La decadencia añorada

Toni Soler
3 min
La decadència enyorada

IRRELEVANTE. Si escucháramos entre las mesas de algunos restaurantes del Upper Diagonal, llegaríamos fácilmente a la conclusión que en la Catalunya de hoy hay un pensamiento conservador transversal (que incluye, por decir algo, al PSC, La Vanguardia y al Cercle d'Economia) que ha encontrado la manera de contrarrestar la dialéctica processista con un nuevo mantra: “el miedo a la decadencia”. Es un discurso de liberales y entrepreneurs, disfrazados en algún caso de socialdemócratas; de un españolismo enmascarado por capas de urbanismo cosmopolita; de un lerrouxismo cada vez más explícito, que reivindica el bilingüismo de mentira y la Barcelona “donde Vargas Llosa podía vivir”. La tesis de esta gran corriente de opinión es que el independentismo y el colauismo han llevado a Catalunya a la irrelevancia. Y su solución, a falta de un PP fuerte, es reforzar a los socialistas. Sí, ya sé que el PSC gobierna con Colau en Barcelona, pero el PSC, no lo descubriremos ahora, es una maquinaria de gestión de poder, como lo demuestra también en la Diputació, gobernando con Junts; o en Madrid, pactando con ERC. Para los socialistas, este eclecticismo táctico no se contradice con su objetivo de fondo, que es sustituir el independentismo en Catalunya y el colauismo en Barcelona.

VOLVER. El PSC ha captado esta corriente de fondo y ha diseñado una precampaña electoral con una sola idea: “Que Catalunya torni” ("Que Catalunya vuelva"). Este es el eslogan que acompaña la imagen del candidato Illa. Que Catalunya vuelva -supongo- a la situación previa al 2010. (O previa a Pasqual Maragall, si somos malos.) No hay horizontes, ni retos, ni, por supuesto, propuestas de nuevos Estatutos o de reformas federales. Solo la nostalgia del mar sereno postolímpico, del felipismo y, también, del pujolismo. La cordura. El reparto civilizado del pastel. Lampedusa. Esta apuesta supone una reescritura de la historia. No cabe ni "el català emprenyat" de Juliana (“el catalán incordiado”), ni la “desafección” de Montilla, ni el “Madrid se va” de Maragall. Tampoco entra la atrofia autonómica, ni el caos de Rodalies, ni el déficit fiscal, ni la furia de los indignados del 15-M, ni todos los agravios, grandes y pequeños, que se exacerbaron con la gran crisis financiera comenzada en 2008. No se puede negar que este planteamiento tiene la virtud de contrastar vivamente con la otra corriente dominante, el independentismo, que ha sido, sobre todo, una apuesta inconformista. Una apuesta para sublevarse, justamente, contra la decadencia social y nacional.

NOSTALGIA. Salvador Illa es un político habilidoso y respetuoso. Se ha mostrado dialogante con la Generalitat. Ha sabido centrifugar las culpas y nadie piensa en él cuando lee que España ha batido récords europeos de mortalidad. Tiene el perfil idóneo para ser un gran candidato. Pero el hecho que, a las puertas de la tercera oleada de la pandemia, deje el ministerio de Sanidad para enzarzarse en una campaña electoral, como escribía ayer Albert Om, resulta difícil de comprender. En cualquier caso, Illa se convertirá en las próximas semanas en el ángel anunciador de un pasado digno de añoranza. Buscará el voto de la Catalunya que cree que tenemos que expiar la culpa, la que cree que el referéndum del 1 de Octubre estuvo muy bien reprimido y que los presos, exiliados y represaliados, tienen lo que se merecen. En cambio, para otros muchos, aquellas urnas plantadas a pesar de los jueces y la policía eran la verdadera respuesta a la decadencia. Nos querían hacer decaer: por eso éramos catalans emprenyats. El 14-F tendremos que pensar si confiamos -una vez más - en el futuro, o dejamos a los que creen que, si pedimos perdón por poner las cabezas bajo las porras, nos habremos ganado el dudoso derecho a la nostalgia. El derecho a volver a una Catalunya que vivía feliz porque no sabía que era decadente.

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