El arte vence al poder

Bulgakov esperaba, y mientras esperaba, escribía. Escribía sin perspectivas de publicar

Rafael Argullol
2 min
Retrat de l’escriptor rus el 1928, quan l’autor  d’El mestre i Margarida tenia 37 anys.

Alguien, quizá su propia mujer, contó que Mihail Bulgakov se pasó largos años esperando una llamada de Stalin. La historia es triste y es una muestra más del lado sombrío que siempre alberga la esperanza. Sus orígenes se remontan a los años finales de la década de los veinte del siglo pasado. Stalin ya se había impuesto en la Unión Soviética y empezaban las primeras persecuciones de escritores. Se censuraba, se prohibía. Bulgakov, que había sido un precoz autor de éxito en el teatro, tenía dificultades para publicar. Un día recibió una llamada de Stalin. Este se declaró admirador de su teatro y le aseguró que sus problemas acabarían pronto. Al final de la conversación le prometió que le volvería a llamar para conversar amigablemente sobre literatura.

Bulgakov, al parecer, quedó convencido. Así pasaron los días y así pasaron los años. La llamada telefónica se hacía esperar. La llamada telefónica no llegaba. Sin embargo, Bulgakov esperaba, y mientras esperaba, escribía. Escribía sin perspectivas de publicar aunque tal vez con la secreta esperanza de que, repentinamente, una llamada todo lo arreglaría. De esta forma fueron concretándose textos magistrales. Relatos como Corazón de perro, una visionaria anticipación de nuestros días, o El Maestro y Margarita, una de las mejores novelas del siglo XX.

Resulta emocionante pensar que este hombre que estaba tan inocente y dramáticamente a la espera fuera capaz de escribir un libro como El Maestro y Margarita. En pocas obras se da el complejísimo equilibrio entre ironía y hondura metafísica que se produce en este texto. El lector ríe, se estremece, admira la enormidad de los recursos literarios, reconoce de un modo distinto la condición humana. La llamada de Stalin no llegaba, nunca llegó. La obra no vería la luz en vida del autor. Pero Bulgakov persistió día tras día, página tras página. ¡Qué nos importa ahora Stalin! ¡Nos importa la belleza de una obra memorable!

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