El análisis de Antoni Bassas: 'La policía y el uso de las armas de fuego'

Usar un arma de fuego es siempre un último recurso: hacen falta las políticas que nos permitan poseerla pero no tenerlas que usar mucho y la preparación adecuada para usarlas

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Afortunadamente, en la sociedad catalana el uso de las armas de fuego no acostumbra a ser noticia, y por eso, cuando lo es, se encienden luces de alarma social.

El sábado al atardecer yo atravesaba la Gran Via de Barcelona cuando vi pasar a muchos coches de los Mossos y de la Guardia Urbana, con las luces encendidas y las sirenas a todo trapo, a toda velocidad, con aquel frenesí que ya ves que debe de haber pasado algo grave. Después supimos que lo que había pasado es que la Guardia Urbana había disparado contra un sintecho porque llevaba un cuchillo y, según la versión policial, iba a agredir a los agentes. El hombre, de 43 años, está en el hospital en estado crítico, y se teme por su vida. Hoy cuatro redactores del diario firman esta crónica sobre el tema.

Los vecinos están indignados con el tiroteo al sintecho: “Era inofensivo”, dicen. Se ve que hacía cuatro meses que dormía en un banco de la zona, se pasaba el día de pie junto a una peluquería y no consumía alcohol. Explican que incluso cerca había una guardería y nunca hubo ningún problema. En Arrels también lo conocían y aseguran que es la última persona de quien habrían dicho que podría desencadenar una crisis como esta.

No sabemos exactamente qué pasó (¿alguien lo provocó o discutió con alguien y por eso estaba alterado?), pero el resultado es una persona entre la vida y la muerte, y esto es horrible. Parece desproporcionado que entre la porra y la pistola no haya ninguna otra arma disuasoria entremedias. Al mismo tiempo, la alerta policial contra el terrorismo seguro que mantiene a los agentes en un estado de percepción del peligro especial. Entre unos y otros, el disparo a la barriga al sintecho de Barcelona parece hoy un drama evitable.

También tenemos la crónica del juicio por los atentados de Barcelona y Cambrils. Ayer declaró el mosso que abatió a cuatro terroristas.

La mossa que fue atropellada por el coche de los terroristas explica que en el suelo, con la cabeza sangrienta, no ve a su compañero de patrulla pero lo tiene claro: "Yo veo claramente que ha sido un atentado en toda regla. Saco el arma de fuego y empiezo a disparar. Ahí no había nadie más. Se podía oír un silencio aterrador".

Su compañero declaró: “Del vehículo empiezan a salir personas con chalecos que parecían bombas. Uno de ellos viene hacia mí con un hacha en la mano gritando «Al·lahu-akbar!». Tuve tiempo de prepararme y disparar hasta abatirlo. Llevaba un subfusil. Veo a tres personas más corriendo hacia mi posición con la intención de atacarme. Me desplazo corriendo porque no tenía munición en el subfusil y me lo pongo en el cuello. Tenía el arma reglamentaria. Corrien hacia mí con algo en las manos. Cuando los tenía encima solo tuve tiempo de abrir fuego y abatirlos".

¿Se pueden imaginar la angustia de quien ve la muerte próxima y se tiene que defender disparando a matar contra sus agresores?

En cuanto al quinto terrorista que iba en el Audi A3 y que no fue abatido de entrada, apuñaló a peatones en el Passeig Marítim hasta que se cruzó con un coche de paisano de los Mossos. Dice uno de los mossos que iba en él: “Salimos del vehículo. Le gritamos «¡Policía! ¡Quieto! ¡Al suelo!». Hace el gesto de venir hacia nosotros. Con el arma reglamentaria disparamos contra él y se cae. Se vuelve a levantar y vuelvo a disparar. Ríe y me dice con la mirada: «Te mataré». Vuelvo a disparar y se cae al suelo".

La mossa ha sufrido lesiones físicas, estrés postraumático y se le ha otorgado la incapacidad total, y continúa en tratamiento psicológico y psiquiátrico. Ha sido reconocida como víctima del terrorismo e indemnizada, pero no por las secuelas psíquicas. Su compañero de patrulla también está mal –"Con episodios de depresión en los que me cierro y me intento aislar", explica–, pero no ha sido reconocido como víctima ni ha recibido ninguna indemnización. "Estoy de baja y no me he podido reincorporar", dice. De hecho, está pendiente de una propuesta de incapacidad total: "Lo peor es el sentimiento de culpa por cómo afecta a mi familia".

Parece increíble que tengan que pasar así este trauma. Usar un arma de fuego es siempre un último recurso y a menudo de graves consecuencias insospechadas. Por lo tanto, hacen falta las políticas económicas y sociales que nos permitan poseerlas pero no tenerlas que usar mucho –y menos sistemáticamente–, la preparación adecuada para usarlas y la atención de los que son víctimas de ellas, tanto de los heridos como de los que disparan.

Nuestro reconocimiento para los que trabajan en primera línea, un recuerdo para los que sufren, para los presos políticos, para los exiliados, y que tengamos un buen día.

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