La que está en peligro es España, no Cataluña

Pase lo que pase el 21-D, esta sociedad mantendrá la ilusión. No caerá en la trampa del odio

Ignasi Aragay
3 min

Ahora lo vemos con incertidumbre. Afrontamos el 21-D con el alma en vilo. Pero la verdad es esta: Cataluña saldrá adelante; España lo tiene más difícil. Lo digo pensando más allá de los resultados electorales, que son trascendentales, pero que no cambiarán una realidad profunda. Me explico.

La que está en peligro es España, y el miedo que esto le genera hace que reaccione visceralmente a la demanda democrática catalana. Cataluña, en cambio, a pesar de afrontar un presente durísimo (prisión, exilio y Generalitat intervenida), persistirá como país, como proyecto, porque es una sociedad resiliente, acostumbrada a sobrevivir. Y sobre todo porque acepta su pluralidad interna: acepta con plena normalidad democrática que, por ejemplo, Arrimadas y Albiol le digan en un perfecto catalán que quieren menos catalán. De hecho, ellos mismos son la prueba del éxito de la escuela catalana, de la capacidad de integración y tolerancia de esta sociedad.

¿Aceptaría España unos líderes que le dijeran que se debe enseñar menos castellano en las escuelas y más las otras lenguas del Estado para responder así a la España real? Ya hace tiempo que este discurso ha desaparecido, lo hemos dejado por imposible. Y, por otro lado, claro, no se nos ocurre deslegitimar la escuela española con acusaciones de adoctrinamiento, bastante tienen los maestros también allí. No somos tan insensatos.

Cataluña ha tenido un presidente andaluz, Montilla, que precisamente fue quien avisó de la desafección de los catalanes respecto a España. No le hicieron ni caso. Cataluña ha hecho suyo el castellano como segundo idioma, es una sociedad bilingüe, sin conflicto de lenguas. Cataluña, con un altísimo porcentaje de personas venidas de fuera desde hace más de un siglo, acoge toda su diversidad a pesar de no haber dispuesto durante largos periodos de un gobierno propio ni tener aún competencias en inmigración. Cataluña es plenamente cosmopolita, de Barcelona hasta el último rincón del país: en todas partes encontraréis extranjeros que forman parte de la comunidad.

Esta capacidad de convivencia, junto con una catalanidad transmitida de padres a hijos y brindada (no impuesta) a los que vienen de fuera como un pequeño tesoro a compartir, es la fuerza del país. Pase lo que pase el 21-D, esta sociedad plural y profundamente democrática saldrá adelante, resistirá las imposiciones y las incomprensiones, aguantará los ataques y las arbitrariedades. Mantendrá la ilusión. No caerá en la trampa del odio. Ni tampoco volverá al victimismo ni se instalará en la derrota digna. Luchará pacíficamente para hacerse escuchar y hacerse valer.

En cambio, España está deslizándose por una pendiente peligrosa, se está recreando en un nacionalismo vergonzoso, con el enemigo interior catalán como bandera, demonizado, ante el que ha vuelto a elegir la fuerza en lugar de la seducción, ante el cual todo vale. España está dejando que broten las peores herencias ideológicas de su historia: el espíritu inquisitorial, la revancha franquista, el supremacisme castellano. Se está cerrando y empequeñeciendo en una identidad excluyente, en una fe constitucional viciada.

La única salida para España es entender la imposibilidad de derrotar a esta Cataluña que quiere decidir su futuro. Solo saldrá adelante decentemente si acepta la pluralidad cultural y nacional. Si no lo hace -y todo indica que de ninguna manera quiere hacerlo-, acabará perdiendo el norte democrático. La capacidad autodestructiva de España es temeraria y secular. Buscando la derrota de una Cataluña que considera indómita, acabará hiriéndose a ella misma. Ya le pasó con las colonias. Da miedo este talante casi suicida, este malestar interior que la empuja a combatir ciegamente todo lo que no entiende. Por favor, que no se nos pegue su letal y persistente autoengaño.

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