Una mujer excluida del feminismo

No somos la carne de cañón de la abolición del género. Respiramos libertad trans

Judith Juanhuix
3 min
CELIA ATSET

D

os hombres la han agredido recientemente en un parque por ser mujer en lugar de ser otra cosa, pero no lo ha denunciado. Tampoco hubiera podido hacerlo como quería porque no tenía los papeles regularizados y la agresión podía no ser considerada violencia de género. Otro caso escapa de la estadística. Ahora su preocupación es el labio partido, un par de cortes en la cara y en el brazo y dos golpes que la hacen cojear. Quiere tranquilidad y se ha encerrado unos días en el único refugio que tiene, una habitación alquilada, donde la visitan dos amigas. Sobre todo no quiere que la vean así por la calle; ya la miraban bastante y las marcas de la agresión no ayudan. Menos mal de la mascarilla: además de tapar una cara que no es bonita, eso cree, también oculta las marcas de la vida.

Por suerte en el piso donde alquila la habitación no está mal, la dejan tranquila porque paga el mes gracias a los trabajitos por horas de repartidora. A las amigas les va bien con el trabajo sexual, ella sólo recurre a éste si tiene una mala racha. Antes tenía una nómina mileurista y no iba tan apurada, pero perdió su trabajo por ser mujer en un sector tan masculino como la construcción. No encuentra trabajo de cara al público, dicen que no es bonita y agradable para los clientes. No es justo, piensa, los clientes quieren croissants o que les pase la llamada, y no hacer de jurado en un concurso de belleza al que, de todos modos, no se presentaría. Tampoco se puede dedicar a los cuidados. La ven grande y no les da confianza. Ni entraría en un refugio para mujeres en caso de que se encontrara sin techo: le han dicho que puede ser un peligro para las demás, aunque ella no ha agredido a nadie. En todo caso la pondrían aparte, en un piso especial, pero seguro que no se quedaría fuera, en la calle. Ventajas de ser humana.

No le es difícil encontrar con quién compartir la cama, pero le es imposible encontrar a alguien que quiera compartir vida de lavadora y cocina. Tampoco entra en los espacios de deseo compartido que pide el poliamor y eso la hiere. Ella solo se encuentra con el deseo clandestino, en un bucle continuo de morbo, sexo y silencio.

Una noche antes de la agresión quedó con unas compañeras feministas que al calor de una cerveza fría proclaman que hay que eliminar las categorías del género porque son espacios de opresión. Claro que lo son, piensa, pero la categoría mujer es la única herramienta que tiene para expresarse en libertad piel adentro, y puertas afuera cuando se encuentra con las amigas. Lo llaman sororidad, y piensa que sería bonito que vieran esta dimensión del género. Pero ahora una compañera le dice que hay que abolirlo mientras se pasa delicadamente los dedos por el pelo, y la anima a ser libre. ¿Acaso ella ha luchado poco para serlo? Bien sabe que las mujeres pueden ser masculinas y los hombres femeninos, pero no entiende porque piensan en ella cuando lo dicen. ¿Por qué le cuestionan tanto la identidad? Tampoco entiende la manía de abolir el género empezando por ella. No sé, que empiecen por las que están más asentadas, o por los hombres, ¿no? Ella ya vendrá luego, que ya tiene práctica deconstruyéndose.

No os lo he dicho todavía, pero lo sabéis porque estamos en boca de todo el mundo, que esta mujer es trans. Esta mujer serías tú si eres trans y te excluye del feminismo y de su complicidad y poder empoderador. Lo que ya no imagináis, y debéis saber, es el orgullo que lleva dentro, un orgullo que da mil vueltas a las teorías boomer sobre la biología y el cromosoma, y mil veces más en sentido contrario a las recetas de libertad del cuerpo desnudo en una isla desierta en medio de la gran metrópolis global. Un orgullo en un mar de dolor porque la quieren sacar fuera de su casa y encajarla en un refugio particular. Le duele profundamente que aquellas mujeres con tanta teoría y aquellos aliados tan aliados la usen de arma para tirarla contra el género que, según se ve puertas afuera, continúan perpetuando. Y le duele profundamente que tengan parada hace años la ley que reconoce el derecho a vivir sin certificado médico y según la propia identidad de género porque la guerra continúa.

No somos refugiadas del género. No somos el cromosoma. No somos la carne de cañón de la abolición del género. Somos feminismo tal como somos y en esta sociedad que, queramos o no tiene género, exigimos el derecho a existir. Respiramos libertad trans. Respiramos mujer.

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