Nunca se vuelve atrás

El estado tiene que pedir perdón en algún momento a la ciudadanía catalana

Suso De Toro
4 min

EscritorNadie se puede engañar, el estado diseñó una estrategia para liquidar al enemigo y ha vencido. Otra cosa es que el estado ha quedado también muy dañado y que se le ponen límites desde fuera para administrar su victoria sobre el soberanismo catalán. La amargura que atraviesa la opinión pública comprometida con su país es indicativa de esa derrota, el movimiento cívico se ha ido diluyendo y quedan minorías de activistas comprometidos, pero su mismo coraje también muestra su desesperación. Por otra parte, la división y la competitividad que nunca supieron superar entre los partidos que expresaron políticamente la demanda cívica nacional es el signo más claro de la derrota. No saben qué hacer con los pasos andados hasta aquí, casi parece que se trata de disputar quién “va a cargar con el muerto”.

El ánimo y la falta de distancia impide objetivar la situación y hacer un balance de lo vivido y de las ganancias y pérdidas, pero es necesario recordar algunas cosas por si dan perspectiva. Desde el principio me preocupó el proceso de respuesta cívica surgido tras la sentencia del Tribunal Constitucional y los ataques a todo lo catalán. Como el estado no dejó lugar a diálogo alguno, los políticos y partidos que habían vivido en la época anterior -y que tenían una relación, de trapicheo y sumisión pero relación al cabo, con el estado- fueron empujados por la sociedad y o bien radicalizaron su postura o fueron apartados por la gente.

Cuando el estado quiso humillar y ahogar a la sociedad catalana, lógicamente dio la razón a los independentistas. Es por ello que insisto en que los creadores del movimiento soberanista catalán fueron los nacionalistas pero, en mayor medida, el propio estado pilotado por M.Rajoy y todos los lobbies financieros, mediáticos, administrativos de la Corte. Y eso indica que las motivaciones de la reclamación soberanista eran racionales, evidentemente Catalunya era maltratada por el estado, pero en buena parte asumidas por sectores cada vez más amplios debido a la emoción nacida de las humillaciones. Era muy complicada la conducción histórica de un movimiento así, tan democrático y valioso, pero que se conducía a una tarea de gran envergadura como es fundar un nuevo estado republicano desde dentro de otro estado monárquico. Recuerdo que me sorprendió la convicción que dirigentes independentistas republicanos tenían en su viabilidad. Nunca dudé, al contrario, del derecho de la ciudadanía catalana a decidir su futuro libremente, pero sí dudé de que el estado español lo permitiese, y me preocupaba la fragilidad de un movimiento de personas libres enfrentadas a un estado que se mostró como era, autoritario.

Hubo ingenuidad por parte del independentismo y errores, claro, pero es que se trató de un enfrentamiento con un estado que vive de la sumisión de los súbditos y que se muestra implacable con el débil que se rebela. El estado condujo en todo momento la sucesión de pasos habidos, conduciendo el proceso sin dejar alternativas. El Gobierno y el Tribunal Constitucional, al humillar y quitar validez al Estatut, al autogobierno catalán dentro del límite autonómico, le quitaron validez al autonomismo, de modo que sólo quedó el independentismo como referencia y camino. El estado siguió la estrategia de ir empujando a la sociedad por ese camino, sabiendo que guardaban en la manga la carta del rey de espadas. La estrategia de la ocupación de la Generalitat y del país estaba diseñada desde el principio, y se fue conduciendo a la sociedad y los dirigentes catalanes a un camino ciego contra un muro. Era al momento de la declaración de la república catalana, tan desesperada, adonde quiso llegar el estado. A esas horas en las que ya tenía preparado el asalto militar al Palau de la Generalitat, la ocupación del territorio y el encarcelamiento de los dirigentes democráticamente elegidos del país. El expolio de empresas, los castigos económicos, la propaganda xenófoba contra los catalanes y el cultivo del odio dentro de España fue todo ese “¡a por ellos!” cuando no se pretendió otra cosa que una derrota militar y la rendición.

Finalmente, el estado, condicionado por Europa y con el cambio de cara en el Gobierno, contempla Catalunya desde su posición de vencedor. Ésa es la realidad. Ofrece volver al Estatut amputado y manipulado por el Tribunal Constitucional, no está claro si al salido del Parlament, si al que quedó tras el cepillado que le dieron en la Corte y refrendado, o si al que dictó finalmente el Constitucional.

Lo que el estado hizo a la ciudadanía catalana es algo tremendo que no se imaginaba en la Unión Europea. Es necesario un lugar para sentarse a dialogar, con tiempo y diciéndose todo a la cara, porque ha habido actuaciones que se pueden calificar de errores políticos pero ha habido otras que son imperdonables, como el secuestro de la Generalitat, que los catalanes habían conservado en el exilio, y la brutalidad, la persecución de la ciudadanía y sus gobernantes, la utilización de la violencia de la extrema derecha... El estado tiene que pedir perdón en algún momento a la ciudadanía catalana. Y aún así… no se puede volver atrás.

La Corte y sus medios de comunicación dicen querer volver al pasado. Eso sería enviar a la locura a esos más de dos millones de catalanes que han realizado un acto democrático de desobediencia civil frente a un estado que los amenazaba con la fuerza, que finalmente ejecutó. Sólo haciendo desaparecer a todas esas personas podrían volver las cosas al pasado. El estado jugó con la idea de hacer de Catalunya un Ulster. Pues ahora es preciso un diálogo de paz previo a cualquier acuerdo político. Esa mesa de diálogo bilateral es necesaria, pero la imprescindible es otra mesa paralela donde los políticos soberanistas catalanes se sienten a hablar con franqueza y lleguen a un acuerdo nacional mínimo. Que las estrategias partidistas no anulen un imprescindible acuerdo nacional. Porque para dialogar y negociar con el estado, para que haya bilateralidad, para que exista federalismo o no, es imprescindible tener poder político propio a cada lado de la mesa. Y no lo habrá sin una unidad mínima.

No bastan las sonrisas ni invocaciones a volver a un amor que nunca existió, eso sin más sería asumir la misma vieja sumisión. Esto sólo lo arregla un referéndum.

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