La necesaria llamada a la calma la deberían encabezar las entidades cívicas y el gobierno de la Generalitat. No vale buscar excusas ni medias tintas. Ante los excesos, hay que ser contundente. Si la política no lidera, pasa lo que pasa. Y es imprescindible que no se rompa la convivencia en la calle como quisieran algunos que se esfuerzan por desacreditar el independentismo y asimilarlo a violencia y terrorismo. Ya se vio con las recientes detenciones de siete activistas de los CDR. Son los mismos que también se esfuerzan por intervenir las instituciones de autogobierno con la Ley de Seguridad Nacional o directamente con el artículo 155 de la Constitución. El PP, Cs y Vox ahora mismo se frotan las manos y presionarán a Pedro Sánchez para que intervenga con dureza en Cataluña. En un contexto electoral, todo es posible.

El soberanismo no se puede dejar arrastrar a un terreno que no es el suyo. En el juicio contra los presos tuvieron que inventarse una violencia que nunca ha existido para justificar una increíble condena por sedición. La respuesta a esta barbaridad jurídica debe volver a ser pacífica, democrática y cívica.

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