De la meritocracia a Trump

¿Es una utopía pensar en reconstruir el tejido democrático perdido?

Josep Ramoneda
3 min
Els seguidors aconsegueixen trencar la seguretat del Capitoli

1. Acallar. Twitter y Facebook han suspendido las cuentas del presidente Trump. No han sido las instituciones las que lo han acallado, han sido dos compañías globales que hasta ahora eran los vehículos principales de las campañas del presidente para subvertir las instituciones. De golpe le niegan la palabra. ¿Quién manda aquí? ¿Tiene razón Jacques Attali cuando dice que “la lucha puede acabar siendo entre estados totalitarios y grandes empresas digitales”?

Angela Merkel ha hecho notar que esta suspensión le parecía una decisión “problemática”. Tiene razón: como ha dicho su portavoz, es el estado el que habría “de establecer un marco para regular las redes sociales”. Si no consiguen hacerles pagar impuestos, ¿cómo pretenden decidir qué pueden vehicular y qué no? El asalto al Capitolio como icono de un final de época.

2. Degradar. Cinco días después he tenido la suerte de mantener una larga conversación con el filósofo Michael Sandel en la Escola Europea d'Humanitats. Sandel atribuye a la meritocracia la erosión de la sociedad americana que ha llevado a la brutal dinámica de confrontación sobre la cual Trump ha montado su delirante aventura. La meritocracia, como ideología de la revolución neoliberal, ha conducido a la sociedad al límite después de cuarenta años de destrucción de los elementos culturales e identitarios que la tejían.

La vía de penetración de la ideología del mérito es el credencialismo, dice Sandel, que encuentra en la titulación universitaria el instrumento básico. En una sociedad desigual los que llegan arriba tienen que creer que su éxito tiene una justificación moral: talento y esfuerzo, incapaces de aceptar el papel del azar, de las situaciones de partida, de los ayudas recibidas, en una vida en que ni siquiera escogemos dónde nacemos. Naturalmente, la contrapartida del mérito como fuente de legitimación moral es la culpabilización del que no llega. Si no han salido adelante es fracaso suyo. Aun así, por mucho que el número de titulados universitarios aumente, siempre serán una minoría. Con lo cual se niega el reconocimiento al trabajo de muchísima gente. El Sueño Americano se desdibuja. La retórica del ascenso social suena vacía. La versión tecnocrática de la meritocracia rompe el vínculo entre mérito y juicio moral: todo gira alrededor del crecimiento del PIB y del valor de mercado de las personas. El dinero se convierte en el criterio de evaluación del éxito y debilita los lazos de una sociedad democrática.

El externalización del juicio moral y político a los mercados vacía de significación la política. Y así se erosiona la responsabilidad y se desmoraliza a las personas, se debilita la dignidad del trabajo, se quita poder a los ciudadanos corrientes. Y muchos de ellos quedan al alcance de cualquier impostor, tipo Trump, dispuesto a explotar el resentimiento contra el establishment y a hurgar en el nativismo, la misoginia, el racismo. La convicción meritocrática de que las personas merecen la riqueza (sea la que sea) con la cual el mercado premia sus talentos hace de la solidaridad un proyecto imposible. Y los valores de la democracia decaen.

Del Sueño Americano al Capitolio: un proceso de más de cuarenta años de degradación tecnocrática del cual el Partido Demócrata (al igual que la socialdemocracia y las izquierdas europeas) tiene buena parte de responsabilidad. No han hecho nada para evitarlo. Han asumido dócilmente las exigencias de los poderes económicos: todos se apuntaron al Consenso de Washington, todos han ido aceptando el proceso de desocialización. Y ahora se sorprenden porque una parte de la ciudadanía está fuera de control. Se había hecho invisible para ellos y ahora renace con agresividad movida por oportunistas liderazgos de extrema derecha. François Mitterrand, Felipe González, Bill Clinton, Tony Blair, Gerhard Schröder y tantos otros se plegaron a las exigencias del furor neoliberal sin ni siquiera levantar la voz.

Ahora llegamos a un cambio de época con las democracias debilitadas y con el autoritarismo amenazando, mientras los poderes de la globalización digital muestran su fuerza retirando la palabra a quien habían dado instrumentos y facilidades para conducir su peculiar contrarrevolución. En estas condiciones, ¿es una utopía pensar en reconstruir el tejido democrático perdido?

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