El catalán, ¿lengua común?

Josep M. Muñoz
3 min

En una entrevista hecha hace unos años, el escritor catalán en lengua castellana Eduardo Mendoza explicaba así las dudas que genera vivir en un país bilingüe: “Cuando subes a un taxi -decía-, ¿cómo te tienes que dirigir al taxista, en castellano o en catalán?” La pregunta que se hacía Mendoza no es banal: de hecho, estaba planteando la cuestión de si hoy el catalán es, o puede ser, la “lengua común” en Catalunya. Sabemos que el Estatuto define el catalán como “lengua propia” de Catalunya, cosa que a menudo es reprochada por los anticatalanistas como si eso significara, que no es el caso, que el castellano es una lengua “impropia” en Catalunya. ¿Cómo podría ser “impropia”, si es la lengua materna de la mayoría de la población catalana? Pero si el catalán no es, o aspira a ser, la lengua habitual de comunicación entre los catalanes -un “privilegio” que no se niega a ninguna lengua que tenga un estado detrás, incluso en países donde hay un componente inmigratorio fuerte-, entonces quizás sí habrá que empezar a dar la razón a quienes, sobre el futuro del catalán, parecen abonados a las profecías catastrofistas.

Después de un periodo, la dictadura franquista, en la que se culminó la bilingüización efectiva de Catalunya (en una situación de clara diglosia en cuanto a la lengua del país) y en la que, además, llegaron contingentes enormes de población inmigrante procedente de la España de lengua castellana, en la Transición se generó un consenso muy mayoritario sobre la necesidad de “normalizar” la lengua catalana y hacerla la lengua habitual del país, aquella con la que funcionaba la administración pública, la escuela, los medios de comunicación públicos. Las leyes de normalización lingüística se aprobaron con un consenso muy amplio, que hoy con toda seguridad no sería posible. La primera, la de 1983, fue aprobada sin ningún voto en contra y con una sola abstención. La de 1998 encontró la oposición minoritaria, coincidente a pesar de que por razones opuestas, del PP y ERC.

En los últimos años, sin embargo, la irrupción en la política catalana de Ciudadanos, un partido que se empeña en dividirnos como sociedad, ha alterado las dinámicas sociolingüísticas de Catalunya a base de hacer discursos en apariencia igualitarios, pero que en realidad defienden el derecho de vivir de forma monolingüe en la lengua dominante, que es el castellano. Con una persistente e hipócrita asimetría, Ciudadanos ejercita en el Parlament de Catalunya eso que se niega a los catalanes en el Congreso de los Diputados o en el Senado: hablar en su lengua, porque ya hay una “común” y oficial, y porque, para los nacionalistas españoles, hay lenguas de primera y lenguas de segunda. Es por eso que, con la ayuda inestimable de la administración de justicia, un ámbito que se ha resistido enconadamente y con éxito a la catalanización, y que osa incluso dictar los porcentajes en los que hay que usar las lenguas en el aula, los sectores a los que Ciudadanos representa -y a los que ahora parece haberse añadido tristemente, vergonzosamente, el PSC- se oponen a la “inmersión” en la escuela: justamente porque quieren evitar que el catalán pueda ser visto como la “lengua común” de los catalanes, al margen de su origen, aquella con la que se expresa la administración, con la que rotulamos las calles o nos dirigimos al camarero o al taxista.

Nuevamente, hay que darnos cuenta de que no podemos exigir que la escuela a solas resuelva los déficits que tenemos como sociedad. La escuela, y la radio, y la tele, y los diarios, son imprescindibles, pero no suficientes. Se ha acusado, con razón, a la “normalización” de haber respondido a ese principio que dice que “más vale no meneallo”. Meneallo quizás no, pero ser decidido y apoyarlo sí. El "anar fent", que dijo en frase desafortunada la alcaldesa de Barcelona, no es una estrategia posible, ante la fuerza de quien te quiere arrinconar y, en último término, desahuciar. No puedes oponerte a Amazon, en nombre de la protección a la diversidad y a la subsistencia de los “pequeños” frente a los gigantes, y al mismo tiempo exclamarte con desgana sobre el “rollo” este del catalán. Defender la equidad es también defender la diversidad lingüística. No comparto, tengo que decir, los discursos catastrofistas sobre la lengua: en algún sentido, pienso incluso que nunca habíamos estado tan bien. Pero ante el colosal empujón uniformizador del mercado, y ante el absentismo interesado de las instituciones estatales, hay que seguir protegiendo los derechos de una lengua débil y minoritaria a no ser desahuciada de su casa.

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