Interregnos de la melancolía

En el paso del procés al posprocés, se mira hacia el pasado y no hacia el futuro

Xavier Domènech
4 min

De elección en elección, de combate electoral en combate electoral, hay una gran transformación de fondo y a veces los árboles no dejan ver el bosque. Ciertamente, el combate entre Elsa Artadi y Ernest Maragall no es ninguna broma, pero es un combate más interno dentro del independentismo que real por la alcaldía de Barcelona. Un combate que se les puede hacer largo a los dos y corto a los Comunes. Sin embargo, por mucha polvareda que levante, esconde un procés de fondo. El radical cambio de escenario, el paso insoslayable del procés al postprocés. Pero es un paso que mira al pasado y no al futuro. Cuando no se avista lo que se querría, la política se convierte en un ejercicio de revisitar lo que se habría querido, en que la melancolía, la sensación de que el futuro pasó de largo en un momento clave de nuestro pasado, se impone a la capacidad de transformación. Y es que, pasadas todas las hojas de ruta del procés, ya no hay hoja de ruta. Aunque se quiera hacer ver lo contrario.

Para ERC, la flamante ganadora de las elecciones generales en Cataluña, una victoria que no obtenía sola desde junio de 1931, se trataría ahora de “ser más” [atraer a más personas a votar opciones independentistas] y de conseguir un referéndum pactado. En el antiguo lenguaje esto sería volver ya no sé cuántas pantallas atrás. Recuerdo perfectamente dos elecciones generales en las que esto, que el referéndum pactado era una pantalla pasada, lo defendían con furor tanto ERC como el PDECat. No había dudas. En 2015, en las elecciones del 27-S, ya se había alcanzado la mayoría necesaria para iniciar el procés de 18 meses que nos llevaría a la independencia. Pero pantalla arriba, pantalla abajo, probablemente su discurso central hacia el independentismo es precisamente la idea de que tenemos que ser más”. Lisa y llanamente, en este camino en el que las propuestas de futuro nos hablan del pasado, no “éramos suficientes”. Discurso con el que una parte del independentismo, la que domina las redes pero ya no la realidad, se le ha querido echar encima. Pero el camino de ERC hacia atrás no está aislado.

Por lo visto, la CUP propondría ahora volver a repetir otro referéndum unilateral, pero ahora avalado por la “comunidad internacional”. Es un mito persistente en el campo independentista negar cualquier capacidad de negociación al Estado, para confiar casi con la misma fuerza en la “comunidad internacional”. Un mito que no deja de sorprenderme. Como propuesta sería mejor parafrasear a Che Guevara: “Nos hace falta crear dos, tres... muchos 1-O” en vez de apelar a la “comunidad internacional”. Eso sí, repitiendo muchas veces la palabra 'unilateralidad', y 'desobediencia', que es como un maná descontextualizado. La desobediencia tiene sentido en un contexto estratégico, no como una actitud en sí misma. Sin embargo, también lisa y llanamente: si el 1-O generó un mandato, este ya no se debe aplicar, sino que se debe reeditar en un nuevo referéndum.

Mientras tanto la ANC sigue hablando de “hoja de ruta”, cuando una hoja de ruta sin temporalidad lo puede ser todo menos una guía estratégica. El referéndum pactado, defendido por ERC, sería “ingenuo”; la posibilidad de un referéndum con participación de la “comunidad internacional”, que parece defendida ahora por la CUP, “muy poco probable”; pero habría una última posibilidad: si se convocaran nuevas elecciones al Parlamento y “las formaciones independentistas alcanzaran más de la mitad de los votos [...] se podría culminar el procés de independencia unilateralmente”. Y se asegura que esta vez sí que se publicaría la DUI en el DOGC y se arriaría la bandera española. Sin embargo, también lisa y llanamente: si ahora hacen falta el 51% de los votos, las elecciones del 27-S de 2015 en realidad no dieron lugar a ningún mandato para la independencia. Acabadas las hojas de ruta, parece que tan solo nos queda revisitarlas sin fin mientras se inicia una política de acumulación de fuerzas. Decía la presidenta de la ANC, después de aprobar esta “nueva hoja de ruta”, que ahora se trataba de dar fuerza al “sindicalismo nacional”. Para mí, que soy más clásico, el sindicalismo siempre debe ser de clase, pero más allá de eso lo que más me sorprende no es cuán ofensivo puede ser considerar que CCOO, la CGT, la UGT o la USO no son nacionales, es decir, que no forman parte de la nación catalana, sino que ni se den cuenta de cuán ofensivo puede ser esto para mucha gente entre la cual supongo que se quiere “ser más”. Quizá sea que en realidad no se trata exactamente de esto.

De Junts per Catalunya no se sabe todavía cuál es la propuesta. Del flamante Consejo Asesor del Foro Cívico y Social para el Debate Constituyente de momento no se sabe nada ni parece que se le espere, como tampoco del Consejo para la República, que antes era “de” la República. Todo parece basado en este caso en la legitimidad del presidente. Incurrimos, en este sentido, en el peligro de caer entre dos melancolías. La melancolía del 78, simbolizada como nunca por la muerte de Rubalcaba, que según Enric Juliana “redime la vieja política”, a pesar de la bofetada de la Cámara de Comercio (los poderes fácticos ya no son lo que eran), y la melancolía de las hojas de ruta. La clave sigue siendo el Estado, su transformación, y la soberanía, pero seguiremos el camino, un camino en el que probablemente las próximas elecciones municipales, y sobre todo las del Ayuntamiento de Barcelona —en que los Comunes tienen muy cerca poder reeditar la alcaldía—, marcarán el futuro. Por cierto, en estos comicios la ANC apostó inicialmente por Graupera. Él sí lo tiene claro, no le hacen falta ni hojas de ruta, y lo repite y lo hace repetir: “La independencia la haremos nosotros”. A ver cómo le va...

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