Vencer el desaliento para resurgir

"Ahora o nunca": toca rehacer sectores de nuestra economía que tienen los días -años- contados

Guillem López Casasnovas
3 min
El llamp i Barcelona reconeixible al detall / @golfcharlie232

El proceso de deterioro del espíritu que afecta a nuestros conciudadanos es probable que vaya mucho más allá del Procés. La expectativa que abría la Constitución española de 1978 con su título octavo, que reconocía nacionalidades, que marcaba el reconocimiento institucional de los territorios históricos, de la financiación de competencias singulares para salvaguardar la lengua y la cultura de aquellos territorios, se ha aguado definitivamente. El desengaño se ha instalado en buena parte de la sociedad catalana debido a la frustración de las expectativas asociadas a la transición democrática y la realidad del nacionalismo español que se ha acabado imponiendo. Y ha quedado agotada la paciencia del peix al cove, que en cualquier caso erosionaba los logros, que no eran particulares sino más bien compartidos con otras comunidades envidiosas y deseosas de emular una nación que no eran. El desgaste de todos estos años ha sido enorme, hasta que unos cuantos dijeron basta para iniciar una vía que, además de ser más exigente, tenía un resultado que no dependía solo del esfuerzo propio, sino de la comprensión de los demócratas españoles y del reconocimiento de la Europa a la cual aspiramos. Nada de esto ha pasado y nos encontramos en la realidad del autonomismo, de cierta división interna, a pesar de que puede haber una buena dosis de gesticulación para hacer fuertes las bandas de contención contra fugas de votantes, y con las dificultades de hacer compatible el discurso soberanista pensando en grande y a la vez hacer funcionar la máquina de las pequeñas cosas en plena pandemia: apaciguar quejas, contratar a profesionales sanitarios y rastreadores, cubrir bajas de maestros, construir stocks de seguridad, curar residencias, gestionar confinamientos, etc. No tiene que ser nada alentador para los back office de los departamentos del Govern.

El sobreesfuerzo que esto requiere se hace en nuestro país con medios insuficientes: sin tesorería propia ni acceso al mercado, y con un gobierno estatal tensionado por la oposición y por sus desacuerdos internos (sin duda superiores a los catalanes, pero que tienen en el ejercicio del poder su vector de confluencia de intereses) pero que domina muchos medios. Medios que hacen de los déficits de la gestión estatal -mala- de la pandemia una virtud para construir liderazgos, mientras que con los defectos propios -o inducidos- hacemos más grande el boquete de nuestros mandatarios sin ver que todos estamos dentro de este mismo hoyo.

En el ámbito económico, España no ha hecho ni ha dejado hacer. Hasta el 8 de octubre no ha levantado las reglas fiscales de control del gasto autonómico y local, ha aligerado mínimamente el umbral del déficit, muestra todavía dudas sobre cómo encarar los ERTE, y no ha facilitado unas entregas de tesorería diferentes de las normales, convencionales, muy limitadoras en los momentos más graves de la pandemia. No ha optado por ayudas directas a todos aquellos que las comunidades, como gestoras, forzaban a cerrar (este problema se lo han comido los gobiernos autonómicos), y las comunidades, sin liquidez, tampoco han podido dar ayudas significativas. Más allá de eufemismos y debates ideológicos, algunos responsables sensatos reconocían en nuestra casa que si no protegíamos mejor la salud con más cierres era porque éramos pobres. Como si se tratara de un reconocimiento de culpa más.

En este estado de desaliento aparece un "ahora o nunca" de reestructuración de nuestra economía que requiere una descarga importante de adrenalina. Toca rehacer sectores que tienen los días, años, contados: un sector automovilístico, factor decisivo para las exportaciones catalanas, que si no va más allá del motor de combustión se morirá de inanición; un potente sector agroalimentario que necesita dejar de contaminar con purines si quiere sobrevivir; y un valle petroquímico en el sur del país que o migra hacia el motor de hidrógeno o se ahogará en sus propios humos. El país necesita un esfuerzo extra para hacer emerger proyectos transformadores de la economía. De abajo arriba, para iniciativas que recojan talento y emprendimiento, y de arriba abajo para planificar mínimamente cómo estas propuestas generan sinergias, arrastres para nuestras pequeñas y medianas empresas, y son respetuosas con la sostenibilidad del medio ambiente.

Es una hora decisiva para un nuevo patriotismo económico que se tiene que entender desde la colaboración con el Estado sin renunciar a los posicionamientos soberanistas. Y hay que esperar que el gobierno español tenga la amplitud de miras para ayudar y no subyugar a la economía catalana, y que evite la tentación de aprovechar políticamente el control sobre los proyectos a financiar para eliminar definitivamente el liderazgo industrial catalán, aunque que sea al coste de perder definitivamente a la que ha sido su gallina de los huevos de oro. Con el país exhausto hoy nos toca hacer el sobreesfuerzo de rehacer el tejido económico y a la vez no romper las cartas políticas para no acabar peor. ¿Podremos?

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