L’OBSERVADORA

El agujero negro

Esther Vera
4 min
El forat negre

El 27 de febrero del 2001, el presidente Pasqual Maragall publicaba un artículo titulado Madrid se va en el cual escribía: “La sorpresa que tendrán los uniformistas el día que España les diga a golpe de urna que no es como ellos querrían que fuera, que es libre y diversa, que está hecha de singularidades potentes y sensatas, capaces de entenderse y de respetar un proyecto común. Común, no impuesto”.

Casi veinte años después de la publicación de aquel artículo, Madrid hace tiempo que se ha convertido en un agujero negro que absorbe energía y recursos del resto del Estado impulsado primero por el aznarisme y su capitalismo de amigotes y ahora inspirado por la comunidad de Ayuso, que intenta hacer de contrapoder ideológico al gobierno español. Los uniformistas, como los denominaba Maragall, han tenido estos años más de una sorpresa con Catalunya y han tenido que dejar por el camino mucha calidad democrática para ahogar un problema que todavía hoy son incapaces de admitir que sólo se conseguirá gestionar, si se quieren resultados estables en el tiempo, en una mesa de negociación larga y complicada.

Los uniformistas, a pesar de Maragall, no estan solo en el PP, sino que comparten la misma mirada homogeneizadora algunos de los barones del PSOE y una vieja guardia todavía hoy incapaz de jubilarse dignamente. Una vieja guardia jacobina y un liderazgo del PSC que se olvidó del referéndum, y de las frustraciones experimentadas por su sector catalanista en la gestión económica y política de Catalunya cuando la polarización los lanzó a los brazos de Ciudadanos y del 155 de Rajoy.

El presidente Maragall ha tenido razón con la lección democrática. “A golpes de urna” Catalunya es un país que ha cambiado el centro de gravedad político y tiene una sólida determinación soberanista, a pesar de las frustraciones, la cárcel y el 1-O. Ni las dificultades sanitarias y económicas ni el desaliento colectivo diluyen las reivindicaciones soberanistas, sino que las refuerzan con la evidencia de que una buena gestión de los recursos públicos en Catalunya necesita el control de las bases fiscales y un nuevo marco de relación con España.

LA LECCIÓN

En España, la lección democrática también ha sido importante y el bipartidismo ha pasado a mejor vida, desbordado por el independentismo catalán y el vasco y por la izquierda de Unidas Podemos y las necesidades de Pedro Sánchez. La mayoría de la investidura de Sánchez es un torpedo en la línea de flotación del bipartidismo que gestionaba la post-Transición sin ninguna vocación de adaptarse a la realidad cambiante ni de reformar los errores del sistema del 78. Es especialmente peligroso el torpedo para el PP, que no solo no quiso reformar el sistema, sino que utilizó su poder para hacer una involución del consenso de la Transición, anclado en una derecha sociológica que ocupa el Estado profundo y actúa como un contrapoder muy efectivo desde una parte de la judicatura. Un PP incapaz de hacer una oposición constructiva ni en una crisis como la actual y que tensiona Vox y Aznar, su jarrón chino.

Hoy la realidad -no el marco ideal en el que sería más agradable moverse- es que las finanzas de Catalunya dependen de España. El gasto público hace décadas que se trasladó mayoritariamente del Estado a las comunidades autónomas y los entes locales, pero el sistema de financiación es una alcaldada que no mejora las perspectivas del sur de la Península, gripa el motor económico de Catalunya y favorece al País Vasco gracias a poder tomar decisiones sobre sus recursos, y a Madrid gracias a los recursos de todo el resto con la excusa de la capitalidad. Es decir, gracias a todas las inversiones del Estado que permiten en la Comunitat de Madrid una política de rebaja de impuestos que actúa magnéticamente de polo de atracción de empresas y altos ejecutivos y que va en detrimento del resto. La mayoría de la investidura que ahora permitirá la aprobación de los presupuestos del Estado es el cambio más grande en la política española en cuarenta años. Es el marco de actuación para el cambio que da la realidad después del 2017. Claro, no será suficiente para la independencia de Catalunya, quizás ni siquiera para la gestión propia de los recursos, pero el mientras tanto y la frustración hay que gestionarlos sin bajar los brazos.

Como casi siempre en España, el debate es el del eterno regreso. En lugar de revisar el origen del drama -el sistema de financiación inexistente hoy y sustituido por los fondos creados durante la crisis del 2008 y los controles sobre las finanzas contra el Procés-, el tema de debate hoy son los impuestos de Madrid. Incluso el PP sabe que Madrid hace competencia desleal al resto de comunidades, también las de su misma ideología.

La negociación será de alto voltaje y sería paradójico autolesionarse aceptando un recorte de capacidad en política fiscal, pero hay que tener presente que el gobierno central ya ha ejercido cuando quiere la prerrogativa de ponerle fin en Catalunya. También habrá que recordar que una crisis como esta se paga con impuestos y, si puede ser, con los de las grandes empresas primero y las grandes fortunas. ¿O alguien cree que los fondos de Europa llegarán como el maná?

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